Las de los coches, no. La de la pelirroja y la del dinosaurio, tampoco. Coco, a riesgo de que me excomulguen, bah… Las demás me fascinan y, hasta que llegara el tiempo de las prohibiciones, cada Pixar suponía una visita obligada al cine. Reservaba con tiempo la entrada e iba pegando saltitos de la emoción. Por supuesto sin niños, que distraen. La última, Soul (2020), como se estrenó directamente en Disney +, tuve que verla con mis hijos, confinados por entonces. Me llevó lo que Lawrence de Arabia de tanto pausar para ilustrarles sobre el dualismo, el alma, el limbo, la transmigración… Así que en adelante, como hago con las películas en blanco y negro, las veré solo, que no soporto que mis acompañantes no se entusiasmen cuando toca. Soy el único cerdo de mi casa digno de tal perla.
No crean… Me fastidia poner a Pixar por las nubes porque todo el mundo lo hace, pero en este caso diría que todo el mundo acierta. A veces pasa: el éxito no implica calidad, pero tampoco la excluye. Pixar ha conseguido encadenar una veintena de películas que son vanguardistas en la técnica y geniales desde el punto de vista narrativo. Una hazaña para el campo de la animación solo comprable a la de Disney en los años cuarenta. Lo de Blancanieves se consideró irrepetible hasta que la nave de Buzz Lightyear, en el cada vez más lejano 1995, aterrizó en la colcha de la cama de Andy.
Como manda el periplo del héroe, el camino hasta llegar ahí fue largo y llego de obstáculos. En el libro Creatividad S.A. (2014), Ed Catmull, parte fundamental del milagro y luego presidente de Pixar y Disney Animation Studios, cuenta los erráticos comienzos de aquellos visionarios a los que nadie echaba demasiada cuenta, porque aquellas figuritas que hacían con sus ordenadores eran novedosas sin duda, pero no de un modo muy prometedor. Hacía falta un trabajo faraónico para, por ejemplo, animar una mano humana que, por otra parte, no parecía muy humana.
Tras su paso por la Universidad de Utah, Catmull lideró un grupo de innovación para el NYIT. Desde allí llamó la atención de George Lucas, quien lo contrató para que creara un departamento informático que pudiera colaborar en los efectos de sus futuras producciones. Fue entonces cuando ficharon a John Lasseter, en adelante el corazón creativo de la compañía. Y quien dice fichar dice recoger porque Lasseter acababa de ser despedido de Disney. En cuanto vieron que su proyecto en 3D La tostadora valiente no iba a resultar ni más barato ni más rápido que la animación tradicional, lo sentenciaron y le dieron una caja para meter sus cosas.

Soul, la última película de Pixar
Con todo, el trabajo en Lucasfilm parecía ilusionante, y lo fue hasta que una mariposa aleteó, George Lucas se separó y la productora se vio obligada a una poda severa para que la exmujer de Lucas tuviera para sus gastos. La división informática de Catmull y Lasseter era rea de muerte, pero entonces llegó Steve Jobs y puso 5 millones encima de la mesa. La idea del beato y despechado Jobs no era la animación, sino la venta de ordenadores personales que pudieran competir con Apple. Empezaron comercializando el Pixar Image Computer, una máquina capaz de producir imágenes con una resolución sin precedentes. Una ruina.
Mientras la línea centrada en el hardware naufragaba, la animación avanzaba, aunque a paso de hormiga. Lasseter era nominado a los Óscar en 1986 por su cortometraje Luxo Jr., cuyo protagonista acabaría convirtiéndose en la más icónica de las vocales. Al año siguiente, y de nuevo con guion y dirección de Lasseter, Tin Toy conseguiría la estatuilla. Éxitos pírricos en cualquier caso porque la empresa era una sangría de dinero. Jobs había puesto a esas alturas 56 millones de su propio bolsillo. Estaba harto y puso la empresa en el escaparate, pero cuando Microsoft ofertó 90 millones, él pidió 120. Y así con otras ofertas que fueron llegando. Catmull duda de que verdaderamente quisiera vender, como si en realidad se dejara querer para recordarse las razones de su inversión.
Todo cambia en 1991. Jobs firma con Disney un contrato para la realización de tres películas. La primera de ellas parte de la idea de Tin Toy, se llama Toy Story, recauda 361 millones de dólares y cambia para siempre el mundo de la animación. Le seguirían Bichos (1998) y Toy Story 2 (1999). Así hasta llegar a Soul, estrenada a finales del año pasado. Un total de 23 largometrajes con una media de calidad tan alta que han creado su propio marco de referencia. Una película de Pixar solo puede ser comparada con otra película de Pixar.
Son buenas de un modo apabullante. A nivel técnico demuestran una meticulosidad enfermiza. A nivel de fondo, de historia, son de una alegría contagiosa y al mismo tiempo de una profundidad legible que ya quisiera para sí Cristopher Nolan. Porque lo incomprensible puede ser profundo o superficial, como poder… Pero da lo mismo porque nadie lo sabe y a nadie le importa.

John Lasseter, la mente de los grandes clásicos de Pixar
Las películas de Pixar son, al unísono, hondas y luminosas, he ahí su gran logro. Y se trata de un logro sostenido: al menos la mitad de sus películas son obras maestras. Y eso no lo explica la genialidad de Lasseter, tampoco directores poseídos por la inspiración como Pete Docter o guionistas superdotados como Andrew Stanton. Hay algo que tiene que ver con el funcionamiento del estudio, con su estructura de taller capaz de encauzar el talento de cientos hacia una excelencia que consideran obligada y en cuya búsqueda invierten cuatro años por película.
Catmull apunta que el éxito tal vez se deba al seguimiento de dos principios. El primero: “Lo importante es la historia”. Desde luego se busca, como se ha dicho, que visualmente sean innovadoras e irreprochables. Se cuida el temblor de la última hoja del último árbol del fondo, pero siempre a favor de la historia, gravitando en torno a ella.
El segundo: “Confía en el proceso”. Cuando arranca el proyecto, dice Catmull, es un “niño feo”, arrugado, un bebé escuálido en el que ni su madre es capaz de adivinar algo prometedor. Toca desvelarse y ordeñarse la cabeza para alimentar a la criatura. Up (2009) empezó siendo un castillo flotante en el que vivía un rey con sus dos hijos. Monstruos S.A. (2001) trataba de un contable que debía enfrentarse a unas alucinaciones terribles que parecían fruto de su imaginación.
De aquellas remotas semillas a lo que se estrena, hay un proceso tortuoso, correcciones que ya han sido corregidas y que deben volver a serlo, papeleras rebosantes de ideas que eran buenas pero no lo suficiente. Todo está presidido por el convencimiento de que lo perfectible ha de ser perfeccionado. Mucho jiji-jaja, mucho buenrrollismo de bobós californianos, pero el sustrato de Pixar es un nivel de exigencia que estará por ahí arriba, en alguna parte. Tienen, por ejemplo, una dinámica que llaman Braintrust y que no es otra cosa que exponer el trabajo a la mirada crítica de personas ajenas al proyecto. Se exige total franqueza y, tras los primeros halagos de rigor que son como la amabilidad del verdugo, se remangan y entran a degüello. Saben que si la complacencia llega, la excelencia se queda sin sitio.
Y la dinámica da sus frutos, demasiados como para considerarlo un golpe de suerte o una buena racha. Tanto es así que la compañía, comprada por 5 millones a finales de los ochenta, a Disney, en 2006, le costó 7.4000. Aquella venta, no obstante, levantó recelos. Pese a la rendida admiración que Pixar ha profesado al legado de Disney, los empleados temieron por su independencia. La idea era, sin embargo, que Pixar siguiera siendo Pixar y que Disney volviera a ser Disney. A día de hoy, 15 años después de la adquisición, puede afirmarse que ambos objetivos se han cumplido.
Veremos qué pasa en adelante. Tienen anunciada una película sobre un tritón, otra sobre los orígenes de Buzz y una con un panda rojo. Habrá que ver porque me consta que cada vez tontean más con cuestiones de corrección política, y ya se sabe que esta, al igual que la complacencia, nunca comparte techo con la calidad. Quizá acaben limpiando sus almas hasta el punto de que ninguna inspiración pueda arraigar en ellas. Quizá.
En cualquier caso, aunque así fuese, aunque su época dorada al fin declinase –y algún día habrá de hacerlo–, lo bailado, bailado está. Su veintena de películas seguirán siendo uno de los mayores hitos creativos de nuestro tiempo. Y lo mejor es que son muy de nuestro tiempo, muy del siglo XXI con sus revisiones, intertextualidades, deconstrucciones, sensación crepuscular… Y aun así, alegres, esperanzadas. Pixar ha demostrado que, pese a las apariencias, seguimos viviendo en tiempos artísticos.