La historia ha recordado a Rodrigo Jiménez de Rada como una de las personalidades más destacadas del medievo español. Su concepción de España, de la cristiandad y su proyecto político con los reyes castellanos y navarros le hicieron ganarse un papel destacado en su tiempo. Su peripecia vital, su papel eclesiástico, historiador, diplomático y militar destacado en las Navas de Tolosa y su vinculación con el papado han hecho del navarro un hombre “tan bueno cuanto pudo dar su época”, según las palabras de Justo Lipsio.
La irrupción almohade
En el año 1125, Ibn Tumart se autoproclama Mahdi (profeta redentor del islam) en Tinmell, ciudad situada en el Atlas, al sur de Marruecos. La estricta interpretación coránica que Turmart encabezó fue el germen del imperio almohade. Tras declarar la yihad contra los almorávides, su sucesor, Abd al-Mumin, se proclama Califa y se apodera de la capital, Marraquech en 1146, mismo año en el que tiene el primer contacto con las Península Ibérica.
La lucha con los almohades causó que los almorávides tuvieran que desplazar sus tropas al norte de África, causando el levantamiento de andalusíes e inaugurándose un nuevo periodo de taifas, en el que se constituyen hasta veinte señoríos independientes. Esta situación fue aprovechada por Alfonso VII, rey de Castilla y León, para conquistar Almería en 1147 y por Alfonso I de Portugal para hacerse con Lisboa.
En este contexto, los almohades desembarcan en 1146 y ocupan Tarifa y Algeciras, reunificando además un reino en torno a la conquista de las grandes ciudades de Al-Ándalus: Sevilla, Córdoba y Jaén, Badajoz, Málaga, Granada y la taifa de Mértola, reconquistando también Almería en 1157. La muerte de Alfonso VII también supuso un freno a la idea imperial de los reinos hispanos frente al islam, explicando el propio Rodrigo Jiménez de Rada en su De rebus Hispaniae que los reinos cristianos de Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón adoptaron un comportamiento fratricida en lugar de continuar con el avance peninsular.
La recuperación de la idea imperial de España
En el castillo de la ciudad de Rada (Navarra) nacía en 1170, seis años después que la Orden de Calatrava, Rodrigo Jiménez de Rada, hijo de una castellana, Eva de Finojosa, y un navarro, Jimeno Pérez de Rada, una figura importante en la corte de Navarra entre el 1200 y 1210. Tanto su vinculación familiar como el legado y ejemplo que dejaría para los reinos cristianos quedarían plasmados en el epitafio de su sepultura en el monasterio de Santa María de Huerta: “Mater Navarra, Nutrix Castella”.
Debido a la situación del señorío en el que se encontraba el castillo de Rada, en la frontera entre Navarra y Aragón, Jiménez de Rada fue testigo de los continuos ataques de los aragoneses, y se concienció respecto a la necesidad de hacer ver a los reyes cristianos de España que debían estrechar lazos para combatir al invasor musulmán.
La formación intelectual de Jiménez de Rada se intensificó cuando su tío materno, el abad Martín de Hinojosa, le llevó a la Corte de Sancho VI el Sabio. Allí conoció a Pedro de Artajona, ante quien demostró lo elevado de su carácter y su acertado juicio, dotes que le caracterizarían en su labor diplomática. Tras completar su formación aquí, marchó a Bolonia en 1195 para completar sus estudios de Derecho de la Iglesia y Filosofía, para marchar después de doctorarse a París, donde pasó otros cuatro años formándose en Teología. Su magnitud intelectual también se extendió al conocimiento de las lenguas, dominando el vascuence, el castellano o romance, el francés, el latín, el hebreo, para combatir la propaganda rabínica, y el griego. Es más, un estudio reciente de Mario Crespo López para la Fundación Ignacio Larramendi afirma que su faceta políglota abarcaba además el alemán, el inglés y el árabe.
Pese a que el joven Rodrigo ya había mostrado vocación religiosa, no se sabe a ciencia cierta cuándo se ordenó diácono, pero a su regreso a Navarra, en los primeros años del siglo XIII, ya había abrazado la vida religiosa. En este punto, el rey Sancho VII, conocedor de su carácter sabio y sensato, le llamó para que negociara la paz con Alfonso VIII de Castilla. Su habilidad diplomática iba creciendo en prestigio y, en 1207, se reunió junto con los cuatro reyes cristianos de España, firmando el 29 de octubre la paz entre Castilla y Navarra. Su actuación despertó también las simpatías del rey castellano, que le propuso para el Obispado de Osma, siendo elegido a finales de 1208 arzobispo de Toledo, principal núcleo de población del reino y la plaza con mayor prestigio e influencia en el ámbito eclesiástico. A partir de ese momento, crecería la importancia e influencia de su personalidad, interviniendo en litigios, batallas, asesorando a los monarcas hispánicos y viajando a Roma para entrevistarse con Inocencio III en varias ocasiones. Aun con todos estos menesteres a sus espaldas, le dio además tiempo de escribir la crónica más importante de su época: De rebus Hispaniae, que narra la historia de la Península desde los íberos hasta mediados del siglo XIII, convirtiéndose en una de las fuentes fundamentales para el estudio de la Historia de España.
Otra de las facetas que Jiménez de Rada, amante de la cultura y el saber, desarrolló fueron la educativa y filantrópica, promocionando y ayudando a fundar el Estudio General de Palencia en 1208, considerada la primera universidad española. Su creación motivó a monarcas como Alfonso IX a fundar otras universidades como la de Salamanca. Además, durante los cuarenta años que duró su mandato como arzobispo de Toledo, ciudad a la que denominó urbis regia, se centró en engrandecer la ciudad a nivel cultural, religioso y territorial, convirtiéndose en una de las ciudades más prósperas y ricas de la Península. De hecho, esta ciudad se encargó de cubrir las necesidades de todos los cruzados que respondieron a la llamada de Inocencio III para combatir al islámico.
Las Navas de Tolosa: la espada y la cruz
La paz alcanzada entre los reinos cristianos de España, en gran parte gracias a la meritoria labor de Jiménez de Rada, motivó a Inocencio III a remitir a los prelados españoles una bula instándoles a reactivar la cruzada contra los Almohades. En 1211 Jiménez de Rada viajó a Roma en búsqueda de ayuda para que los reyes hispánicos pudieran emprender la cruzada, y recorriendo a su vez Italia, Francia y Alemania buscando adeptos que se unieran a la lucha. Ese mismo año se produjeron los primeros enfrentamientos entre el rey Alfonso, su hijo Fernando y Pedro de Aragón contra algunas plazas en posesión de los musulmanes, como la de Játiva; esto provocó una contundente reacción del califa Muhammad al-Nasir, que obligó a las huestes cristianas a replegarse en septiembre de 1211.
La iniciativa de Alfonso VIII de Castilla, tras perder el castillo de Salvatierra, junto a la labor diplomática de Rodrigo Jiménez de Rada, desembocaron en una alianza del rey castellano con Pedro II de Aragón y Sancho VII de Navarra, a la que se sumaron las órdenes de caballería peninsulares y voluntarios franceses, italianos y portugueses, entre otros. Se conformó entonces un ejército de cien mil peones y diez mil caballeros. Dicha hueste se reunió en Toledo y fue el propio Jiménez de Rada quien se encargó de aprovisionarles y proporcionarles la debida atención.
Reunidos y con el espíritu colmado por el ánimo de la cruzada, la alianza cristiana inició una campaña militar de una magnitud sin precedentes en la Edad Media y que alcanzó su punto álgido el 16 de julio de 1212: la batalla de las Navas de Tolosa. En ella, las fuerzas cristianas se enfrentaron a un poderoso ejército almohade de, según Jiménez de Rada, «ochenta mil caballeros y doscientos cincuenta mil peones». Las crónicas medievales tienden a exagerar las cifras reales de combatientes, por lo que es posible que el número de fuerzas fuera menor en ambos bandos. No obstante, la contienda, aunque no supuso el fin del Imperio almohade, sí que produjo un significativo declive que favoreció las conquistas cristianas posteriores de Córdoba, Jaén, Sevilla o Cádiz. La leyenda dice que Rodrigo, para elevar los ánimos de la tropa, recorría las líneas cristianas a galope, portando la cruz o pendón y clamando por el triunfo en nombre de Dios.
El legado de su figura
Pese a la victoria, Rodrigo continuó siendo uno de los máximos exponentes de la defensa de la fe, asistiendo al Concilio de Letrán en 1215. Dos años después, ya bajo el pontificado de Honorio III, fue designado por el Papa como su legado en España, prolongando su labor diplomática, religiosa y como caudillo militar, promoviendo cruzadas en Valencia y en otros puntos de España, construyendo iglesias y catedrales, como la de Toledo, en los lugares conquistados y asesorando a los monarcas cristianos.
En los años posteriores, viajó a la Roma de Gregorio IX, fue nombrado canciller mayor de León y Castilla por Fernando III el Santo y continuó ejerciendo la diplomacia, teniendo también relaciones estrechas con las órdenes militares como la de Alcántara o Santo Domingo. Además, como destacado político, se encargó de organizar el Real Consejo de Castilla, con plena autoridad jurídica. Durante estos años, también se encargó de explotar su faceta como cronista, con obra como la ya mencionada De rebus Hispaniae.
La muerte le sorprendió el 10 de junio de 1247 en Lyon, unos días después de haber estado conferenciando con el papa Inocencio IV. Jiménez de Rada se había enterado de que el rey Fernando iba a emprender una campaña para conquistar Sevilla y quiso volver rápidamente a España para unirse a la cruzada. Sin embargo, el destino quiso que su barco naufragase en el Ródano, a la altura de Nimes, tal y como señala su sepulcro en el monasterio de Santa María de la Huerta, lugar que estipuló en su testamento para ser enterrado.
Con él, fallecía una de las mentes más brillantes de la Edad Media en Occidente. Destacado diplomático, intelectual, políglota, religioso y caudillo militar que representaba el espíritu del imperio de la Cristiandad hispana, entregando su vida al servicio de su concepción de Imperio, con el anhelo de una unidad cristiana futura de España. Este ilustre navarro fue azote y luchador incansable contra el invasor islámico y, gracias a su labor, los reinos de España pudieron aunar fuerzas y vencer a los almohades en una de las mayores batallas de la Edad Media y de la Reconquista. Por ello, hoy recordamos a Rodrigo Jiménez de Rada y reclamamos el lugar que le corresponde en los anales de nuestra Historia.
Mater Navarra, nutrix Castella, Toletum
Sedes, Parisium Studim,
Mors Rhodanus, Horta mausoleum,
Coelum requies, nomen Rodericus.