“Los niños de Vivar no conocen al Cid”. De esta forma titulaba un periódico hace poco un reportaje sobre el desconocimiento de la figura de Rodrigo Díaz de Vivar por parte de los españoles; en particular, por los más jóvenes. Bien podría el periodista haber completado el titular así: “Los niños de Vivar no conocen al Cid… porque no estudiaron la EGB”.
No es que aquel plan de estudios fuese mucho más completo que el de hoy. Es que los niños de comienzos de la década de los 80 desayunaban los domingos con las aventuras de “Ruy, el pequeño Cid”, una serie de dibujos animados sobre la infancia de Rodrigo Díaz de Vivar, con una Jimena niña en el papel de pequeña, dulce y gloriosa dama de sus pensamientos.
Si para adentrarse en la vida pública del Cid, hay que distinguir entre mito y realidad, mucho más todavía con su infancia, de la que apenas se tienen noticias. Por eso Claudio Biern Boyd, el creador de la serie, hubo de recurrir a la imaginación, de la cual andaba sobrado; no en vano se le conoce como el Walt Disney español.
“Ruy”, eso sí, contó con asesoramiento académico, siendo cada uno de sus 26 episodios una lección amena de historia profunda, sin renunciar por supuesto al entretenimiento ni a su eficacia pedagógica. Porque Ruy, igual que otras series de Biern Boyd, buscaba inculcar en los niños una forma de enfrentarse a la vida, anteponiendo a todo la grandeza de espíritu, el sentido de la aventura y la alegre camaradería.
Los niños de la ESO, tanto los de Vivar como los del resto de España, no saben quién fue El Cid. Pero está al alcance de sus padres, talluditos alumnos de la EGB, que sí lo sepan.