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Remix de Máquina Total que podrían hacer ensordecer a un heavy, la cara de niño bueno de Emilio Aragón por todas partes, la sintonía del Equipo A, la movida europeísta, las guerras a la hora del telediario, y el artefacto odioso del disc-man, que logró la inesperada proeza de empeorar al walkman. Después de años de reivindicación de los 60, los 70 y por supuesto los 80, nadie parece interesado en volver la mirada hacia la explosión cultural de los 90. ¿Y sabes qué? No me extraña.

Crecí con Michael Knight haciendo piruetas por estrechas carreteras a 326 kilómetros por hora. El día que vi que los Blues Brothers actuaban detrás de una reja que no dejaba pasar botellas voladoras asesinas y salvaban su vida en tan dramática circunstancia, decidí que yo también podía salir ileso del escenario y monté un grupo de rock. Vi morir a demasiada gente talentosa víctima de una sobredosis. Intenté reparar un enchufe en casa siguiendo el ejemplo de MacGyver, y con ello confirmé, siendo bien jovencito, la existencia del ángel de la guarda, porque yo debería ser ahora mismo un cadáver con los pelos como los de Einstein. Y cuando la cosa se ponía fea, todos los zagales de mi generación creíamos firmemente en que llamar a El Equipo A era una posibilidad; de hecho, sigo creyendo que puedes contratarlos, y no vas a conseguir sacarme de ahí.

Mi generación tuvo los referentes de finales de los 80 y comienzos de los 90. Ahora todos nos hemos dedicado a tener hijos, trabajar, lavar el coche los domingos, bailar en las bodas de otros, y cosas así, pero antes estuvimos a punto de morir algunas veces, pero nunca tan cerca de la muerte como los de las cohortes inmediatamente anteriores. Al menos nosotros sabíamos que la droga mata, que el Gobierno miente, que el alcohol cuando conduces solo es divertido si no te importa perder todos los dientes de una sola vez, y nos tocó padecer un montón de música de mierda por haber nacido entre dos mundos musicales. Si tienes algo que objetar, solo te diré una palabra clave: bakalao. Es una contraseña generacional. La pronuncias y te empieza a doler la cabeza, que en las radiofórmulas esa cosa competía con las Spice Girls (que eran Mozart y Bethoven juntos al lado del máquina) en un tiempo en el que Los Secretos sacaban sus mejores discos y nadie les hacía ni caso.

¿Qué deberíamos añorar?

Hay algo divertido en la escasa reivindicación de la década de los 90, porque de alguna manera somos pioneros en no idolatrar los años de nuestra adolescencia. ¿Por qué no idolatramos los 90? Porque no encontramos allí nada divertido, bello o sugerente de lo que presumir, más allá de Linda Evangelista, Claudia Schiffer, o Cindy Crawford.

Crecimos escuchando hablar a nuestros padres y hermanos de las cosas increíbles que ocurrían en los 60, los 70 o los 80, pero no se nos ocurriría contar historias a nuestros hijos sobre el la intensa y fascinante vida cultural y social de los 90. ¿Qué vida cultural? ¿Quién sabe exactamente qué ocurrió en los 90, además de que los chavales de La Movida que tanto se habían divertido en los 80 cayeron en una profunda depresión autodestructiva al descubrir que a sus peterpans también se les cae el pelo?

Es cierto que la televisión en España se había vuelto en color, y que de pronto podíamos elegir entre tantos canales que a duras penas lográbamos recordar sus nombres. Eran cuatro, creo. A otras horas, era siempre lo mismo, Nieves Herrero, Jesús Hermida cayéndose de la silla, María Teresa Campos, Norma Duval contorneándose, Mariñas, y luego estaba Emilio Aragón, que presentaba todos los programas posibles, excepto alguno que conducía su hermana Rita Irasema; Martes y 13 se cachondeaba con mucha gracia de aquella circunstancia.

En la radio, tuvimos la fortuna de despertarnos con Antonio Herrero y acostarnos escuchando a José María García colgarle el teléfono a cualquier presidente si consideraba que le estaba mintiendo durante la entrevista; esa tensión radiofónica, esa radio nueva y vigorosa, se ahogó en Marbella el 2 de mayo de 1998, con Antonio.

La excepción mediática, la comidilla de aquella prensa de titanes y directores excéntricos, y la radio de las estrellas, fue la pimienta en una década irrelevante, pero, en todo caso, nada de eso crea posteridad cultural. La prensa, como los medios, están condenados a morir mañana sin dejar huella. Lo bueno es que nos curtió, en una época en la que la opinión pública tenía mucho más interés en ver desfilar a las Mama Chicho que en prestar atención al Gobierno; exactamente al contrario que hoy.

De pronto somos europeos (apasionante)

En lo político, vivimos algunas cosas importantes, pero entre los 10 y los 20 años los acontecimientos históricos que te marcan solo ocurren dentro de los bares. El problema es que yo tenía 8 años cuando cayó el Muro de Berlín, y mis padres no me dejaron salir de copas para celebrarlo. Padecimos un montón de noticias tristes en los periódicos, casi todas relacionadas con las Guerras del Golfo o con la Guerra de Bosnia. De alguna manera, mi generación aprendió a leer la prensa saltándose las páginas bélicas, no por apatía, sino porque teníamos la certeza de que las guerras se producían siempre en los mismos lugares y para toda la eternidad. De todas aquellas viejas contiendas que iban a ser eternas, solo queda la de Israel y Palestina.

Murió Freddy Mercury víctima del SIDA y daba la sensación de que nunca nadie lo había tenido antes. Lo cierto es que en donde la droga arreciaba, era bastante habitual. De niño, los yonkis nos atracaban poniéndonos una jeringa en la garganta y diciendo que estaba «contagiada del SIDA». En las discotecas bailamos a nuestros primeros amores rodeados de imbéciles que estaban hasta el culo de las nuevas drogas sintéticas, y ciertamente, nunca encontré el más mínimo atractivo a estar mil horas en el limbo creyendo ver elefantes rosas voladores por el techo; no sé, tal vez soy un tipo raro, pero yo prefería mirar a las rubias de falda corta.

Por ser un tiempo tan anodino, supongo, los 90 alumbraron la Unión Europea, que fue como hacer que la horrible burocracia soviética saltara del lado malo al lado bueno, y reconstruirla allí a conciencia. Hoy la institución solo lanza infinidad de prohibiciones absurdas, toneladas de papeles e impresos oficiales, y sirve para que quienes han dedicado toda su vida a un determinado partido político se larguen a Bruselas con un buen sueldo y cierren el pico sobre lo que han visto de puertas adentro durante los últimos 50 años; especialmente lo que han visto entre el fundador del partido y la joven secretaria.

El día en que pudimos pasar a la historia

La cosa empezaba a ponerse divertida a finales de los 90, y ya habíamos visto a Clinton y Boris Yeltsin bailando en el telediario con una cogorza de vodka que haría disecarse a un hipopótamo, pero entonces llegó el CD y la nostalgia de los chasquidos del vinilo se fue a la mierda para siempre. Ya solo podíamos empeorar.

A la gente se le ponían los ojos en blanco con Titanic, los niños veían Parque Jurásico y luego tenían pesadillas -¿qué coño esperabas?-, y yo me volví loco con los videojuegos de fútbol, quizá solo para darle la espalda a la televisión. A fin de cuentas, durante los 80 alucinaba con Remington Steele y ahora pretendían que se me erizara la piel viendo Ally McBeal, que me provocaba más sueño que una porción de tarta de lormetazepam.

En el último suspiro de los 90, al fin nos dieron un buen aliciente para pasar a la historia. Ya sabes, el Efecto 2000 y todo eso. Se suponía que íbamos a morir a lo grande. Que seríamos la última generación de adolescentes en bailar borrachos en Nochevieja, y eso excitaba secretamente nuestras ansias de posteridad. Pero, lo recordarás, a las doce de la noche del aquel día 31 del fin de siglo no pasó nada en absoluto, a excepción de que en seguida fueron las 00:01, después las 00:02 y así sucesivamente, hasta que se acabó el ron, se armó una inmensa pelea entre colegas frustrados en medio de la fiesta, nos quedamos todos sin apocalipsis zombie y sin nada gordo que contar a nuestros nietos, y yo decidí irme a desayunar para inaugurar el nuevo siglo con un resacón milenarista del que todavía no he logrado recuperarme.