Leyendo en algunos suplementos culturales reseñas del blockbuster del verano a pesar de la pandemia, Tenet, parece que algunos críticos, erigidos en comisarios del pensamiento, están buscando convertir a Christopher Nolan en el nuevo Clint Eastwood a efectos ideológicos; es decir, un director de éxito que, pese a ello, no lo olvidemos, es un fascista irredento.
En Icon (El País), tras el estreno de la última superproducción cinematográfica dirigida por Nolan, se preguntaban si la película en cuestión era una “castaña de derechas.” En la reseña de marras, a Nolan le dan hasta en el carnet de identidad haciéndose eco de las críticas proferidas por los periodistas Jordi Costa y Jonathan Sturgion (The Guardian): “obsesión por el control”, “Dunkerke es una película pro Brexit”… hasta se lee, en un momento, “extrema derecha”. En palabras de Sturgion, que titula su corrosiva crítica como “porno Tory” (Tory es como se conoce al partido conservador británico), “…Si Christopher Nolan oye alguna voz, es la de Margaret Thatcher desde 1987.”
Cabe preguntarnos: ¿por qué esta ojeriza con Nolan y con sus películas?
No sabemos a quién vota Nolan. Tampoco sabemos si se ha hecho una selfie orgullosa con Boris Johnson. Ni siquiera sabemos si en su mesita de noche tiene un busto de la dama de hierro o una figurita de Donald Trump.
Si nos atenemos a lo que sí sabemos de Nolan, estudió en el mismo colegio que Rudyard Kipling (Haileybury College) y se licenció en literatura inglesa en la misma universidad que G.K. Chesterton (la University College of London, una universidad laica). De su apariencia, Manuel Hidalgo, ha escrito en El Mundo que “su robusto y elegante aspecto queda lejos de la imagen estereotipada del artista bohemio. Hasta en los rodajes -como Hitchcock- viste con traje y corbata, a veces con gemelos en los puños de la camisa. Tiene más aspecto de hombre de negocios de la City o de político liberal norteamericano que de cineasta”. O sea, primera pista: Nolan es un tío elegante, profesional de éxito, de sana apariencia y, sobre todo, provisto de una buena educación.
De su vida personal, podemos sacar un poco más de tela que cortar. Por un lado, cierto conservadurismo (ese mismo que aplica en casa la ministra de Igualdad): lleva 23 años casado con Emma Thomas -quien también es la productora de las películas de Nolan- y tienen cuatro hijos; y, por otro lado, redoble de tambor, una identificación política clara con el progresismo: en 2012 el matrimonio Nolan-Thomas contribuyó económicamente en la campaña de reelección de Barack Obama.
La respuesta en sus películas
Sin embargo, seguimos sin contestar a la pregunta que nos cuelga en la cabeza. La respuesta podemos encontrarla, probablemente, en sus películas.
En la mayoría de ellas hay élites implicadas y enseñan una vida de lujos y grandes decisiones (en Batman, un multimillonario luchando contra los criminales; en Origen, una guerra corporativa de muy altos vuelos; en Tenet, viajes caros por todo el planeta, traficantes de armas y agencias de inteligencia), son películas muy caras, en tiempo, dinero y personal humano, que generan retorno en la cuenta de resultados, tienen una factura audiovisual impresionante, puede que insuperable, reactivan frenéticamente el cerebro del espectador (no sabe uno si, con pena o con rabia, observaba en el cine a todos los que dejaron de seguir el hilo de Tenet y volvieron a su actividad favorita: el teléfono móvil) y exponen debates profundos (justicia, caos, redención, amor, ilusión) no aptos para acérrimos de los enemigos imaginarios o de los dogmas establecidos en memes.
Es decir, quizás, la sal en la herida es que Tenet, Batman, Interstellar u Origen no acusan a algo indefinido como el neoliberalismo heteropatriarcal falocéntrico de todos los males, ni sus protagonistas están, desde que nacen, predestinados a la miseria social sin que ninguna fuerza, control o poder sobre sus vidas sea posible, como sí hacen otras películas que bien conocemos dentro de nuestras fronteras.
Las películas de Nolan, en suma, aspiran a entretener, a hacer dinero, y a que los espectadores se hagan preguntas con sentido, a que lleguen, por sí mismos, a sus propias conclusiones, y las segundas, en el mejor de los casos, buscan justificar una nueva partida en los presupuestos generales del Estado; en el peor, intentan crear en el espectador la sensación de que el mundo, y sobre todo el mundo democrático y desarrollado, es un lugar horrible y que cualquiera que ose disentir de ello es una mala persona.
A pesar de todo, y sin que sirva de precedente, puede que los comisarios políticos del pensamiento tengan razón, al menos en parte. O sea, que Nolan, en sus películas, explore valores y temas que esos mismos comisarios calificarían, despectivamente, como conservadores, de derechas o fachas.
¡Bienvenido el cine conservador!
El ejemplo paradigmático es Interstellar, en donde la trama sobrepasa tiempo, gravedad y espacio para mostrarnos algo hermoso y primario: el amor entre un padre y su hija. “Una vez que somos padres, nos convertimos en los fantasmas del futuro de nuestros hijos” dice un inmenso Matthew Mcconaughey en su papel protagonista. En el universo creado por Nolan en Interstellar, el amor es una dimensión más, que puede medirse, que define nuestras decisiones y nuestro futuro.
Ahora, en Tenet, Nolan sigue retorciendo constantes naturales de la vida humana: el tiempo, las decisiones y sus consecuencias, y lanza preguntas muy estimulantes en una época en la que estamos totalmente anegados de incertidumbre, volatilidad y ambigüedad. ¿Podemos cambiar el pasado? ¿Podemos influir en el futuro? ¿Hasta dónde nos va a llevar el desarrollo tecnológico? ¿Merece la pena defender el mundo que hemos creado?
Temas, es cierto, alejados del heteropatriarcado, de la visibilidad no binaria, o de la violencia estructural del capitalismo que nos aboca inexorablemente hacia el apocalipsis y otros asuntos varios que poco importan al ciudadano que lucha día a día por pagar sus facturas.
En definitiva, ya sea por envidia o por guerra cultural, la ojeriza en cuestión debería importarnos bien poco. Ciertamente, si el entretenimiento que ofrece Nolan en sus películas es conservador, pues ¡bienvenido sea el cine conservador!