Enemiga declarada de los mitos ideológicos, la historiadora francesa Régine Pernoud retrató la Edad Media como un periodo rebosante de creatividad y dinamismo. Una edad de crecimiento de las artes, la ciencia y las instituciones sociales y políticas. Sus tesis la condenaron al ostracismo en los círculos de la historiografía académica, pero miles de lectores en todo el mundo siguen disfrutando de sus libros de divulgación rigurosa.
Basta con ojear cualquier periódico o ver un par de telediarios para encontrarse el adjetivo “medieval” utilizado como insulto, como sinónimo de atraso, superstición y miseria. La frase suele ir acompañada de tópicos desmentidos mil veces, como el derecho de pernada o la carencia de alma de las mujeres. Pocas personas hicieron más para combatir esa imagen falsa y simplista que la medievalista francesa Régine Pernoud, quien logró situar sus obras, traducidas a muchos idiomas, en las estanterías de los más vendidos.
Nacida en 1909 en Nièvre, se licenció en Letras con 20 años en la Universidad de Aix-en-Provence y se doctoró con una tesis sobre la historia del puerto de Marsella desde sus orígenes hasta el siglo XIII. La ausencia de vacantes para profesores universitarios, unida a un cierto recelo hacia las mujeres en el ámbito académico, provocaron que renunciara la carrera docente y se dedicara a trabajar en museos y archivos. Fue, en el fondo, una suerte: si hubiera llegado joven a una cátedra, quizás habría sido una erudita tan brillante en su especialidad como desconocida para el gran público y hoy no estaríamos escribiendo este artículo.
Erudición, ironía y visión de conjunto
Su primer éxito editorial llegó en 1947 con A la luz de la Edad Media, una contundente refutación de la visión del Medievo que triunfaba en escuelas y universidades. Fue el primero de muchos libros de divulgación, exquisitamente escritos, con erudición, ironía y una potente visión de conjunto, capaz de captar y explicar las tendencias y pulsiones de la época. “Como historiadora”, dijo, “me he planteado un desafío: plasmar en lenguaje sencillo lo que he descubierto mediante investigaciones complejas”. No cabe duda de que lo logró.
En Para acabar con la Edad Media, una de sus obras más difundidas, rechaza el propio concepto de Medievo, que reduce todo un milenio a una mera bisagra entre dos tiempos luminosos. “Se podría reservar el término de Edad Media para los dos últimos siglos [XIV y XV]”, explica, que sí tuvieron carácter transitorio. “Solo para este último período estarían justificadas las opiniones simplistas para las que la Edad Media fue una época de guerras, hambres y epidemias”. El resto fue mucho más que un término medio: fue la época en la que se forjó nuestra civilización, nada menos.
Según su visión, el hombre medieval tuvo una relación con la Antigüedad clásica más saludable que la de los renacentistas (“los pedantes renacentistas”, los llama ella): fue capaz de tomar lo bueno, revistiéndolo de espíritu cristiano, sin buscar el mimetismo y rechazando lo malo. Para explicar la relación del hombre medieval con la cultura grecolatina, cita la famosa frase de Bernardo de Chartres: “Somos enanos subidos a hombros de gigantes”. Enanos, sí; y gigantes, también; pero, asumiendo la grandeza de la cultura anterior, es consciente de que ellos, los enanos de su tiempo, podían ver un poco más lejos que los gigantes anteriores. Habían superado en algo el saber existente.
¿Feministas en tiempos de las catedrales?
Un aspecto concreto ocupó buena parte de su obra: la posición de la mujer en la Edad Media. Según su tesis, las mujeres tenían una posición más preminente que la que tendrían a partir del Renacimiento, debido al reforzamiento del Derecho romano -más limitador que el de tradición germánica- y a la asimilación, mal entendida, de la herencia clásica. En el medievo, reinas, abadesas o señoras feudales alcanzaron un gran poder terrenal, y hasta las más humildes tenían un papel de importancia en el hogar. Fue a partir del Renacimiento, y más aún con la Ilustración, explica, cuando se alcanzaría el mayor nivel de discriminación hacia las mujeres.
La clave de ese estatus, según Pernoud, fue la transformación de la familia, transformada por la aportación del cristianismo. “La aparición del hogar en el sentido estricto del término desempeñó una función cierta en el nuevo lugar que ocupó la mujer en el seno de la comunidad familiar. Para ella fue un símbolo de la integración en la vida común, lo contrario de lo que fue el gineceo y de lo que es el harén; uno y otro confinan a la mujer en un sitio aparte, son símbolos de su exclusión”.
Clotilde, Leonor de Aquitania o Juana de Arco fueron algunas de las mujeres concretas que estudió la historiadora. En el caso de la última, se convirtió en una de las mayores especialistas e impulsó la creación de Centro Juana de Arco, del que fue la primera presidenta. La mujer en el tiempo de las catedrales refleja su visión de conjunto sobre el tema.
Historia de las vidas concretas
Mientras Pernoud publicaba sus obras, la historiografía marxista estaba en boga en casi toda Europa. La Escuela de los Annales, en concreto, dominaba las universidades francesas hasta asfixiar cualquier visión alternativa. En estas corrientes, la Historia se leía como una sucesión de causas y consecuencias sociales. Más telescopio que microscopio. El individuo era secundario. El resultado: el género de la biografía quedó casi en el olvido, ya que se consideraba algo frívolo, poco digno de la dedicación de los académicos serios.
A contracorriente, nuestra protagonista se concentró en las vidas concretas como forma de entender un tiempo y un lugar, sin renunciar, claro, a entender el contexto. “La biografía es para mí lo más apasionante del mundo, y también lo más significativo; es portadora de sentido en la investigación histórica”. En sus obras, Pernoud entiende el personaje en su marco, profundiza en sus motivaciones, fortalezas y debilidades, y los presenta como seres complejos e interesantes.
La editorial Acantilado ha rescatado en nuestro país dos de sus mejores biografías: Leonor de Aquitania y La reina Blanca de Castilla. Ambas son tan amenas y se leen como novelas, aunque detrás de ellas se intuye una minuciosa labor de documentación. Otro libro publicado recientemente por la misma editorial es Eloísa y Abelardo, que recoge la historia de una pareja casi mítica que vivió en el siglo XII: el filósofo Pedro Abelardo y su esposa Eloísa, cuyas cartas son una de las cumbres de la literatura epistolar. Su compleja historia de amor y poder, que recorre universidades y abadías, ayuda a entender la riqueza del periodo.
Matanzas, hambrunas y epidemias
Sus libros, unidos a las de otros autores –Jacques Le Goff, Charles Homer Haskins, Christopher Dawson…- explican la Edad Media y, sobre todo, explican nuestro mundo. Fenómenos modernos, desde el turismo -heredero de las viejas peregrinaciones- hasta las epidemias, claro, se comprenden mejor a la luz de un período tan complejo como rico en aportaciones.
Precisamente por eso, por la complejidad y la riqueza, no cuesta imaginarse la reacción de Régine Pernoud cuando una documentalista de televisión le pidió algunas imágenes que representaran la Edad Media para ilustrar un programa. Ante la incomprensión de la historiadora, siguió explicando: “Sí, que den una idea de la Edad Media en general: matanzas, degollaciones, escenas de violencia, de hambrunas, de epidemias…”
Está claro que aquella joven no había leído ninguna de las obras de Pernoud, mucho más centradas en las catedrales, las universidades o las copisterías de los monasterios que en los mitos ideológicos que describen una edad tenebrosa.