Devoré estas Navidades pasadas los últimos capítulos de la 6ª temporada de The Crown, la producción británica que nos cuenta, al hilo de la vida de la ya fallecida reina Isabel II de Reino Unido, muchas otras cosas interesantes.
Creo que hay varias razones para disfrutar de esta serie. Aunque no quiero destripar nada, he hecho ya mi primera faena en el anterior párrafo que ahora remato: la reina se muere, claro. Gran episodio final, todos estamos de paso y da igual la pompa o la circunstancia. Ese capítulo, Sleep, dearie, sleep, es un final que hace honor a la serie y a su gran protagonista a su pesar: una mujer que ha intentado cumplir con su deber toda su vida -qué cosa más… ¿admirable? ¿rara?- se encamina a la Eternidad. Que Dios, precisamente, la salve.
Más que razones, que he dado ya una, la más importante, voy a mencionar algunos episodios memorables y parte de la arquitectura que hace a The Crown, a mi entender, inolvidable. Podrían ser treinta y nueve puntos, pero el artículo se haría largo.
Vaya por delante que la fe anglicana (aunque se respire otro espíritu imperceptible planeando en algunos capítulos) está presente con las limitaciones propias y humanas. La reina reza (y se arrodilla para hacerlo al lado de la cama, como a algunos nos enseñaron nuestros padres); la reina no puede perdonar y está preocupada por ello. La reina lucha por su matrimonio, que no es algo negociable. O tiene dudas sobre cómo lo ha hecho como madre, o siente envidia, celillos, o se cree ignorante. Y se encuentra sola a veces: con lo feliz que hubiera sido ella en el anonimato criando caballos.
Decir que los actores son impresionantes es casi lugar común para gran parte de las series británicas. Junto a Isabel II, el príncipe Felipe y la princesa Margarita son las otras dos figuras clave que pasan de la juventud a la madurez y a la vejez, tres actores en cada caso, nueve en total, perfectos, personajes absolutamente bordados. Secundarios, con todo, el resto, aunque los sucesivos primeros ministros de Reino Unido (de lo mejor de la serie, aunque Thatcher sale, casi, la peor parada), Lord Mounbatten y otros familiares adquieren relieve en algunos episodios y temporadas.
Hay dos relaciones fundamentales que sostienen la serie, y a la reina de paso, de nuevo con las limitaciones de los seres humanos reales y no reales. Para mí, la más conmovedora es la de las dos hermanas, maravillosamente concluida en la última temporada (Ritz, episodio 8). A lo largo de la serie Margarita se nos muestra como una mujer desmesurada, asignada (resignada después) a un segundo plano, capaz de meter la pata -pésimo ojo para los hombres- y de ser una tirana. Y, a la vez, brillante y, lo más significativo, con corazón, algo de agradecer en aquellos gélidos páramos donde tan poco se abrazan (atención a Monarquía hereditaria, capítulo 7 de la 4ª temporada).
La otra trama es la matrimonial de Felipe y la reina. Cualquier matrimonio es un misterio grande. Felipe es atractivo, insoportable a veces, tontea y algo más (parece). Pero no se marcha, ¿un cierto sentido de la lealtad quizás? Eso sí, lo mismo le suelta una fresca a un amable pastor anglicano, o es cabezota como una mula de carga, que se reconoce simplemente humano y llega a decir algo sensato (esto al final es más evidente, no antes).
Y luego hay más: muy presente la “gran” historia tanto de Reino Unido como mundial de los últimos setenta años (entre otros muchos, Misadventure, episodio 1 de la 2ª temporada), encuentros idealizados (Polvo lunar, 7 de la 3ª) y un impactante retrato de Churchill (Asesinos, capítulo 9, temporada 1ª). También hay capítulos ligados a “otros parientes”: los Romanov (La casa Ipatiev, episodio 6 de la 5ª temporada), la historia de la madre del príncipe Felipe, Alexandra de Battenberg (Bubbikins, episodio 3 de la 4ª temporada) o las andanzas y tejemanejes del tío Eduardo VIII (entre otros, Vergangenheit, episodio 6 de la 2ª temporada).
Pero no todo es oro. Aunque aquí no voy a dar cancha a los anglófobos (tras algunas fobias hay a veces una admiración soterrada), el tema es mucho más de andar por casa. Hay algunas (buenas) razones para pasar rápido por determinados capítulos o partes de capítulos, y me van a perdonar esto los fans de Diana. Porque precisamente hay que mencionar todo lo relativo a los vaivenes del matrimonio Carlos-Diana, que se va desarrollando (sin absorber todo, afortunadamente) en la 4ª, 5ª y parte de la 6ª temporada y que puede resultar pesado y poco (o nada) interesante a pesar del meritorio trabajo actoral.
De igual modo, ni el príncipe Guillermo ni Kate en la 6ª temporada ofrecen mucho aliciente, posiblemente porque el nivel de las anteriores temporadas y tramas dejaron el listón muy alto. Y, sobre todo, porque comparados con los personajes de la generación anterior resultan éstos mucho menos atractivos que aquellos con todas sus complejidades.