Miguel Aranguren (Madrid, 1970) se echó a escribir sin saber muy bien el final de la historia. En la andanada del 9 de la madrileña plaza de Las Ventas descubrió su pasión por la tauromaquia, acaso la más bella entre las Bellas Artes.
De sus anécdotas, dibujos, conocimientos y relatos ha nacido «Toros para antitaurinos» (Homo Legens), una enciclopedia de la fiesta de España. Convencido de la plasticidad de la tauromaquia y empeñado por recoger, con no poca originalidad, un compendio de historias, usos y costumbres, el novelista acaba de publicar más de setecientas páginas de una pasión que le vino de niño: «El toro es totémico y representa muchos rasgos generales de los españoles, desde el valor hasta la audacia», sentencia.
¿Para quién es este libro? No parece sólo para los antitaurinos…
He querido escribir un libro abierto para todo tipo de lectores: para el aficionado con conocimientos sobre la historia de la fiesta, pero también para el espectador ocasional con interés por la tauromaquia, para los jóvenes aficionados faltos de conocimiento. Y también para aquellas personas que, sin sentir afinidad con los toros, tienen curiosidad intelectual por reconocer el poso cultural y artístico de la fiesta. E incluso para algún antitaurino que no sea beligerante y quiera aproximarse con sinceridad al fenómeno de los toros.
Con 785 páginas, imagino que también podría ser un libro de toros para toreros…
Me lo han dicho algunos profesionales y para mí es un honor. Es verdad que un torero, en el fondo, sabe mucho de técnica, mucho de comportamiento animal, pero no tiene por qué saber ni de historia ni de tradición. Entonces el libro quizás sirva para acercarse a esa genealogía de la tauromaquia.
¿Es la obra de toda una vida?
Es la obra taurina de toda una vida. Yo soy novelista, pero llevaba tiempo con esta deuda con los toros. Toros para antitaurinos me ha permitido compaginar mi habilidad narrativa con mi afición con los toros. Es un espectáculo litúrgico, ordenado, donde todo tiene un por qué y un para qué. Eso me ha ayudado a no ser un analfabeto sentado en el tendido, sino que siempre me he preguntado el por qué de todo en la liturgia.
Desde tu tercera fila de la andanada del nueve hasta una grada de una recóndita plaza de pueblo, los toros han acompañado a miles de aficionados durante siglos. ¿La tauromaquia es atemporal?
Sí y no. Porque el toreo tiene una evolución técnica que durante los últimos veinte años ha sido asombrosa. Estoy pensando, por ejemplo, en un torero como Enrique Ponce, que ha reaparecido este año y durante su carrera ha tenido capacidad para torear todo tipo de toros. Ponce ha desarrollado una técnica que hace cuarenta años no existía. Ahora así lo hacen también Miguel Ángel Perera o Sebastián Castella. Antes, a Antoñete lo enganchaban constantemente y no importaba porque era tal la expresión… ahora la técnica es mayor. La liturgia, eso sí, sigue siendo la misma.
Hablemos de la forma del libro: el lector encuentra cinco relatos salteados con completos análisis de la fiesta de los toros. Pese a su forma relatada, ¿podemos decir que hay poca ficción y mucho de verdad en el libro?
Tiene ficción narrativa en los relatos, claro, pero en el libro hay mucha verdad. He tratado de ser objetivo y preciso en los datos y la información recogida. Con todo esto, he intentado ser creativo y recoger en el libro algo que no existía. Es el reflejo personal de mi modo de entender la fiesta.
A todo esto se suman nueve anexos que vertebran, casi, una enciclopedia taurina. ¿Cuál era la pretensión de este libro?
A priori no pretendía nada, pero es verdad que el resultado final refleja mi forma de ser escritor. Yo no planifico lo que voy a escribir sino que la historia me atrapa y es ella la que me lleva. Nunca sé cómo terminarán mis novelas y algo parecido ha ocurrido con Toros para antitaurinos. A medida que he ido volcando experiencias e información sobre la tauromaquia, he descubierto un mundo poliédrico que cada vez me pedía más. Los anexos no estaban en mi cabeza pero enriquecen esta inmensidad de la fiesta.
La ética del toreo, recogida en las páginas del libro, va acompañada de una estética. Has introducido más de 150 dibujos personales sobre la fiesta…
Durante mi primera juventud yo iba a los toros con un cuadernito y me ponía a dibujar. Es un mundo muy plástico que siempre me ha apasionado. De hecho, hay una tradición curiosa entre el toreo y otras bellas artes y en el libro me pregunto qué pasaría si la tauromaquia fuese una fiesta estadounidense. ¡Sería un arte de referencia en todo el mundo!
La vinculación de los toros con el dibujo y la pintura se remonta siglos atrás. Cuando aún no existía la fotografía las crónicas taurinas iban acompañadas de dibujos y estampas plásticas. Podríamos decir que hay una escuela de plástica taurina que bebe del trazo de Goya. Por eso lo hemos incluido en el libro: es estéticamente bonito y acompaña muy bien la lectura.
Acostumbrados a una oferta de libros raquíticos en todas las tiendas, la editorial Homo Legens te ha dado libertad para incluir estos anexos, dibujos, diseñar la portada…
Estoy muy agradecido a la editorial. Cuando me presentaron las primeras páginas, las ilustraciones estaban en blanco y negro. El presupuesto de un libro así no es cosa menor, pero yo les rogaba que salieran con color. Los chicos de Homo Legens han sido muy generosos apostando por el libro. Me han dejado trabajar con total libertad, así que agradezco su muestra de confianza.
El prólogo y la presentación han corrido a cargo de Diego Urdiales. ¿Es verdad que los toreros son distintos? Como de otra pasta, con temple, pausa…
El toreo es una vocación. Urdiales lo explica muy bien en el prólogo: cómo es posible que en una tierra sin tradición ni afición, donde la fiesta no forma parte del día a día, un chaval descubra en una plaza de toros que está llamado a eso. Es casi una vocación religiosa: “Dios me llama a torear y mi vida solamente cobra sentido si toreo”.
Urdiales reconoce ser «torero hasta cuando estoy dormido»
A mí me asombra el nivel de conversación que mantenemos. Es un chico que estudió en el colegio hasta que fue incompatible con su preparación taurina. No ha estudiado una carrera universitaria, no se ha formado en academias… Pero tiene unas cualidades intelectuales desarrolladas que me impresionan. En su trabajo Diego busca la realización de la belleza, de la estética, del ritmo, del compás. Son elementos propios de los elegidos, como grandes pintores, compositores de música, y de los toreros, claro.
Con la diferencia de jugarse la vida…
Son de otra pasta. El otro día hablaba con Diego, que estuvo fantástico en Sevilla, y me reconoció que no ha vuelto a ver la faena en vídeo. Está por todas las redes, pero él se niega a verla porque las emociones que le generaron quedaron en la plaza. Su éxtasis se vive en el coso y si ve las imágenes dice que quedaría desencantado.
En uno de los anexos recoges una lista de reyes, premios Nóbel, políticos, artistas, cineastas, flamencos, deportistas, etc. Todos ellos aficionados y defensores de la fiesta. ¿Cuál es el patrón? ¿Es la tauromaquia para todos?
Es muy interesante entender que en una plaza de toros se da una mezcolanza de público muy distinto que, sin embargo, vibra con una misma emoción. Luego hay todo tipo de aficionados, claro. Algunos prefieren los toreros técnicos y otros se emocionan con faenas más estéticas. El otro día me giré en Madrid y descubrí a un tipo muy sencillo que mostraba su brazo a los compañeros de tendido con la piel de gallina. El fútbol nos emociona a todos, pero los toros tienen algo distinto: nos dejan rumiando después de una corrida. Son misterio, emoción, estética… No sé, es algo indescriptible.
Para todos, sí, pero sobre todo para los españoles. No en vano el libro termina con estas palabras: «El espectáculo de los toros es un don para España».
España no se puede entender sin la tauromaquia. Es el único país continental europeo donde la raza del toro bravo no se extingue. El toro bravo ha existido en Polonia, en Francia, etc. Allí se cazó y se aniquiló. En España se asentó y el pueblo descubrió que era un animal que merecía la pena ser festejado. El toro es totémico y representa muchos rasgos generales de los españoles, desde el valor hasta la audacia.
Y el miedo…
Los toreros pasan mucho miedo, sí. Estar delante de un toro es muy peligroso, tengas el estilo que tengas. En un mal paso puedes quedar en una silla de ruedas cuando no directamente muerto. El miedo, además, es también universal, porque da igual torear en Madrid que en un pueblo. Hay cornadas gravísimas en todos los sitios. Eso me hace respetar a todos los toreros.
Tendrás, aun así, tus favoritos…
Yo vibro más con los toreros artistas, que son capaces de despertar en mí una chispa de emoción a través de la estética. Los toreros técnicos me gustan y me asombran pero no consiguen deleitarme. Andrés Roca Rey es un ejemplo. Es un fuera de serie, un torero histórico, pero sus faenas son clónicas, se repiten en estructura, maneras, etc. Y otros toreros como Juan Ortega, Diego Urdiales o Ruiz Muñoz tienen algo especial que verlos se convierte en una experiencia única. Cuando el toro está a la altura, logran algo que no puede lograr nadie. No sé ni cómo decirlo. Sacan lo mejor de mí.
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