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Es de los que cuando te dan la mano, te cruje hasta el último hueso. Pero qué se le va a hacer, si esa es la energía que nuestro protagonista le imprime a sus trabajos y a sus días, desde que se levanta, con las primeras luces del campo, hasta que se acuesta. Que el tipo es una fuerza de la naturaleza, eso lo dirá cualquiera que le vea en su ambiente, confundido con el paisaje. Bueno, y también en la gran ciudad, que visita de tarde en tarde. Allí lo ves pisar, y parece que rompe los adoquines. Ahora bien, que nadie piense, por la descripción, que Manuel –Lolo, para los amigos– es de los que van por el mundo avasallando. Todo lo contrario. Lo que pasa es que es un apasionado de lo suyo. ¿La caza? No. La vida.