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No me sale. Mira qué hora es y no me sale. He estudiado toda la vida de Mark Wahlberg. Me sé hasta cómo se llaman sus amigos del barrio, los vietnamitas a los que dio una paliza, sus ocho hermanos… Tengo incluso el obituario de su padre (Donald Edmond Wahlberg, un veterano de Corea y camionero del Sindicato Local #27 que murió hace 10 años aparcado en un asilo -perdón, en una casa de retiro-, con la preocupación de saber si había sido un buen padre).

He repasado toda su carrera, desde sus remordimientos por haber actuado en su primera película reconocible: aquella prescindible visión distante y acrítica del negocio de la pornografía titulada ‘Boogie Nights’, hasta sus papeles como la musa del nuevo cine patriótico que arrasa en las taquillas. Puedo escribir sobre cada uno de los 46 días que pasó en prisión condenado por un delito que sí cometió, he visto sus inicios en publicidad junto a Kate Moss, la antimodelo de los 90 a la que Wahlberg producía rechazo físico.

Sé que los remordimientos por ‘Boogie Nights’ se quedaron allí. Ahora dice que confía en que Dios tenga sentido del humor y le perdone haber rodado ‘Ted’ (va a hacer falta algo más que disculparse con el Papa Francisco -que lo ha hecho- para que el Señor, por infinitamente misericordioso que sea, le perdone Ted 2). He leído las querellas contra él por haber atacado a pedradas a niños negros. Ayer vi The Fighter y todavía no sé lo que he visto. Sé que Mark Wahlberg era adicto a la cocaína con 13 años, hijo de divorciados con 11 y que va por ahí diciendo que tuvo una infancia feliz en su casa de Boston, en Upham’s Córner (un sitio en el que no querrías vivir), el barrio irlandés venido a menos en el que Wahlberg golpeó hasta la conmoción cerebral a dos «jodidas mierdas vietnamitas» indefensas. Sí, claro. Qué tiempo tan feliz, Wahlberg.

Me he informado de que el bueno de Mark abandonó el colegio sin terminarlo y también abandonó el grupo musical que había formado con su hermano Donnie W. ¿Cómo se llamaba aquel grupo? Debe de estar por aquí, entre los papeles sobre Wahlberg que alfombran mi escritorio. ¡Ah!, aquí está: se llamaba New Kids On The Block. Me suena de algo. «Demasiado Pop», dijo Mark Wahlberg. Y lo dejó nada más comenzar. Sí. Lo dejó porque aquella música era demasiado… negra. Él era más de marginal hip-hop, que es subcultura del ghetto negro de Harlem, pero no tan afroamericano (?), y por eso montó el grupo Marky Mark And The Funky Bunch, que en 1991 se mantuvo durante 20 semanas en el número 1 de la lista de los 100 principales con su sencillo ‘Good Vibrations’. Vayan a Youtube y lloren. También he visto su registro de donante demócrata a la campaña de San Barack Obama. A las dos campañas, a la que pensamos que era el hijo de una madre blanca abandonado por su padre negro y educado por sus millonarios abuelos blancos y a la otra.

El hombre de las contradicciones

He visto fotos de Wahlberg jugando al golf con Trump. Sin más. Apenas hablaron de nada relevante. Sé que es un orgulloso católico practicante que todas las mañanas, dice él, junta sus manos y cae de rodillas para dar gracias a Dios y pedirle ayuda para ser un buen hombre, un buen padre, un buen marido, un buen tío, un buen amigo, un buen líder… Cielo Santo, hasta tengo impresa la petición de clemencia presentada por sus abogados para que el gobernador de Massachusetts le borre los antecedentes penales de cuando odiaba a los «putos policías» («fucking cops», en sus declaraciones originales). Dicen sus abogados que Wahlberg es un modelo para la sociedad. Quizá sí, como lo prueba el hecho de que es un defensor incansable del matrimonio homosexual. Local Hero, sin duda. Pero, ¿cómo va a ser un ciudadano ejemplar, a.k.a. un progresista solidario, alguien que dice que no le importa el calentamiento global o la conservación del planeta, pero sí el medio ambiente de los chicos de su barrio? No. No consigo escribir una historia que haga que el café se quede frío porque este multimillonario matón demócrata hiphopero irlandés convicto racista gay-friendly benéfico católico iletrado golfista de barrio chungo de la Costa Este atesora tal cantidad de contradicciones que es imposible redactar algo coherente.

Sólo hay tres posibilidades. Sólo tres. Cuatro a lo sumo. O Mark Wahlberg (conocido como ‘Marky Mark’ en sus tiempos de adolescente ladrón, canalla, cocainómano y racista violento) es lo que dice el registro de donaciones a partidos políticos: un meteorito del Partido Demócrata, o es un nacional-trumpista enmascarado que protagoniza las americanadas nacionalistas con mensaje familiopatrióticas que Clint Eastwood ya no puede, o, y aquí va la tercera posibilidad, Wahlberg es lo que los ingleses conocen desde tiempos de Benjamin Disraeli como un ‘fence-sitter’, un término político que tras su traducción literal («sienta vallas») podemos interpretar como un indeciso, un tibio, incluso un moderado sin opinión. Un jetas.

También hay una cuarta, pero es improbable que su zurdismo declarado a través de donaciones sólo sea una tapadera para camuflarse en la corrección política que gobierna en la Nueva Babilonia, alias Hollywood, ese lugar racista, sexista y que, sí, discrimina a los conservadores. Al fin y al cabo, Wahlberg es un actor. El mejor pagado de Tinseltown. Será por sus cero Oscar. O por haber ganado ningún Globo de Oro y ningún Premio del Sindicato de Actores. A ver si va a ser porque en 2010 recibió el único premio de su carrera: el de la Asociación de Críticos Afro-Americanos, lo que prueba que, Black Lives Matter al margen, la comunidad negra ya le ha perdonado lo que hizo hace treinta y pico años, el domingo, 15 de julio de 1986, poco antes del anochecer.

Condenado a dos años, de los que cumplió 46 días

Tres hermanos negros de entre 12 y 15 años, los Coleman, caminaban desde la playa de Savin Hill a su casa de Dorchester, cuando se encontraron a tres adolescentes blancos, Michael Guilfoyle, Derek Furkart y Mark Wahlberg, que comenzaron a seguirles en sus bicicletas. Uno de ellos gritó a los Coleman: «No nos gustan los negratas en la zona, así que idos a tomar por culo de aquí» y los persiguieron aullando «¡Matad al negro, matad al negro!». La cacería terminó cuando los Coleman lograron refugiarse en el Burger King de la Avenida Dorchester. Al día siguiente, el menor de los Coleman, Jesse, de 12 años, que estaba de excursión en la playa con toda su clase y con su profesora blanca, Mrs. Deshaies, reconoció en la arena a Guilfoyle, Furkart y Wahlberg, señalándolos a su profesora como los matones que le habían acosado el día anterior. Los tres adolescentes blancos, de entre 13 y 15 años, persiguieron al grupo de estudiantes negros y a su profesora, gritándoles toda suerte de insultos racistas. En el cruce de las calles Bay y Maryland, Guilfoyle, Furkart y Wahlberg, que habían convocado a otros adolescentes blancos de la zona mientras perseguían al grupo escolar, comenzaron a lanzar piedras a los estudiantes negros, hiriendo a dos niñas en la cabeza. Menos de dos años más tarde, hacia las nueve de la mañana del 8 de abril de 1988, Than Lam, un residente en el distrito de Dorchester, fue atacado por Mark Wahlberg, alias Marky Mark, sin mediar provocación alguna. Según los testigos, el señor Lam, de ascendencia asiática, acababa de descender de su vehículo y caminaba por la acera cuando Wahlberg se acercó a él al grito de «¡Jodida mierda vietnamita!» y le golpeó en la cabeza repetidas veces con un palo de madera de metro y medio de largo y de seis centímetros de grosor, dejando a Lam tirado en el suelo, inconsciente, junto al palo quebrado. Wahlberg robó a Lam la caja de cervezas que llevaba y huyó de la escena. Pero aquella gloriosa mañana de primavera, se cruzó en su huida con otro vietnamita, de nombre Hoa Trinh, a quien golpeó con saña y con la precisión de quien entonces, y siempre, ha tenido como ídolo al boxeador Micky Ward. Por ambos delitos, Wahlberg fue juzgado como un adulto y condenado a dos años de cárcel, de los que apenas cumplió 46 días en un correccional.

Pero eso fue en otro tiempo, cuando era un despojo. Eso dice. Lleva sobrio desde 1990. Sesenta y ocho millones de dólares ganó Wahlberg en 2017 con sólo dos películas de una emotiva profundidad y una conmovedora, ejem, carga trágica inusuales en un mundo tan comprometido con la justicia social como Hollywood: ‘Transformers: El Último Caballero’ y ‘Guerra de Papás 2’. Es posible que el lector que haya estado más de dos veces en la Filmoteca Nacional las desprecie, pero también es posible que si el que está leyendo esto es un productor, tenga que ir a por una servilleta. ‘Guerra de Papás 2’, que es una descartable película de entretenimiento, imposible de digerir sin un combo grande de palomitas y refresco de cola por 8,90, ya ha ganado tres veces lo que costó. Transformers, que también es un espanto, pero que te permite comer patatas fritas porque hay tantas explosiones que nadie va a oír cómo mascas, sólo ha recaudado hasta el momento 350 millones de dólares más de lo que costó. No. Wahlberg jamás ha trabajado con Woody Allen. Mejor para Allen. No quieres tener como enemigo a Wahlberg, que aprendió a boxear durante dos años para poder hacer ‘The Fighter’. Y eso que Wahlberg no es antisemita. O a lo mejor lo fue. Y ya no.

El ex racista (?) de Wahlberg resume los 68 millones de dólares ganados en 2017 en una frase meritocrática y, como tal, reaccionaria: «No veo que haya nada malo en trabajar duro, tener cosas bonitas y ser capaz de proporcionar una educación confortable a mis hijos, pero si comienzas a decirte que la casa en Los Ángeles y el apartamento en Nueva York no son suficientes, te puedes meter en un montón de problemas». Esta claro: Wahlberg es un tipo normal que se ha casado por accidente con una súpermodelo y que no quiere problemas. Hasta los directores que han trabajado con él, incluido Scorsese, que le metió en ‘Infiltrados’ para que no cambiara el gesto en ninguna escena, reconocen que es tan buen tipo que antepone la película a su actuación personal. Ya, claro. Lo que ninguno dice es que Wahlberg suele estar en los títulos de crédito como productor. El que produce, manda.

Hombre corriente americano

Produjo The Fighter, la historia de un boxeador que se ve obligado a elegir entre su carrera y su familia de desequilibrados drogadictos y acaba eligiendo a su familia de desequilibrados drogadictos para que le ayuden a ganar el título. También es el productor de ‘Contrabando’, la historia de un regenerado criminal que se ve obligado a volver a delinquir para ayudar a su corrupta familia. En este caso, delinquir es matar narcos y sicarios. Wahlberg es el productor de ‘El último superviviente’, la historia de un Navy Seal, uno de esos soldados de elite que se comería a su madre cruda por ayudar a su band of brothers -hermanos de trichera- y luego rebañaría sus huesos amorosos.

‘Broken City’‘Patriot’s Day’‘Deepwater Horizon’… Poca gente en España las ha visto en el cine, pero, créanme, estas cintas arrasan en Estados Unidos por lo que quiere Wahlberg que sean: la exaltación guionizada del hombre corriente americano frágil pero mazado que los sábados lleva a su hijo al partido de béisbol y los domingos arriesga su vida hasta el heroísmo mientras musita que él sólo hace su trabajo. En sus películas, los policías son los buenos, los soldados son los mástiles de la bandera que llevan en el brazo, los agentes del Servicio Secreto o del FBI son almas sensibles, poetas del balazo protector. Ni un libro en las estanterías de las casas de sus protagonistas, pero sí mucho informativo en la televisión que siempre está encendida. Lo justo y necesario para que un blanco heterosexual arriesgue su vida con normalidad rutinaria por la comunidad y/o por la nación sin hacerse preguntas. Homérico, que diría aquel carretero borracho irlandés. A su lado, Clint Eastwood en ‘Gran Torino’ es miembro del Comité Anarquista para la Obstrucción del Sistema.

Es todo tan republicano. Incluso neopopulista trumpiano.

¡Espera! Lo tengo. Ahí está. Repaso lo que he escrito… ¿No lo ves?, que diría un ‘precog’ de la Unidad Precrimen. Sí, está todo en su biografía: familia, barrio, comunidad, nación y Dios para lo que le conviene. Mark Wahlberg, el actor mejor pagado de Hollywood, es un p*** sindicalista vertical.

No era tan difícil.

Voy a recalentar el café.

Wahlberg, Wahlberg. Cierra América.