Los desaires de la memoria histórica a José María Pemán no lo son al escritor. De hecho, el escritor, por cada busto retirado o placa conmemorativa arrancada o nombre de colegio retirado, gana un buen puñado de lectores y de relectores, que es lo único que él necesita para volver a desplegar los poderes encantatorios de su articulismo.
A nadie se le escapa que las razones son políticas, aunque también se esconde —ojo— un trampantojo en esto. No persiguen al escritor franquista, qué va, sino al que apostó por la transición a través de una reconciliación nacional pilotada por la Casa Real. Asombra ver hasta qué punto los artículos proyectivos de Pemán durante el franquismo profetizaron, como ha comprobado Hughes en ABC, la constitución española. Por tanto, esta inquina a Pemán hay que situarla dentro del movimiento estratégico en marcha de impugnación al régimen del 78. El Toisón de Oro que le concedió el Rey es lo que más les pesa.
Pero centrémonos nosotros en la lectura, que es lo nuestro. Porque de tanto leer placenteramente a Pemán como antídoto a tanto encono, quizá hayamos encontrado la clave oculta de su figura literaria. Hasta el extremo que hemos estado tentados a titular este artículo «La novela de Pemán». Hemos preferido el «Poema» por 1º) amor a la aliteración; 2º) porque veremos que la poesía juega el papel protagonista en esta historia y 3º) porque, a fin de cuentas, descubriremos un poema épico, con una emoción antigua, en la que el héroe persigue un destino esquivo entre los bandazos adversos de las circunstancias.
Digámoslo pronto: Pemán quiso siempre ser poeta y prácticamente no quiso ser nada más. Ese es el hilo de Ariadna que no hay que soltar para atravesar el laberinto de su vida y, sobre todo, de su obra. Existe un punto muy teatral de dramatismo auténtico porque es, precisamente, esa faceta poética la que menos se le reconoce. Sus memorias —si se leen siguiendo ese hilo rojo— adquieren una tensión creativa que pone al desprevenido lector —una vez que se ha dado cuenta— al borde del sillón.
Zarandeado por la vida política
La tensión salta desde las primeras páginas. José María Pemán confiesa haber nacido el 16 de diciembre de 1917, día de su primer discurso público, aunque había nacido a la vida el 8 de mayo de 1897. Se explica: «las biografías de artistas y escritores deben referirse casi exclusivamente a su vida de arte y letras, que ha de ser, si cumplen su labor con autenticidad, su vida más verdadera». Hay una primera lucha (Aquiles contra Héctor) entre su vida de escritor puro (ese «casi exclusivamente») y los requerimientos de la vida social y política, que no fueron pocos.
Él mismo relata las escaramuzas, los encontronazos y los esquinazos del combate. Cuando Miguel Primo de Rivera lo requiere para la política, glosa: «Empezaba sobre mi obra la proyección de la rota y agitada vida política e ideológica de España que tanto me ha zarandeado y angustiado durante toda la vida». Más claro no puede confesarse: «zarandeado y angustiado». La insistencia obsesiva en el tema del zarandeo es muestra de sinceridad: «Yo no he sentido nunca afición ni gusto por la política», afirma. Cuando Franco le aconsejó: «Haga como yo, Pemán, y no se meta en política», no estaba haciendo cinismo, sino crítica literaria. Sabía muy bien a quién tenía delante, y cómo respiraba su espíritu.
Ese desapego político, Pemán lo demostró con hechos. «La vida del escritor y la defensa de su arte tienen que estar constituidas por una serie de “fugas” y de renunciamientos, por un constante descomprometerse con las avalanchas exteriores para salvarse a sí misma». Incluso al finalizar la guerra, cuando más requerido era, nos cuenta: «procuré en aquel instante, con vehemente tensión de mi espíritu, zafarme de todas las inercias y peligros que trae consigo una victoria para el que de algún modo está enganchado a la vida pública del bando victorioso». Hasta en tres ocasiones rechazó sendas carteras ministeriales. Como sonaba para ministro y no lo era al final, nos explica: «Los muchos españoles que creen que nadie puede, de verdad, no desear ser ministro, tendrán esta repetida y siempre esquivada cercanía, por fracaso o torpeza. Yo lo tengo apuntado entre los más garbosos «quiebros» con que, en mi vida torera, he logrado no ser alcanzado por ningún toro gazapón y de malas intenciones». A pesar de tanto esfuerzo de evasión, no se libra de los remordimientos. Cuando recibía cartas de JRJ, confiesa que sentía «casi un tormento de envidia y remordimiento para mi desparramada vida promiscua y activa de aquella hora».
Con todo, no se rindió jamás del todo a las incitaciones de la vida política y social, a pesar de su firme vocación de servicio a su catolicismo, a España y a la monarquía, que le vedaba la opción de la torre de marfil. Por eso, nos cuenta, con un prurito de legítimo orgullo: «los grupos políticos, como tales, ya sabían que sólo contaban conmigo a medias, sin adscripción ni compromiso. De este modo he podido defender lo que más amo en la vida, que es mi profesión literaria».
Pero no acaban aquí las asechanzas. Había una segunda parte, no bastaba la Ilíada, sino que necesitaba la Odisea. Esto es, tenía que llegar a casa como Ulises. Soñaba con regresar a la Ítaca de su lírica entre Caribdis y Escila. En la misma vida literaria también le esperaban otras trampas o, al menos, José María Pemán las concebía así. Siempre fue agudamente consciente de sus sirenas: más allá de la política, la facilidad, la profesionalización, el éxito de público, los compromisos comerciales, etc. «Ya está mucho del peligro y tentación de mi facilidad, propicia a crear una gran fachada con poco “interior” tras ella».
Pugna por la Poesía
Una constante del análisis de su propia obra literaria es la percepción de la sombra que los otros géneros literarios proyectan entre sí y sobre su poesía. «Yo mismo, como cultivo tantos géneros distintos, les doy hechos a mis críticos y comentadores los burladeros para quitarse de en medio después de banderillearme». Llevó siempre esta herida en carne viva: «Quiero decir que el reconocimiento de mi primacía en la oratoria suele ir acompañada de una vaga sonrisa displicente para el género en sí mismo. Es, un poco, como el benévolo “dejarlo que hable”, que se dice de los niños o los chiflados». Y sigue: «También alcanzo muy buena nota en el articulismo: unanimidad que se explica en torno a un género que, por ser personalísimo y directo, desarma, con su independencia y buen humor, muchas de las sentencias arbitrarias sobre los Pemanes de paja». Y sigue: «En Poesía [obsérvese que la mayúscula que le otorga a la poesía no se la ha puesto él ni a la oratoria ni al articulismo ni al teatro] la nota es bastante más discutida y absolutamente discrepante entre las grandes zonas de lectores y los exquisitos». Ahí le duele. Tanto que de su primera novela (Romance del Fantasma y doña Juanita) dice: «Era una novela pugnando por convertirse en poema». Él estuvo pugnando siempre.
Para colmo de males, entorpece también a su poesía su éxito personal, del que presume a veces con una desconcertante sinceridad, quizá compensatoria. Puede hacerlo porque no valora ese éxito. Casi lo teme. Le irrita que le digan que su persona es superior a su obra; y concluye: «Si no fuera bastante desconcierto el de mi obra, donde el poeta le hace la competencia al articulista, y el articulista al orador, y el orador al comediógrafo, a todos, para completar el lío, les hace la competencia José María Pemán».
¿Tuvo razón en su suspicacia constante? Sí y no. Gracias a ella, un autor que lo fue todo en España en su época, y en casi todos los órdenes, pudo mantener una humildad que hasta los más acérrimos enemigos le reconocen, además de una atención continua a los jóvenes creadores, y un punto de saludable autoironía. El peaje que tuvo que pagar para tantas virtudes fue quizá que lo que más deseó salvar, que era su poesía, se le escapó. ¿De verdad? Sí y no.
En lo estrictamente poético, sí, pero hay poemas en su obra que permitirían una pequeña antología sólida. Pienso que la repetida anécdota de sus años de bachillerato puede tener implícita una enseñanza de mayor alcance que el chascarrillo divertido sin más. ¿La recuerdan? El profesor de Literatura de San Felipe Neri encarga a toda la clase que, para el próximo día de clase, traigan hecho un soneto cada uno. El joven José María hace con soltura todos los de la clase, y luego los va repartiendo entre sus compañeros, guardándose para sí (el ordo caritatis) su preferido. El profesor los lee con aprobación, pero el que menos le gusta es el de Pemán: «Usted, José María, no va para poeta». El adolescente masculla entre dientes: «Para lo que no voy es para crítico». Siempre sospeché que su profesor le exigió más porque le adivinaba el talento, pero también podría ser que Pemán no fuese, en efecto, el mejor crítico de su propia poesía. Más que en el neopopularismo, que él prefería, o en el neocalderonismo de sus redondillas morales, sus mayores logros están en cierto postmodernismo sentimental que practicó poco, como en el «Nocturno a Margarita», y en las concesiones al humor, cuando no se tomaba la poesía (como se la tomaba) demasiado en serio, como en «La Feria de Abril en Jerez».
Añadiría, en segundo lugar, que sus mejores páginas de poesía se encuentren en sus artículos, o incluso en algunos fragmentos de sus novelas o de sus obras de teatro. Como en aquella parábola de Borges en que muchos pájaros emprenden un largo viaje en búsqueda del dios de los pájaros y mueren muchos y pasan muchas penalidades, pero cuando llegan a la cumbre del Everest donde supuestamente tendría que estar el dios se dan cuenta de que el dios son ellos, los treinta que han llegado. Los poemas de Pemán son los textos que han llegado al fondo de nuestra alma, emocionándonos. Y esos son muchos, en cualquiera de sus géneros, aunque especialmente en el articulismo. No en vano González Ruano definió la columna como el soneto de la prosa. Quizá pudo escribir artículos con su especial soltura gracias a que sus grandes sueños literarios estaban en otro género.
En tercer lugar, hay un poema más, que es el implícito en su biografía. Es uno épico. La fidelidad de toda una vida a una vocación literaria, que no se abandona ni ante las tentaciones de la facilidad, ni ante las de la fama, ni ante las del éxito en otros géneros ni ante las de los magnetismos del poder y la gloria y ni siquiera por las llamadas del deber. Las heridas casi secretas —el desdén de los exquisitos— en esa aventura contribuyen a hacer la historia mucho más emocionante y auténtica. Pemán, desde luego, y su obra están entrenados a una firme resistencia interior. Pudieron con el halago y con la gloria, sin perder el núcleo puro del ansia poética verdadera y dolorida. ¿No van a poder ahora con unos desaires que apenas despeinan a este poeta del sur, hecho a los vientos de levante? Pemán en su vocación poética constante, en sus solícitos servicios a su fe y en su inabarcable obra literaria es un ejemplo caleidoscópico, talentoso y perenne.