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De París antes venían las cigüeñas. Pero hace años que han dejado de ser aves migratorias, y ahora se atiborran de batracios en nuestros pueblos. Hoy son los humanos la especie migratoria. Abolimos las fronteras e imprimimos pasaportes con certificado de vacunación. De París ya no vienen cigüeñas, sino trofeos de Roland Garros para Rafa Nadal, y Champions para el Madrid. Y, hablando de Champions, de París también llegaron hace poco escenas de lo que se conoce como «no–go zone». Escenas que nos hacen exclamar, otra vez más, las mismas lamentaciones que llevamos dos décadas profiriendo. De Marsella a Molenbeek, de Manchester a Saint Denis.

La Champions número 14 del Madrid se debió haber disputado en San Petersburgo, pero, tras la invasión de Putin al país del trigo y el girasol, la UEFA cambió la sede. Y no se le ocurrió mejor idea que el estadio parisino de Saint Denis. A principios de este siglo, ya había constatación de un centenar de barriadas francesas donde la República no ejercía su autoridad, ni en donde entraba la policía. Distritos donde la única ley era la del más fuerte, y donde, tras altercados de enorme violencia —sobre todo, juvenil—, se acababa imponiendo una suerte de «Estado dentro del Estado». En 2015 había localizadas en Francia más de 750 «no–go zones», y países como el Reino Unido no le iban muy a la zaga. El multiculturalismo se había traducido en la aparición de centenares de ghettos por toda Europa.

¿Qué es una no-gone zone?

Resulta complejo catalogar e incluso definir las «no–go zones». ¿Son una especie de aljamas en pleno siglo XXI? ¿Son una reproducción, en el corazón de Europa, del tipo de vida colectiva imperante en África u Oriente Próximo? ¿Hasta qué punto es cierta la existencia de barrios islámicos europeos donde la única ley es la Sharia? ¿Meras exageraciones? Según una encuesta publicada en 2018, uno de cada tres británicos está convencido de que en su país existen innumerables «no–go zones» regidas por la voluntad de Al·lah. Hace creíble esta percepción el hecho de que, en bastantes barrios europeos, se realizan —mediante altavoces a todo trapo — las cinco llamadas diarias a la oración desde los minaretes de las mezquitas. Pero, ya sea un barrio como Mahoma manda, o un suburbio de puro caos, un rasgo muy extendido en estas calles es la ausencia de ley y orden entendidos al modo occidental. Dicho de modo resumido —y quizá simplista—, una «no–go zone» es una «non–European zone» en mitad de Europa. Como también indicaba la encuesta británica publicada en 2018, han surgido dos naciones dentro del Reino Unido, cada vez más incomunicadas y opuestas.

Un par de semanas después de la final de la Champions en París, la Guardia Civil ha intervenido lo que se ha denominado «un matadero ilegal» en la localidad madrileña de El Molar. Las personas detenidas son media docena «de origen asiático». La carne de los animales —cabras, burros, cerdos, patos, gallinas— que se criaban ahí —fuera del mínimo control sanitario— se ha estado distribuyendo en «restaurantes asiáticos» de casi toda la geografía: desde Sevilla o Valencia hasta Asturias o Vizcaya. Una noticia que puede catalogarse como otras similares, pero que tiene una particularidad: el circuito «asiático» que iba desde la granja ilegal hasta los establecimientos en cuyos menús se servía aquella carne. Un ejemplo, por tanto, de cómo dentro de Europa proliferan circuitos más bien cerrados de poblaciones exógenas con otros códigos de conducta.

De vez, en cuando, quienes aún creemos en un multiculturalismo tibiamente exótico —reducido al ultramarinos peruano que vende arepas, y un poquito de bongós en la plaza de Lavapiés el domingo por la mañana—, nos quedamos perplejos ante acontecimientos, como los de Saint Denis durante la final de la Copa de Europa. El partido se retrasó más de media hora. La UEFA, en un primer momento, echó la culpa a los aficionados del Liverpool. Pero, con el paso de las horas y los días, resultaba patente que había sucedido algo más. La policía francesa no era capaz de controlar la (in)seguridad del barrio. Turistas acosados por «manadas» de delincuentes locales, gendarmes abúlicos que sólo actuaban —con gases lacrimógenos— cuando docenas de personas asaltaban las vallas, como a veces nos pasa en Melilla.

La práctica totalidad de los detenidos en Saint Denis —acusados de hurtos, robos en grupo, violaciones, intimidación con arma, etc.— son extranjeros de cuna argelina u otros países comparables, o bien franceses de origen marroquí o argelino. Según publica en Voz Pópuli Beatriz Jiménez Nácher, «uno de los que se coló en la final de la Champions alardea en sus vídeos de pegar tiros en Siria». Se trata de un tal Ibrahim, una suerte de influencer muslim al que le gusta compartir en Instagram vídeos con armamento y alocuciones que lo alejan bastante del Dalai Lama, precisamente. Tras los incidentes padecidos por aficionados del Liverpool y del Real Madrid, Éric Zemmour aseguró que «Saint Denis se ha convertido en un enclave extranjero».

Europa desnortada

Para comprender mejor Saint Denis y el resto de «no–go zones», conviene inspeccionar la actitud de algunos jugadores del Real Madrid. Dos chicos nacidos en Madrid, Achraf Hakimi —canterano del Real Madrid que ahora milita en el PSG— y Munir El Haddadi, se identifican como marroquís, pues sus padres proceden de Marruecos. Les pesa más la identidad de origen que la civilización en que han nacido y se han criado. Al igual que muchos vecinos de Saint Denis o de Molenbeek, consideran que su pasaporte europeo es un mero documento administrativo. Comparable es el caso del rapero Morad, tal como se vio hace unos meses en una entrevista de Jordi Évole. «Mi país es Marruecos», declaraba con orgullo; pues, a pesar de haber nacido en España, «mis raíces son de ahí», asegura.

¿Es un problema de falta de identificación, o de rechazo a la integración de los «nuevos europeos»? Sea como fuere, las dimensiones del problema son innegables, y su solución no aparece por lado alguno. Más bien al contrario. Porque, para muchas personas, la identidad fuerte es la musulmana, y la identidad débil es la occidental. Raheem Kassam es el contrapunto: de origen indio y musulmán, sus padres emigraron desde Tanzania hasta Inglaterra, donde él nació. Sin apenas identificación con sus raíces religiosas, ha militado en el partido UKIP, formación hostil a la inmigración y cuyo gran éxito ha sido la salida del Reino Unido de la Unión Europea. En 2017 publicó un libro cuyo prólogo firmaba Nigel Farage y cuyo título no ofrece dudas sobre sus tesis: No Go Zones: How Sharia Law is coming to a neighborhood near you.