Quizá el último arte clásico, ajeno a la injerencia inusitada de la tecnología (en sus diferentes vertientes) y la rapidez y mutabilidad de las modas, sea el toreo. Apegado a un reglamento antediluviano, rituario, preñado de lo que cualquier lego entendería como supersticiones, la escenificación de una corrida en el albero de un coso es la íntima e indescifrable verdad de la danza que un hombre enfrenta ante el más fiero animal capaz de desarrollar un extraordinario sentido por su supervivencia en los apenas quince minutos de lidia en el ruedo. Vida y muerte, a tiempo real, sin ambages, con la elevada crudeza y sensibilidad de tal expresión.
Los orígenes de Morante de la Puebla
La Puebla del Río es un municipio de poco más de una decena de miles de habitantes situado a una media hora, en automóvil, de Sevilla. Sus hijos más ilustres, aparte de un conocido grupo flamenco (Los Romeros de la Puebla), son el rejoneador Ángel Peralta y el diestro José Antonio Morante Camacho, Morante de la Puebla.
Además de ser, quizá junto con el joven valor sevillano Pablo Aguado, el más firme valor del toreo clásico y de arte, Morante se erige como el exponente principal del duende, de ese concepto gitano del toreo, cúspide de las tardes más recordadas (tanto por el aplauso que quiebra el pétreo tendido, como por la arrolladora bronca y lanzamiento de almohadillas que, en aluvión, generan sus “petardos”, o fiascos más sonados).
Tras debutar como novillero en Madrid en 1995, el de la Puebla tomó la alternativa en Burgos, dos años después, apadrinado por el colombiano César Rincón y actuando como testigo el maestro Fernando Cepeda. La confirmación de alternativa tuvo lugar en 1998, de la mano de Julio Aparicio y atestiguando Manuel Díaz El Cordobés.
Ha salido en volandas por el cielo de Madrid, ha descerrajado la Puerta del Príncipe de Sevilla y ha anunciado, hasta en cuatro ocasiones, su retirada de los ruedos. Personalidad extrema y desbordante, fuente de titulares para los diarios y espejo para los noveles que sueñan que un toro les retire del tráfico anodino y cotidiano de las vidas grises y recurrentes.
Su perfil más polémico
Es, con mucho, el más polémico, por opinión y por idiosincrasia, del escalafón. No duda en defender su profesión ante cualquiera. No evita el “cara a cara” ni ante políticos, aficionados, antitaurinos o cualquier otro ciudadano. En los últimos tiempos ha mostrado su cercanía con VOX, compartiendo sus postulados y, especialmente, su defensa de la tauromaquia.
Admirador de Joselito El Gallo (consiguió completar el escritorio del matador gracias a un aficionado que le regaló el biombo que El Gallo utilizaba en el despacho de su finca de Pino Montano; y no dudó en mostrar respetos ante el mausoleo de su maestro, en el cementerio de San Fernando en Sevilla, puro en los labios, levita y sombrero y sentado en una silla de mimbre), José Antonio firmó sentado en el escritorio el contrato de la corrida del 10 de mayo de 2019, en plena Feria de Abril. Morante rememoró en ella un desplante popularizado por Cúchares -diestro nacido en Madrid en el siglo XIX, muerto en La Habana y enterrado a los pies del Cristo de la Salud de Sevilla de cuya cofradía era Hermano Mayor- y que consistía en limpiar la testuz del toro con un pañuelo blanco antes de la muerte. Este gesto de respeto lo adquirió posteriormente Joselito El Gallo y Morante que añora la edad de oro del toreo, quiso rendir –vestido de canela y azabache- homenaje a su ídolo en la tarde que Aguado cortaba cuatro orejas y el de la Puebla se llevaba otra en su esportón.
No era la primera vez que Morante sacaba el pañuelo -el Domingo de Resurrección de 2016 en la Maestranza este mismo gesto pasaba desapercibido- pero en esta ocasión conseguía movilizar a los antitaurinos en las redes sociales, tildándole de sádico y torturador, considerando estos un desprecio hacia el burel el acto de secarle las lágrimas antes de la suerte suprema, si bien es notoriamente conocido que los toros no lloran.
Conviene no olvidar que el torero, que soñaba desde que tenía 3 años con que los Reyes Magos le trajeran un traje de luces, es un gran estudioso del rito y los códigos de la Fiesta.
Acusado por los mismos de participar en peleas ilegales de gallos en Sanlúcar de Barrameda, cabe recordar que éstas están permitidas y reguladas en Canarias y Andalucía y que Morante siente pasión por estos animales, suscribiendo a buen seguro las palabras de Padilla: “Amo mi cultura, el toro y el flamenco. Y mi cultura también son los gallos”.
En la plaza preferida de Joselito El Gallo, la de El Puerto de Santa María (“Quien no ha visto toros en el Puerto no sabe lo que es un día de toros”), le tiraron a Morante un gallo de los que tanto disfruta. El gesto del aficionado es de agradecimiento al maestro por su labor.
Morante desempolva detalles, es especialista en rescatar suertes añejas pero no solo es arte y belleza sino un profundo estudioso de la historia del toreo (ha recuperado lances en desuso como el galleo del bú, atribuido a El Nona, donde el capote se coloca a los hombros como si del juego infantil de los fantasmas se tratara; o ha apuntillado al toro, actividad normalmente reservada a un subalterno, como alguna vez hizo Lagartijo). Como decía Ortega y Gasset: “El día en el que en el toreo se pierda la épica y sea todo estética, la Fiesta tendrá sus días contados”.
Pero, además, el matador encuentra procedente redactar el prólogo a la nueva edición de “El arte de birlibirloque”, un compendio de aforismos y sentencias que muestran la universalidad y complejidad del toreo, escrito por José Bergamín, allá por el año 1930.
Morante, ¿el dandi español?
Morante es el dandi español por antonomasia. Con él los epítetos se tornan insuficientes. “Se torea como se es”, dejó dicho Belmonte. El de la Puebla, además, es celoso de su intimidad hasta extremos insospechados (pocos saben de sus dos matrimonios y de sus tres hijos nacidos de tales uniones, así como de ciertos trastornos psíquicos que le obligaron a tratarse en Miami, incluso, con sesiones de electroshock). Sus misterios no conocen fin. Refieren, en los mentideros, que, en su hogar, no se puede apreciar ningún tipo de fotografía suya.
La estética de Morante es la conjugación de influencias y estilos bohemios. Sus inconfundibles patillas recuerdan a la del maestro de inicios del siglo XIX Paquiro (Francisco de Paula Montes Reina) y la imagen de Morante fumando un notorio puro en el callejón es tradición que acostumbraba a seguir el ya fallecido Pana (Rodolfo Rodríguez, que dictó un brindis, del que se suponía su último toro en la Monumental de Insurgentes de México, a todas las prostitutas que “saciaron mi hambre y mitigaron mi sed cuando el Pana no era nadie. Que me dieron protección y abrigo en su pecho y en sus muslos en la mayor de mis soledades. Que Dios las bendiga por haber amado tanto”). Su alborotada cabellera, salvo cuando se viste de luces, compite con la de su íntimo amigo, el cantante argentino, y férreo defensor de la cultura taurómaca, Andrés Calamaro.
El dandismo de Morante es un hecho controvertido. Aquellos que le llaman “Mortadelo de la Puebla” por la cantidad de disfraces que usa, no han entendido que, a pesar de que tan pronto podamos verle vestido tanto como un lord inglés como con una chaquetilla de chándal de Adidas de los años 70, lo importante en Morante no es su calculada excentricidad indumentaria. El artista que cita a Unamuno o a García Trevijano es grande por su arte, por su cultura, por su empeño por defender la esencia y su estudio de la tradición. Esos nunca entenderían la belleza de las imágenes del diestro, descalzo, toreando un eral en una marisma.
Morante es el preciosismo de un artista en peligro de extinción. De aquél que conoce que solo volviendo a la pureza de lo clásico, se prestigia una conducta. El fresco y renovador aliento de una voz calmada y tranquila que promulga la pureza de lo antiguo. Su respuesta, en una reciente entrevista, ante el impacto que las cruentas circunstancias del COVID puedan tener sobre el toreo, ilustra su dandismo: “Yo intento ser guardián y vigía para mantener la tradición; cuanto más antigua, mejor; cuanto más esencia, mejor”.
Y no se queda solo en palabras; durante la cuarentena, en la que se mantuvo en forma practicando boxeo, cambió el traje de luces por el equipo de protección y la mascarilla y no dudó en ayudar a desinfectar el coso de la calle Circo, como un operario más, para que se pudieran desarrollar la Feria del Caballo y la Corrida Concurso de Jerez de la Frontera.
Ha declarado que no tiene sentido televisar corridas sin público, ya que “el toreo es cultura, una fiesta donde el público forma parte fundamental del acontecimiento”. Esperemos que pronto podamos ver el tendido a rebosar y al maestro lanceando por medias verónicas, como cantaría Calamaro.