Cuando de pronto una melodía nos ha trasportado mágicamente a otro lugar, a otro tiempo, ocurre como con determinados olores, que nos sorprenden y nos cautivan y despiertan sensaciones y recuerdos dormidos. Esa es la música verdadera, la que te eleva. Por eso quiero hablar de un personaje apasionante e injustamente preterido como fue una diva del XIX de origen español, Pauline Viardot, de la saga de los García. ¿Y quiénes son estos García, de los que existen cientos de miles en las –antiguas- guías telefónicas?
Una familia de genios
Se trata de una dinastía musical cuyo progenitor fue Manuel García, nacido en Sevilla a fines del XVIII. Personaje interesante donde los haya, fue un cantante de renombre: estrenó el papel de Fígaro en el Barbero de Sevilla, nada menos, bajo la dirección del genio de Pesaro, viajó por todo el mundo, desde Europa hasta América, con su compañía de ópera (incluso fue atracado por bandoleros con pistolas en el lejano Oeste) y tuvo varios hijos que fueron genios de la música.
La Malibran, María, la hija mayor, fue una diva en toda regla que murió jovencísima en París rodeada del fervor popular y aristocrático, aclamada y rodeada de ramos de rosas y tiaras de brillantes que le enviaban príncipes, reyes y admiradores de todos los puntos del mundo. Manuel, el siguiente de los hijos, al igual que su padre fue un experto maestro de canto, e inventó el laringoscopio en su afán por descubrir el funcionamiento de la voz; y, por útimo, la susodicha Pauline, nacida en París en 1821, y que, a diferencia de su hermana, sí que llegó a ser una venerable anciana, falleciendo en 1910 con 91 años. Su vida, de novela absolutamente, recorrió todo el siglo XIX y fue la musa de artistas, músicos, literatos y pintores de la Francia (y Francia era la cultura) de su tiempo.
Musset, Bizet, Chopin, Merimme, Liszt, Schumann o Hugo fueron sus admiradores, y ella reinaba en su petit palace de Bougival a las afueras de París, o también en Rusia, Londres, Berlín o Baden Baden.
La música de la España romántica
Nuestra Pauline reinó en los salones europeos y además compuso obras musicales, canciones y óperas de pequeño formato que representaba en los delicados escenarios de los teatros domésticos que construía en sus mansiones, rodeada de la espuma brillante de la sociedad de su época. Y es que en esa moda de lo español que se impuso entre la gente chic del siglo de la locomotora, nadie como los García tuvieron tanto protagonismo.
Al mismo tiempo que en la política y la moda dominaba una emperatriz nacida en Granada, cuya amistad con Merimée es bien conocida (comienza el typical spanish), los europeos empezaron a interesarse por España en esa época romántica no solo por la literatura, sino también por la música, hecho prácticamente ignorado y en el que la familia García tuvo un papel preponderante. La canción española influyó en el modo en el que los extranjeros concibieron a España en su visión folclórica y pintoresca.
Sutiles melodías con resabios de fandangos y boleros y canciones de reminiscencias hispanas se escuchaban en los salones de París, Londres y Varsovia; incluso la propia Pauline puso textos españoles a mazurcas de Chopin, en cuyo funeral cantará como homenaje al que fuera su amigo.
Brillando en Europa
George Sand, Clara Schumman, Delacroix, al que no gustaba la música sino la voz de la Viardot -en sus propias palabras- o el propio Dickens, que cruzó de Londres a París solo para escuchar el Orfeo de Gluck interpretado por esta -y, sobre todo, Turguenev, que formará un trío, dicen que honorable, junto al propio marido de la artista, viviendo en mansiones vecinas a lo largo de toda su vida-.
Porque la admirada y atractiva -que no bella- Pauline (“es muy fea- llegó a decirle un pintor a su marido antes de la boda-, pero si por casualidad no te casas con ella, avísame, que lo hago yo”), se casará y lo hará con un intelectual del que tomará el apellido, Louis Viardot, hispanista y amante de todo lo español, que llegó incluso a traducir el Quijote al francés. Este hombre, curiosamente, será el que se quede en casa cuidando de la prole para que se desarrolle la carrera de su mujer, convirtiéndose en su manager, y adelantándose en más de un siglo a eso que hoy llamamos conciliación laboral en pro de la igualdad.
Afortunadamente, parece que esta gran mujer está comenzando a salir del olvido y comienza a brillar como lo hizo en las cortes decimonónicas.
Desde Sevilla, una serie de estudiosos de su figura, como el pianista Francisco Soriano, el historiador Moreno Mengibar y el musicólogo Miguel López, se han encargado de recuperar unas partituras que dormían el sueño de los justos en la Universidad de Harvard, y actualmente se están de nuevo valorando como merecen sus deliciosas composiciones. La Asociación Sevillana de Amigos de la Ópera organizó el pasado mes de mayo el estreno mundial de las mismas, que a partir de ahora se están interpretando en escenarios de todo el mundo. En París, el reconocido barítono Jorge Chaminé ha instaurado el Centro Europeo de la Música en la Villa Viardot de Bouguival, y esta coordinando la conmemoración Nacional de esta figura en Francia.
La cultura europea
Y para conocer más, es absolutamente recomendable la lectura de la reciente obra del historiador británico, Orlando Figes, ‘Los Europeos’ (Taurus, 2020), que va ya por la tercera edición, y en la que el autor consigue recomponer el puzle de esa Europa del XIX en la que habitaron estos personajes. Se trata de un magno esfuerzo, bien documentado, en el que se va trazando el itinerario de la vida de Pauline entretejido con la historia artística y cultural del continente, que por primera vez se hacía perfectamente abarcable a través de las vías férreas que, como una sutil tela de araña, lo cubrían de punta a punta.
La extensa correspondencia conservada de Pauline en los cinco idiomas que dominaba a la perfección permite recorrer todo ámbito artístico y cultural de la época, pues se carteó con toda la intelectualidad del momento.
El auge de la imprenta, la edición de libro, las grandes tiradas de los periódicos, el desarrollo de las comunicaciones y, sobre todo, los viajes en tren, son descritos en esta obra de Figes de manera amena, divertida, deslumbrante y curiosísima, con anécdotas, pormenores de la vida de los artistas y un abundantísimo cúmulo de datos verdaderamente admirables sobre la sociedad, la economía, la geografía y las costumbres de la Europa de este siglo que resultan asombrosos.
Heine, cuando se inauguran las líneas que unen París con Orleans y Ruan en 1843, es muy expresivo cuando afirma, admirado del progreso de los tiempos: ”tengo la sensación de que las montañas y los bosques de todos los países están avanzando sobre París, ahora mismo puedo oler el aroma de los tilos alemanes, los rompeolas del mar del Norte golpean contra mi puerta”.
‘Los Europeos’, como un espejo, pone ante nuestra mirada este viejo continente que por primera vez se une, se acerca, hoy diríamos se globaliza, a través de una cultura común que llega a todos sus rincones. Será Pauline, esta franco-española, personaje inabarcable, mujer extraordinaria, inclasificable, culta, políglota, artista, compositora, intérprete y maestra, una, o quizá la más importante, de los intelectuales que lo hicieron posible. Un tizón que sobrevoló todo el continente y fue incendiando todos los rincones desde Madrid a San Petersburgo con la fuerza unificadora de esta cultura que hoy llamamos europea.
Esa cultura europea que hoy parece denostada y que nos quieren arrebatar en ese batiburrillo de mercaderías falsas en las que se mezclan lo valioso con elementos de bisutería. Esa Europa culta y refinada deudora de la filosofía grecolatina, heredera de la Cristiandad Occidental y que ha dado lo mejor al mundo. Esa Europa alegre y confiada, cuyo optimismo comenzó a derrumbarse tras la Gran Guerra, a la par que caían rodando las coronas de sus emperadores. Esa Europa excelente de la que no debemos renegar y cuyos valores sólidos pueden servir de fundamento de la actual.