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Como todo hito histórico, la batalla de Bailén tuvo sus grandes protagonistas. Por el bando español, el general Castaños. Por el francés, el general Dupont. Como todo hito, tuvo también sus personajes de reparto, sin los cuales nada habría sucedido como sucedió.

Uno de esos testigos menores de la historia fue María Bellido. De ella sabemos que era natural de Porcuna, que al tiempo de la batalla pasaba los cincuenta y que estaba casada con un vendedor local de botijos y cántaros. Precisamente en uno de esos recipientes María transportó agua en tan señalada ocasión, con enorme riesgo para su vida. No fue la única.

También sirvieron como aguadores cientos de voluntarios de Bailén, en su mayoría ancianos, mujeres y niños. Su papel, aunque pequeño, fue decisivo. Calmaron la sed de los soldados y refrigeraron las piezas de artillería, recalentados unos y otras bajo un sol que marcaba los 40 grados. Por decirlo con lenguaje de nuestros días, garantizaron los servicios mínimos.

Igual que aquella batalla, esta pandemia contará con grandes nombres propios, que esperan su ingreso en la historia, en el salón de la fama o en el de la infamia, según. E igual que ayer hoy sigue habiendo quien se juega el todo por el todo. Sanitarios y fuerzas del orden, en primera línea. Y detrás, las María Bellido y demás aguadores de nuestros días: cajeras, reponedores, panaderos, transportistas, conductores, basureros, riders y un largo y heroico etcétera.

A todos ellos, gracias.