Hace unos años, cualquier niño capaz de hablar respondía sin esfuerzo a la mayoría de las preguntas que lo woke ha transformado en debates con apariencia científica en su afán por retorcer la naturaleza. Hoy, cuestiones como qué es un hombre o una mujer mantienen en vilo al cientismo y academicismo de Norteamérica y, como si a la ciencia y a la academia correspondiese clarificar estas cuestiones, justifican millones de dólares anuales en papers, observatorios, cátedras y cirugía.
The Daily Wire, la plataforma liderada por el comentarista político Ben Shapiro y el realizador Jeremy Boreing en la que Candace Owens o Matt Walsh desarrollan la tarea a veces tan poco rentable de llamar a las cosas por su nombre, acaba de producir, precisamente, ¿Qué es una mujer? (What Is A Woman?), un documental presentado por Walsh que expone el desconcierto y la devastación causados por la ideología de género en los Estados Unidos. También la incomodidad, las evasivas que provoca entre expertos y víctimas una pregunta tan sencilla como la que lleva por título.
Al comienzo, una profesora de estudios sobre la mujer, el género y la sexualidad de la Universidad de Tennessee se queda en silencio ante el reto de definir mujer sin utilizar esa misma palabra, mientras la esposa de Walsh, atareada en la cocina, muestra menos problemas para evitar la tautología, sin detentar una posición académica que le obligue a retorcer la verdad en lugar de reconocerla: «Un humano adulto hembra».
Una iniciativa mal recibida entre los políticamente correctos
Huelga decir que el documental no ha sido recibido con agrado allá donde impera la corrección política devenida en tolerancia represiva. Un trabajo que demuele la ideología de género en un momento de la historia en el que reconocer que cada ser humano tiene un sexo determinado por su nacimiento es tanto como desenvainar una espada para afirmar que el pasto es verde, que decía Chesterton.
Tal vez, muchos de los interlocutores de Walsh declinasen responder para evitar el rechazo social que en tantas ocasiones han visto sufrir a su alrededor, y es posible que su silencio ayude a obviar el entramado de manufacturas con el que tantas personas construyen su vida, abordado en la primera mitad de la película. El constructo, resumido por una terapeuta de afirmación de género, sostiene que «el sexo y el género son mucho más que una realidad binaria: algunas mujeres tienen pene, algunos hombres tienen vagina», y explica que ese aprendizaje procede de su convivencia con personas transgénero, al parecer depositarias de un conocimiento especial, superior, de la condición humana.
Los testimonios recogidos en el trabajo de Walsh evidencian la delgadez a veces imperceptible de la línea entre lo naif y el totalitarismo. Como el de una profesora de estudios de género, visiblemente incómoda al ser preguntada, defensora de que una mujer es una persona que se identifica como tal: «Cuando alguien te dice quién es, debes creerle». O el congresista demócrata Mark Takano, de igual modo a disgusto, frente a la consulta de cómo responder a las mujeres que no quieren ver genitales masculinos en sus baños y vestuarios: «Creo que una persona que quiere usar el aseo de mujeres y se identifica como transgénero realmente se considera mujer».
«Nadie está dispuesto a hablar de nada»
Si la primera parte de ¿Qué es una mujer? enseña la realidad paralela en la que viven los promotores del cambio de sexo, la segunda transciende de la ideología a su aplicación práctica en niños y adolescentes, algunos persuadidos por psicólogos escolares de que necesitan someterse a un tratamiento hormonal y una cirugía para evitar un suicidio, según ellos, seguro.
El relato más descarnado del documental es el de Scott Nugent: «Soy una mujer biológica que hizo una transición médica para parecer un hombre, pero nunca seré un hombre». Entre el relato de las dolorosas complicaciones quirúrgicas por las que pasó, sentencia: «Estamos masacrando a una generación de niños porque nadie está dispuesto a hablar de nada».
El contrapunto al testimonio de Nugent lo pone la confesión no menos cruda de Marci Bowers, transexual y médico artífice de más de dos mil vaginoplastias (operaciones de cambio de sexo de hombre a mujer), que ante la pregunta sobre la edad de su paciente más joven no duda: «dieciséis», inconsciente de cómo la hipersexualización de la infancia, llevada hasta la cirugía irreversible, se traduce en adultos emocionalmente dañados, débiles y, por lo tanto, manipulables.
Años de implantación de una agenda ideológica han propiciado que cada paseo por ciudades como Washington, Nueva York o San Francisco conlleve el encuentro con personas de las que resulta muy difícil determinar su sexo a simple vista. Un fenómeno en proceso de exportación desde los Estados Unidos a Europa, antes descrito en Un daño irreversible, de Abigail Shrier o desarrollado en La Revolución Sexual Global, de Gabriele Kuby, y ahora llamado por su nombre en ¿Qué es una mujer?, de The Daily Wire.