Decía de él Miguel Mihura que parecía que acabase de dejar su yate aparcado en la bahía, tras dar la vuelta al mundo por tercera vez. Jacinto Miquelarena (1891-1962) pertenecía a una estirpe de periodistas cultos y cosmopolitas que se anticiparon décadas a eso que los americanos llamaron el “nuevo periodismo”. Ver, viajar y escribir fue su leitmotiv vital hasta que no le quedó tinta en sus venas, como recordó Pilar Narvión en su obituario.
Pionero del periodismo deportivo, antes casi de que existiese, corresponsal en múltiples países, novelista, autor de comedias… Hubo una época en la que su apellido fue muy famoso en España pues, junto a sus numerosas publicaciones, se hizo popular la frase pronunciada por su amigo Pedro Mourlane, otro escritor olvidado: “¡Qué país, Miquelarena!”, exclamada tras presenciar ambos cómo un militar humillaba a un subalterno. Desde entonces, y durante décadas, la expresión pervivió en el acervo popular para referirse a la España más chusquera.
Deporte, humor y poesía
Bilbaíno, de familia burguesa, pasó parte de su juventud en Cuba e Inglaterra. Con veinte años ya era redactor de La Nación en Argentina. De vuelta a España fundó, con solo veintidós años, uno de los primeros diarios deportivos, el Excelsior, para el que cubriría las Olimpiadas de Amsterdam en 1928.
Emparentado con Camba en la cosa de meter el humor en sus artículos periodísticos, Mihura, de nuevo, decía que Miquelarena se levantaba “a las nueve y empezaba a fabricar sonrisas con su máquina de escribir”. José María Sánchez-Silva, autor de Marcelino, pan y vino, lo definía como “una perpetua sonrisa”. Un caballero de otra época, que se quitaba el sombrero para saludar y besaba la mano de las señoras.
Entre viaje y viaje, entre crónica y crónica, su conocimiento del inglés le permitió traducir el poema If, de Rudyard Kipling, que entonces era desconocido en España. Gracias a él, los versos se convirtieron en lectura obligatoria dentro de la asignatura escolar de Educación Política y empezó a conocerse en nuestro país la obra del británico. Autor de varios libros sobre sus viajes a Holanda o Nueva York, su estilo entronca entonces con el 27 y con Gómez de la Serna, que lo calificó como uno de los grandes gregueristas.
Falange y Guerra Civil
Amigo de José Antonio Primo de Rivera, acudía a la tertulia de la Ballena Alegre, en el café Lion, junto con Agustín de Foxá y Rafael Sánchez Mazas. La guerra le pilla cuando se prepara para cubrir los Juegos Olímpicos de Berlín. Asilado en la embajada argentina, pues era perseguido por sus simpatías falangistas, relató sus siete meses de refugiado en El otro mundo y en Como fui ejecutado en Madrid, donde se centra en el Madrid de las checas y los paseos.
Tras salir de la ciudad, auxiliado por un diplomático argentino, en la Salamanca nacional es nombrado primer director de Radio Nacional de España. Allí creará a Pepinillo y a Garbancito, dos personajes que se hacen muy populares entre el público infantil. También colabora en La Ametralladora, la revista humorística de Mihura, Tono y Neville, predecesora de La Codorniz.
Recorriendo el mundo
Durante la II Guerra Mundial será corresponsal de ABC en diferentes frentes, siendo el primer periodista español que entra en Rusia: “Todavía no he olvidado el siniestro museo de cadáveres que era Lemberg cuando penetré en la ciudad y contemplé lo que dejan los soviets de drama y espanto en sus retiradas hacia el Este”.
Pasará también por Yugoslavia y Grecia, donde encuentra judíos sefarditas y se alimenta gracias a las vituallas que algunos periodistas alemanes le hacen llegar desde Munich o Hamburgo. Volverá a Rusia de nuevo antes de que termine la contienda.
En Buenos Aires, como corresponsal de la agencia EFE, volverá a coincidir con Ramón Gómez de la Serna, para luego recalar en Londres, donde trabajará para ABC hasta 1960. Estando en Inglaterra vive una última aventura: una expedición al Polo Norte. Se trataba de un crucero-cacería de osos polares organizado por una agencia de viajes.
El periodista vivirá sus dos últimos años de vida en París, cubriendo para ABC la crisis política producida por la guerra de Argelia. En esta época se siente acosado por el director del periódico, Luis Calvo, que le acusa por escrito de defraudar a sus lectores. Esto, unido al temor a un posible cáncer incurable, acabó por empujarlo hacia el suicidio: en agosto de 1962 se lanzó a las vías del metro parisino. La prensa acabó achacando su muerte a una caída producida tras sufrir un desvanecimiento.
Recientemente, sus peripecias vitales han sido recogidas por Leticia Zaldívar, doctora en Filología y nieta del escritor, que ha realizado una profunda investigación sobre el personaje en ¡Qué país, Miquelarena! (Renacimiento, 2020).