La caída de Minas Tirith era inminente. El fuego y el puño de hierro de los orcos habían atravesado las puertas principales mientras el Mithrandir alentaba a los soldados a luchar hasta el último aliento. Cuando la batalla ya era solo por el honor y la defensa de sus vidas, el cuerno de Rohan rugió sobre el Pelennor y su respuesta al auxilio hizo vibrar el mármol de la Ciudad Blanca.
Rohan, uno de los últimos pueblos libres de la Tierra Media, acudía para evitar la devastación de la Ciudad de los hombres de Góndor. Los pendones y estandartes con el caballo blanco y dorado de los Rohirrim se alzaban orgullosos entre las picas y las lanzas que portaban sus jinetes. Al frente de la formación su rey, Théoden, de carácter recio, pero noble y valeroso.
Ante una escena que helaría el más audaz de los corazones, Théoden dispuso a sus hombres para la última carga de los Señores de los Caballos. “¡Caerán las lanzas, se quebrarán los escudos, pero aun restará la espada! ¡Rojo será el día hasta el nacer del sol!”. El rey recorrió entonces la primera línea que conformaban sus hombres, chocando su espada con las lanzas en señal de camaradería: “¡Cabalgad, galopad, cabalgad hasta la desolación y el fin del mundo!”.
Como el agua de una cascada irrumpiendo con bravura contra las rocas, las capas esmeralda de los jinetes de Rohan cargaron contra las hordas orcas al grito de “¡Muerte!” y, con Théoden a la cabeza, sembraron la desbandada y el pánico ante un enemigo arrugado por el pundonor de los Rohirrim y de su rey.
Bernard Hill: un gran Théoden en un elenco de ensueño
La adaptación cinematográfica de la trilogía de El Señor de los Anillos, dirigida con maestría por Peter Jackson, contó con un elenco de actores con los que los fans nos acabamos encariñando. El rol protagonista recayó en la pareja de hobbits formada por Frodo y Sam (Elijah Wood y Sean Astin) y Aragorn (Viggo Mortensen), el dúnedain destinado a sentarse en el trono de Góndor y a convertirse en el rey de los hombres.
La amplitud de personajes de la obra de J. R. R. Tolkien y la gran habilidad de los escritores del guion de El Señor de los Anillos -Peter Jackson, Philippa Boyens y Fran Walsh- causaron que muchos de ellos tuvieran momentos espectaculares e icónicos en pantalla. El Gandalf encarnado por Ian Mckellen es el más destacado de estos roles. Sin embargo, hubo varios personajes -ajenos a la Compañía del Anillo- que se lucieron, como la Éowyn de Miranda Otto al enfrentarse con el Rey Brujo de Angmar, o el rey Théoden, cuyo papel recayó en el actor inglés Bernard Hill.
Cuando el equipo de Peter Jackson se encargó de hacer la selección de actores, no había en él figuras que tuvieran la talla de “megaestrellas” hollywoodienses. Es cierto que había nombres importantes, como Ian McKellen -que había sido nominado al Óscar al mejor actor en 1999- , Christopher Lee, quien destacó años atrás en el cine de terror e interpretó al villano de El hombre de la pistola de oro, Francisco Scaramanga, de la saga de James Bond, o Cate Blanchett. En cambio, Orlando Bloom y Viggo Mortensen saltaron al estrellato después de participar en la trilogía.
La situación de Bernard Hill era, en ese sentido, similar a la de Ian McKellen. Había destacado en la escena del teatro, la televisión británica y contaba con un amplio currículum cinematográfico, pero como secundario. No obstante, tras El Señor de los Anillos, se convirtió en el único actor en participar en dos películas con 11 Óscar: El Retorno del Rey y Titanic -siendo nominado en esta última al mejor actor de reparto por dar vida al emblemático capitán Edward John Smith-, las más premiadas de la historia junto a Ben-Hur.
La marcha del rey de Rohan
El actor falleció a los 79 años el pasado 5 de mayo y, con presteza, sus antiguos compañeros de reparto le rindieron tributo. Desde Viggo Mortensen hasta los que encarnaron a los cuatro emblemáticos hobbits de La Comarca, Elijah Wood, Sean Astin, Dominic Monaghan y Billy Boyd. Este último afirmó, con gran dolor ante la pérdida, que “No creo que nadie haya interpretado las palabras de Tolkien de forma tan genial como lo hizo Bernard”.
Bernard Hill supo dar al personaje de Théoden el carácter que merecía: el de un hombre recio, pero valeroso y dispuesto al mayor de los sacrificios personales por su pueblo; con semblante regio, aunque curtido en el arte de la guerra y, pese a su veteranía, con el arrojo suficiente como para ponerse al frente de sus soldados en la más cruda de las batallas; cauto ante los riesgos, pero hombre de honor y palabra que cumple con sus aliados –“Y Rohan responderá”-. Incluso se vio en él esa nostalgia de no haber sido el padre que Éowyn merecía, pero al que ella profesaba un amor incondicional.
Théoden estuvo presente en los mejores momentos de la trilogía, como la emblemática batalla en el Abismo de Helm. Pero, protagonizó la escena más épica de las películas: la inolvidable carga de los Rohirrim sobre los Campos del Pelennor -que los fans vemos en bucle en esos días que necesitamos motivación-. Ese momento estuvo cargado también de tragedia, pues Théoden cayó ante el ataque del Señor de los Nazgûl. Sus últimas palabras son de las más hermosas que un hombre puede pronunciar cuando sus ojos se nublan y siente la compañía de la muerte: “Vuelvo con mis padres, en cuya poderosa presencia no he de sentir vergüenza”. ¿Quién no querría ese final y destino?
El gran Bernard Hill ha marchado por un sendero que recorreremos todos. Su lugar de descanso terrenal estará adornado por simbelmynë, las flores que han crecido en las tumbas los ancestros del rey de Rohan. Pero su espíritu ahora divisa la blanca orilla y, más allá, la inmensa campiña verde tendida ante un fugaz amanecer. Aunque, vistiendo la armadura de Théoden, logró alcanzar la inmortalidad.