Entre el 13 de abril y el 8 de mayo del 586, Recaredo sucedió a su padre, Leovigildo, como rey del Regnum Gothorum. Si Leovigildo fue uno de los reyes arrianos más importantes de España, el hito histórico del reinado de Recaredo fue su conversión al catolicismo hacia febrero del 587. Con el abrazo a la fe de los habitantes peninsulares hispanorromanos, el monarca dio un paso definitivo para la consolidación del Reino visigodo de Toledo.
La solemnidad del acto fue de tal trascendencia que tuvo un considerable impacto en la cultura. Ejemplo de ello son los famosos cuadros de José Martí y Monso y Antonio Muñoz Degrain. En la actualidad también tiene presencia, pues el parque temático Puy du Fou lo escenifica, con la espectacularidad que lo caracteriza, en su espectáculo El misterio de Sorbaces, donde se narra el conflicto entre Recaredo y su hermano, Hermenegildo.
La conversión de Recaredo no se entendería sin el reinado de su padre, Leovigildo. Este, además de conquistar el reino suevo de la Gallaecia, gran parte de los dominios bizantinos en la Bética o de extender el poder regio hasta Septimania, planeó un concilio en el 580 en Toledo. Aunque uno de los episodios más importantes en esta cuestión fue la revuelta iniciada en la Bética (579-584) de su hijo Hermenegildo, que se convirtió al cristianismo, bajo la influencia de Leandro, se proclamó rey y expulsó al clero arriano de las ciudades bajo su control.
En el mencionado concilio, intentó la integración de los obispos católicos en la Iglesia del reino e, incluso, estructurar una nueva fórmula trinitaria en la que confirmó que Cristo era Hijo de Dios e igual al Padre, pero se rechazaba su divinidad de espíritu, algo inaceptable para los católicos.
Sin embargo, Leovigildo comenzó a mostrarse favorable al cristianismo de forma pública. Se dirigió hacia los sepulcros de los mártires y a los templos católicos a orar, haciendo ver a la población hispanorromana que compartía su fe con ellos. Incluso en la propuesta conciliar del 580, se llegó a referir al catolicismo como nostram catholican fidem. Con estas manifestaciones, parece que Leovigildo también intentaba atraer al catolicismo al clero arriano. De hecho, logró ver que la población hispanorromana jamás aceptaría el credo arriano. Del mismo modo, contemporáneos a Leovigildo, como el papa Gregorio el Grande y Gregorio de Tour afirmaron que el rey visigodo antes de morir llegó a ver el triunfo de la fe católica y que no hizo pública su conversión por miedo a una revuelta de los visigodos arrianos.
La conversión de Recaredo y el Concilio III de Toledo
Recaredo sucedió a su padre a comienzos del 586 y asumió la idea de Leovigildo de que la unidad del reino exigía la unidad de credo, aunque, a diferencia de él, comprendió que la religión común había de ser la católica niceista. No había transcurrido ni el primer año de su reinado cuando se convirtió al catolicismo y se bautizó hacia febrero del 587. Crónicas como la del papa Gregorio I narran que la adopción del catolicismo del nuevo monarca se debió a la misión que le encomendó su padre en su lecho de muerte, quien también le encargó la tutela e instrucción espiritual del rey a Leandro. Así, en el 589, Recaredo reunió a los obispos en Toledo en el III Concilio, descrito por Isidoro en Historia Gothorum como el acto definitivo de reconciliación entre el rey, el pueblo -godos y romanos- y los designios de Dios.
Para la preparación del Concilio, Recaredo dispuso tres reuniones preliminares. En la primera, convocó al clero arriano y animó a sus miembros a reunirse con los católicos para poder convencerse de cual era la verdadera fe. La siguiente fue una reunión conjunta entre obispos arrianos y católicos, donde surgió un debate que ganaron los segundos. De hecho, el propio Recaredo intervino en ella y señaló que ningún milagro de curación había sido realizado por los arrianos.
Por último, celebró otra en la que solo convocó a los católicos y les expuso que estaba convencido de la verdad del catolicismo y, en ella, fue ungido con el crisma -ungüento utilizado en la administración de ciertos sacramentos- y entró de forma oficial en Iglesia católica. Las reticencias del clero arriano causaron que una de las cuestiones de mayor trato de cara al Concilio III de Toledo fuera el pacto de las condiciones mínimas para que el clero arriano pudiera integrarse con dignidad en la estructura eclesiástica niceista.
El Concilio III de Toledo se celebró el 8 de mayo del 589 y este supuso el acto que escenificó y dio fe publica a la conversión oficial del reino. En él, Recaredo y sus aristócratas y el clero católico, discutieron sobre las diferentes posturas y cerraron y oficializaron el proceso. Todo el acto supuso, no solo la conversión de la élite arriana, sino la legitimación definitiva del dominio visigodo sobre Hispania.
La solemne reunión discurrió de la siguiente forma. En primer lugar, Recaredo, sentado entre los obispos, tal y como hizo el emperador Constantino en Nicea, declaró, después de una plegaria, que su conversión se había hecho pública “solo unos días después de la muerte de nuestro padre”. A continuación, entregó al Concilio un pliego con su declaración de fe -escrita de su puño y letra-. En ella decía que aceptaba el dogma de la Trinidad establecido en Nicea y Calcedonia, al igual que las formas rituales que se recogieron junto al símbolo de fe en el concilio de Constantinopla. Después, afirmó que él había ganado para la Iglesia católica la nación de los godos y la necesidad de instruir a ambos pueblos -visigodos e hispanorromanos- en la fe católica. Su intervención finalizó con la firma del documento por él y por la reina Bado, momento en el que la asamblea rompió en aplausos y aclamó a Dios y al rey.
Tras la intervención del rey, ocho obispos, aristócratas y religiosos arrianos, abjuraron los dogmas de Arrio. Además, acordaron, aprobaron y firmaron veintitrés cánones. Sesenta y dos obispos acabaron firmando las decisiones del Concilio. Al final, la reunión concluyó homilía hecha por Leandro de Sevilla, figura principal del Concilio, en la que hizo una exaltación universal de la Iglesia. En ella, Leandro resaltó que la proclamación definitiva la fe verdadera en Hispania era un plan de Dios y que, a través de ella, se añadía a los visigodos al cuerpo único de la Iglesia de Cristo, donde toda diferencia de raza y de origen era superada.
Las consecuencias del Concilio III de Toledo
El Concilio III de Toledo tuvo un significado y consecuencias amplias. En primer lugar, evidenció que lo católicos contaban con teólogos mucho más capacitados que los arrianos, como Leandro de Sevilla. Además, la normativa que surgió de él dio un peso importante a los obispos católicos en la legislación civil y, por tanto, de la influencia hispanorromana en los gobiernos de los reyes visigodos.
Por otro lado, Recaredo tuvo que hacer frente a un complicado proceso de convencimiento de la parte de la aristocracia arriana, que creó toda una serie de conspiraciones en el entorno regio. De hecho, su conversión no solo implicaba problemas religiosos, sino étnicos, de entender el arrianismo como algo inserto en la identidad de los visigodos, que podrían verse incluso como una orgullosa minoría dominante. Sin embargo, la otra parte de la aristocracia visigoda era partidaria de la integración con los hispanorromanos y entendían que, más allá de lo religioso, el asentamiento y estabilización de la monarquía pasaría por instaurar un modelo homogéneo más próximo al romano.
Pese a que es posible que la maniobra de Recaredo tuviera como fin principal la legitimación política a través de la adopción de la fe de la población hispanorromana, su conversión al catolicismo fue uno de los grandes hitos del periodo visigodo en España. De hecho, es el más trascendente junto a la conquista del reino suevo por parte de Leovigildo y la publicación de un código legal homogéneo con la promulgación del Liber Iudiciorum por parte de Recesvinto en el 654. Con estos acontecimientos, los visigodos consiguieron la unidad política, territorial, religiosa y legislativa.