Los últimos atisbos de la luz del crepúsculo que se colaban por las ventanas del corredor alumbraban de forma tenue las nerviosas figuras que allí estaban. Entre ellas, se podía divisar una esbelta y erguida que miraba con tristeza hacia la columnata del gran patio del Palacio Real, donde se contemplaba a un grupo de periodistas que vigilaban, expectantes, cualquier movimiento. Entonces, apartó la vista de la cristalera y emprendió, con paso ligero, el camino a la puerta incógnita que había bajo la escalinata exterior de piedra que une aquella con la explanada, donde le esperaba un coche con el motor encendido.
En ese momento, entró al vehículo, se acomodó en el asiento y sacó el brazo por la ventanilla para despedirse de a quienes, entre lágrimas, iba a dejar atrás. «Hasta siempre, majestad. España queda huérfana sin usted», se pudo escuchar a una voz quebrada. En ese momento, el coche comenzó a moverse en dirección a la carretera de Aranjuez, seguido por otros cuatro alineados detrás. Alfonso XIII volteó la cabeza para contemplar, por última vez, el majestuoso edificio, símbolo de la Casa Real desde hacía casi dos siglos.
A lo largo de aquel 14 de abril de 1931, Madrid había sido un auténtico hervidero. Muchos españoles, confusos ante la situación, contemplaron como una multitud de manifestantes republicanos se congregaban en diferentes puntos de la ciudad al grito de «no se ha marchao, que lo hemos echao» y «un, dos, tres, muera Berenguer». La noticia de la pronta salida del Rey ya había corrido como la pólvora después del manifiesto escrito por el monarca, en el que explicaba su marcha debido a que «Las elecciones celebradas el domingo me revelan claramente que hoy no tengo el amor de mi pueblo».
El abanderado de la Puerta del Sol
La Puerta del Sol tuvo una especial concurrencia aquel día, pues en ella se habían reunido miles de personas. Entre el gentío se encontraba un joven teniente de Ingenieros, venido desde la cervantina ciudad de Alcalá de Henares, donde estaba destinado en el Regimiento de Zapadores Minadores nº2. Pedro Mohíno Díez, de 26 años en ese momento, era su nombre y, en un instante de júbilo, se subió al techo de un camión que allí se encontraba para alzar al cielo la enseña tricolor republicana. La escena fue inmortalizada por el emblemático periodista Alfonso Sánchez Portela. Instantes después, el teniente Mohíno tomó la bandera para colocarla en el balcón del edificio de Gobernación para lanzar un mensaje a la enfervorizada multitud: este es el nacimiento de la Segunda República.
La historia de Pedro Mohíno Díez, que había sido ascendido a teniente en 1927, nos la contó Pedro Corral en Eso no estaba en mi libro de la Guerra Civil (Almuzara, 2019). Las vivencias de Mohíno conforman una de esas extrañas paradojas que, en ocasiones, la propia historia nos deja. Así, el joven militar, cuyo acto se había convertido en uno de los mayores símbolos y una de las más históricas fotografías de la España del siglo XX, encontraría la muerte frente a los fusiles de soldados que representaban a la República que él había recibido cinco años antes con tanto entusiasmo.
Amor y muerte de Pedro Mohíno Díez en la Segunda República
Tras el 14 de abril, el teniente Mohíno continuó con su carrera militar al servicio, en esta ocasión, de la República. Se caracterizó entonces, según consta en las anotaciones de su hoja de servicios, por ser un magnífico oficial, apreciado por sus superiores del cuerpo de Ingenieros, apasionado y entregado a su oficio.
En 1935, toma la decisión de unirse al Cuerpo de Guardias de Asalto, del que estaba al frente el teniente coronel Agustín Muñoz Grandes —quien después se convertiría en el laureado general de la División Azul—, primer jefe y fundador del cuerpo. Tras su ascenso a capitán, Mohíno decide cambiar de unidad al Batallón de Zapadores Minadores nº7, destinado en ese momento en Salamanca.
El alzamiento militar del 17 de julio sorprendió a los 500 hombres del Regimiento de Zapadores Minadores nº7, al mando del teniente coronel Mariano Monterde, en el Cuartel de Lepanto, situado en la Plaza de San Diego de Alcalá de Henares, ciudad en la que Mohíno ya había estado destinado y a donde había sido trasladado en abril.
Pese a que la noticia había sido recibida con gran entusiasmo por varios de los oficiales de este Regimiento de Zapadores , y a que Monterde había dado la instrucción de mantener las radios apagadas para evitar «que se encendieran los ánimos», el Regimiento recibió la orden del Ministerio de Guerra el día 20 de formar una columna junto a los soldados del Batallón Ciclista. Estos debían marchar a la carretera de Irún para combatir a las fuerzas del Bando Nacional en su avance hacia Madrid por el puerto de Somosierra.
Cuando las tropas ya habían recibido su ración de rancho y se encontraban pertrechadas y formando en el patio del Cuartel del Príncipe, el teniente coronel Azcárate, jefe del Batallón Ciclista, dio la orden de emprender la marcha, pero el capitán Isidro Rubio Paz junto con varios oficiales se negaron a salir al combate. Se inició entonces un tiroteo en el patio del cuartel que terminó con Monterde muerto y Azcárate herido y aprisionado.
Después del desafortunado incidente, el capitán Salazar comunicó a los soldados que ambas unidades militares estaban sublevadas y que pasarían a estar a las órdenes del comandante Baldomero Arana. Con la noticia de que Vicente Rojo había decretado el estado de guerra y ante la posibilidad del bombardeo republicano de los cuarteles militares, los oficiales dan la orden de que las tropas salgan y tomen diversos puntos de la ciudad. Mohíno condujo a sus tropas al Ayuntamiento, mientras que Salazar tomó la catedral Magistral.
Durante la tarde del día 20, la aviación de la República comenzó a bombardear diversos puntos de Alcalá de Henares, y el 21 una columna al mando del coronel Ildefonso Puigdengolas, apoyada por la aviación que despegó del propio aeródromo de la ciudad complutense, se dirigió hacia allí para poner la plaza bajo control del Bando Republicano. Los militares sublevados salen al encuentro de Puigdengolas a bordo de camiones, donde, ante la promesa de respetar la vida de los alzados, se rindieron.
Entonces, el capitán Mohíno, que se había dirigido el día antes al Ayuntamiento alcalaíno con la bandera tricolor y al grito de «¡Viva España! ¡Viva el Ejército! ¡Viva la República!», fue detenido junto con sus compañeros y trasladado el 23 de julio a la cárcel Modelo de Madrid. Un mes después de su traslado se produjo el asalto de milicianos a la Modelo, en el que murieron el aviador Julio Ruiz de Alda, Melquiades Álvarez, Manuel Rico Avello, Elviro Ordiales Oroz, Fernando Primo de Rivera, José Martínez de Velasco, José María Albiñana o los generales Rafael Villegas y Osvaldo Capaz.
Los que sobrevivieron a la matanza presintieron que su asesinato no iba a tardar en producirse y, el 23 de agosto de 1936, un día después de los asesinatos, los militares que se habían sublevado en Alcalá de Henares fueron juzgados de forma sumaria y condenados a morir frente a un pelotón de fusilamiento por “Delitos contra la seguridad del Estado y del Ejército”.
Así, el comandante Baldomero Rojo Arana, los capitanes Isidoro Rubio Paz, Pedro Mohíno y Juan Aguilar fueron conducidos el lunes 24 de agosto de 1936 a la explanada de la Escuela de Arquitectura de la Ciudad Universitaria, donde sucumbieron ante las balas. El cuerpo de Mohíno, de 32 años en ese momento, fue inhumado en el Cementerio de la Almudena, donde su cuerpo no fue exhumado hasta verano de 1939, cuando el fuego de la guerra ya se había apagado. El capitán Mohino, tal y como relata la crónica del ABC del 20 de junio de 1939, fue hallado junto a sus compañeros y al ya mencionado Julio Ruiz de Alda.
En una esquela publicada en agosto de 1939 dedicada a “los caballeros españoles del Batallón Ciclista de Alcalá de Henares”, aparecía el nombre de Pedro Mohíno y sus camaradas, de los cuales se dijo que “cayeron gloriosa y cristianamente, en la madrugada del 28 de agosto de 1936, fusilados por los poderes rojos en la Ciudad Universitaria de Madrid” —aunque, como se ha indicado, su fusilamiento se produjo el 24—, a la par que se anunciaba una misa de campaña en el lugar en el que se les dio muerte.
Pedro Mohíno Díez y los militares que junto a él se sublevaron en Alcalá de Henares no lo hicieron en contra de la República, sino del mal Gobierno que permitió que se llegara a la situación más trágica que un país puede vivir: la Guerra Civil. Ejemplo de ello es que, cuando se dirigieron al Ayuntamiento de Alcalá de Henares, lo hicieron empuñando la bandera tricolor, al igual que hizo aquel 14 de abril de 1931, la misma que se encontraban defendiendo los miembros de aquel tribunal popular que les condenaron y los que apretaron el gatillo del fusil.