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Si en algo podemos estar muchos de acuerdo es en cómo el consumismo ha logrado colarse en toda festividad de tal manera que nos parece un reto casi inalcanzable celebrar sin gastos extra. Quizá por eso, que una costumbre americanizada como Halloween que se impone desde hace no demasiados años en escaparates y tiendas prácticamente al terminar septiembre, moleste a tanta gente. Entiendo también que a muchos se les ponga en pie su yo interior más patriótico y se resistan a sumarse a lo extranjero, con la idea de no sucumbir a la desaparición de lo nuestro.

Tampoco es descabellado que provoque rechazo una fiesta que parece una oda a la fealdad y un baile a lo terrorífico y al mal. Y, sin embargo, resulta un poco desproporcionado el escándalo que produce en no pocas ocasiones celebrar Halloween. Sobre todo, si se tiene en cuenta su origen cristiano. Sí, es cierto que tal y como se presenta hoy poco parece tener que ver: el materialismo y la cultura secular post cristiana lo ha invadido casi por completo. Igual que está ocurriendo con la Navidad y, no obstante, nadie se plantea desvincularse de la fiesta sino reivindicar las raíces y tratar de restablecer su significado.Es verdad que los antiguos celtas de Irlanda y Gran Bretaña celebraban una fiesta el 31 de octubre, como lo hacían también el último día de otros meses a lo largo del año. Sin embargo, Halloween cae el último de octubre porque la Solemnidad de Todos los Santos es el 1 de noviembre. La fiesta en honor de todos los santos del cielo ya se celebraba el 13 de mayo, pero el Papa Gregorio III (m. 741) lo trasladó al 1 de noviembre, cuando dedicó en la Basílica de San Pedro, la Capilla de Todos los Santos. Más tarde, en la década de 840, el Papa Gregorio IV elevó la fiesta a día de precepto. En 998, san Odilón, abad del monasterio de Cluny, inició el 2 de noviembre como un día de oración por las almas de todos los fieles difuntos, y se extendió desde Francia al resto de Europa.

Como todas las grandes festividades, también el 1 de noviembre empieza el día anterior. La misma palabra indica el origen: ‘Halloween’ viene de ‘All Hallows’ Eve’, Víspera de todos los Santos, e inicia el Triduo alrededor de esta fiesta que nos invita a meditar sobre la realidad de la muerte, la esperanza en la vida eterna y en la comunión de los santos (es decir, en palabras de Pablo VI, de los que peregrinan en la tierra, de los que se purifican después de muertos y de los que gozan de la bienaventuranza celeste, y que todos se unen en una sola Iglesia; y creemos igualmente que en esa comunión está a nuestra disposición el amor misericordioso de Dios y de sus santos, que siempre ofrecen oídos atentos a nuestras oraciones).

circa 1867: Magazine illustration of a group of children putting an illuminated Jack-o- Lantern on a farm fence post on Halloween night. Engraving titled ‘The Pumpkin Effigy’. (Photo by American Stock/Getty Images)

Ha sido costumbre en muchos lugares ir al cementerio por estas fechas a visitar, limpiar y llevar flores o velas a la tumbas de los familiares difuntos, incluso pasar el día allí. El origen de la práctica del «trick-or-treat» (‘truco o trato”) en la que los niños llaman a las casas pidiendo golosinas se remonta a la Edad Media en Irlanda y Gran Bretaña en los que se paseaba por las casas pidiendo oraciones por los familiares difuntos a cambio de un “soul cake” (un dulce preparado para la ocasión). Las linternas hechas con nabos (y, más tarde, en Estados Unidos con calabazas) también formaban parte de esta noche. Tampoco los disfraces y las máscaras están desentonados con una celebración. En este caso, aunque tal vez hoy no tenga cabida esta interpretación, sí se han usado en otras épocas las representaciones y los trajes de monstruos, demonios, esqueletos, brujas y demás, como burla, para remarcar que Cristo ha vencido, que no tienen nada que hacer, que con seguridad celebramos a los santos del cielo y el triunfo de la vida sobre la muerte.

Sin duda, en la celebración contemporánea de Halloween hay muchas cosas desagradables y el significado de la fiesta se ha ido difuminando tanto que ya apenas queda sombra de sus raíces teológicas. La secularización de Halloween ha dado protagonismo a lo feo y al terror, se ha desprendido de la trascendencia y el contenido salvífico y ha obviado la victoria de Cristo sobre Satanás, el pecado y la muerte. Así pues, ¿el cristiano ha de quedarse en la sombra, alejado de toda celebración? ¿Tendría sentido que nos desmarcáramos de cualquier fiesta navideña en la que no se meditara sobre el nacimiento del Niño ni sonaran villancicos? Quizá Halloween sea una oportunidad para llevar luz donde parece que vence la oscuridad, de reivindicar las raíces cristianas de nuestra cultura y, sobre todo, un día en que los cristianos celebren e inviten a todos a prepararse para la festividad de todos los santos.