Skip to main content

Hace algo más de ciento veinte años nació en Santander Fernando Huidobro. Aquel joven inquieto, de gran espiritualidad, jamás hubiera imaginado el trepidante camino de su vida, que ahora recorre sus mejores etapas. De la Compañía de Jesús a las trincheras de la Guerra Civil Española, el padre Huidobro cayó muerto en la contienda, y pocos son los que conocen las virtudes heroicas de este Siervo de Dios. El profesor Emilio Domínguez lleva años ahondando en la vida del jesuita, empeñado en subir a los Altares a un legionario que siempre estuvo muy cerca de ellos.

UNA VOCACIÓN PRECOZ

Fernando Huidobro Polanco nació en marzo de 1903, cuando a los niños se les bautizaba apenas un día después del parto. Sexto hijo en una familia de nueve hermanos, Fernando pronto recibió la Comunión y antes incluso la Confirmación. La Iglesia llevaba entonces otros tiempos. El clima religioso era tal que Ignacio, uno de sus hermanos mayores, pronto se alistó en la Compañía de Jesús, y dos de sus hermanas hicieron lo propio con las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.

La España de comienzos de siglo resultó algo inestable y de Santander viajó a Melilla, para terminar cursando el bachillerato en Madrid. Pero Fernando quería estar cerca de los altares y el 16 de octubre de 1919, apenas con dieciséis años, ingresó en el noviciado de los jesuitas en Granada. Allí estudió Humanidades y Filosofía, y pocos años más tarde recaló en Nuestra Señora del Recuerdo, céntrico colegio en la capital. Poco le duró la incursión madrileña puesto que, unos meses después de comenzar Teología en Burgos, la Compañía fue expulsada por la II República y Huidobro fue a parar a Marneffe, Bélgica.

DE FRIBURGO A LA LEGIÓN

Cuando cumplió treinta años, Fernando Huidobro fue ordenado sacerdote en Valkenburg, Holanda, en aquellos años que los jesuitas vagaban por los seminarios europeos ante la intolerancia religiosa del Gobierno de la República. Aunque pasó un curso por Braga, sus superiores pronto descubriendo la hondura intelectual de este intrépido cántabro. Así, el padre Huidobro fue enviado a las universidades de Berlín y Friburgo, y en aquellas aulas universitarias conoció a Martín Heidegger. En Alemania el filósofo reconoció su inteligencia y lo propio hizo en España el catedrático de la Complutense Julián Besteiro.

Fue residiendo en Les Avins, Bélgica, cuando arrancó la Guerra Civil en España y Fernando Huidobro SJ llamó a su superior. El General de la Compañía se quedó asombrado de su determinación por acudir al frente para atender espiritualmente a todos sus compatriotas. Pero no pudo frenar su vocación. Pegarse a los altares entonces significó pegarse a las trincheras. Empeñado en atender a los más necesitados de entre los necesitados, el jesuita intentó acceder a la zona republicana, siendo finalmente imposible. Así, tras su llegada a España en septiembre de 1936, el padre Fernando fue enviado a Talavera como capellán de la IV Bandera del Tercio de la Legión. De su pecho entonces colgó el Cristo de Lepanto.

«Y SI ES LA MUERTE, SERÁ POR AMOR»

Con estas palabras del jesuita comienza el relato de Emilio Domínguez. En el frente el padre Huidobro se ganó a todos los legionarios, gracias a su compañía espiritual en todo momento. Su bravura le llevó a caer herido en varias operaciones sobre la Casa de Campo, causándole una considerable cojera, que no frenó su empeño por llevar el consuelo de la fe hasta el último herido de la guerra. Aunque eso implicase que el herido fuese él.

El 5 de abril de 1937, en una breve escapada a Villafranca de los Barros, Badajoz, profirió sus votos definitivos, que él mismo escribió en una carta como «últimos votos». Apenas seis días después, ya de vuelta en el frente, junto a su Bandera de La Legión, el 11 de abril de 1937 murió herido por un obús. Con apenas treinta y cuatro años y mientras atendía a un legionario herido en la Cuesta de las Perdices, cerca de Aravaca, el padre Huidobro falleció.

Pese a la orden de su capitán, en Fernando Huidobro reinó la lógica del altar y no se despegó de su labor, que era atender espiritualmente hasta el final. Una lógica que sólo se entiende leyendo sus escritos, que a menudo enviaba a su hermano Ignacio: «Creo que Dios ha aceptado el ofrecimiento de mi vida por los legionarios. Está la necesidad de morir para dar fruto». Para añadir, apenas un mes antes de morir: «Y si es la muerte, será por amor».

SEMBLANZA DE VALORES LEGIONARIOS

Ese amor ha llevado a Domínguez Díaz a documentar esta extensa biografía del padre Huidobro. El profesor también es presidente de la Plataforma Patriótica Millán Astray y su nueva obra recoge los principales valores que este jesuita regaló a La Legión. No en vano, tras el prólogo del historiador José Luis Orella, un par de ilustraciones del jesuita y el poema «Un capellán en el frente», del propio Domínguez, el libro recoge un decálogo de virtudes, que el autor abre con la valentía y termina, como la historia de Huidobro, con la santidad. «La beatificación está cerca y en el proceso se necesita demostrar ocho virtudes. Yo propongo a la Causa postuladora diez, y una undécima que rodea todas ellas: la alegría», explica Domínguez.

Esta semblanza del Padre Huidobro viene así a confirmar la vida heroica de un jesuita valiente pero apenas conocido y cuya subida a los altares cada vez se vislumbra más cercana. «Está habiendo movimiento y eso es una alegría porque tanto en el mundo legionario como en la familia jesuítica estamos muy empeñados en que se reconozca su santidad», añade el autor. También así lo reconocieron en su momento quienes lo trataron de primera mano, como diversos sargentos y capitanes de La Legión, la hermana de Huidobro, el periodista del ABC Juan Deportista o el propio Francisco Franco: «Trabaje usted, páter, cuanto pueda por el bien espiritual de nuestros soldados».

Un trabajo que el Padre Huidobro llevó a cabo en compañía de sus hermanos jesuitas, que pronto mostraron admiración por la figura de este páter entre trincheras. «Huidobro era sumamente servicial con todos sin llamar la atención. Sencillo, caritativo, alegre y con buen carácter. Sus conversaciones, llenas también de sentido teológico, me ayudaron mucho», escribió en 1970 el Padre Pedro Arrupe. Lo mismo confirmó el Padre Enrique Jiménez en noviembre de 1936: «En ocasiones se ha traído a hombros heridos de los rojos para confesarlos antes de morir». Un testimonio que confirma que legionarios, jesuitas y muchos españoles ahora quieren devolver al Padre Huidobro a su sitio favorito: los Altares.