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Cuando en 2013 el gobierno de David Cameron presentó un sistema estatal de regulación de prensa, la respuesta del Spectator fue contundente. El editor, Fraser Nelson, insistió en la gravedad del asunto en diferentes ocasiones: «no se puede confiar en los políticos para que regulen la prensa más de lo que se puede confiar en los zorros para que vigilen un gallinero: su instinto será interferir».

En el número en el que se explayaba en contar por qué no iban a adherirse a ese sistema, un “NO” gigante en tipografía simple ocupaba la portada sobre un fondo blanco. Los lectores mostraron una gran acogida, pero no puede decirse que fuera una portada demasiado característica; no por la rotundidad, que sí, sino por su simpleza (la había improvisado el subeditor a última hora).

Portada de la edición número 10.000 de The Spectator

Sin embargo, el dibujante que lleva años detrás de los distintivos diseños es Morten Mortlan, a quien a menudo se le compara con Gillray -el gran caricaturista británico de finales del XVIII. Aunque casi siempre son sátiras políticas, el pasado abril sacó una portada amable en la que aparecían representados sus lectores a lo largo de las décadas caracterizados por la moda de cada época. El motivo era la celebración por convertirse en la primera revista en publicar su número 10.000.

«Firm but unfair»

En el Spectator no compran la imparcialidad. Su lema es “firm but unfair”: juega con la expresión inglesa “firm but fair” enfatizando que los articulistas sostienen sus opiniones con firmeza y no pretenden colarse en un ambiguo centro que busque contentar a todos. Si bien es clasificada con frecuencia entre el liberalismo, proclaman no tener una línea política establecida —sus colaboradores van de izquierda a derecha, y tienen ritmos de vida diversos — y recalcan que lo único importante es la elegancia en la expresión y la claridad de pensamiento. Con todo, ha sido y es la revista de referencia de la derecha británica. Por otro lado, se enorgullece por ser el semanario más antiguo del mundo que se ha publicado con continuidad, lejos de ser ese un camino de rosas.

Desde que salió por primera vez en 1828, se ha impreso semana tras semana, atravesando dos guerras mundiales, apagones, huelgas y manifestaciones, epidemias, ataques terroristas y crisis económicas. Durante estos ciento noventa y dos años ha habido, claro, etapas de gloria. La revista también ha sido cuna de ministros (Boris Johnson sin ir más lejos fue editor), y por su redacción han ido pasando las grandes plumas del momento.

Escribe Peyró: «el Spectator se hizo santo y seña de esos Young Fogeys que amaban lo que amaba y odiaban todo lo que odiaba la revista: entre los amores, la arquitectura de las viejas rectorías, la mermelada de siempre, el inglés del Prayer book, el tweed, la caza, la poesía con rima o por lo menos con sentido, Wodehouse y Trollope. Entre los odios, todo lo que va la música disco al cristianismo social, del psicoanálisis a los años sesenta, del arte abstracto a los parquímetros o ese hormigón sólo capaz de degradarse, no de envejecer».

Adaptados a la era digital

Aun con su conservadurismo tácito, el Spectator no ha hecho ascos a la era digital. Tienen una muy buena versión online (con unos dos millones de visitantes al mes), ofrecen una newsletter diaria, son asiduos en Twitter y hace seis años que llevan su propio podcast: desde política a club de lectura, pasando por arte, religión, debates de temas de actualidad o diferentes programas de entrevistas, como Table Talk, por ejemplo, en el que personajes notables (escritores, empresarios, actores, chefs…) hacen un recorrido de su vida a través de la comida y la bebida que les ha ido acompañando, o el llamado —cómo les gustan a los ingleses los juegos de palabras— Women with Balls (apellido de la presentadora), en el que invitan a mujeres con éxito en su campo.

Los gemelos Barclay

Los propietarios del semanario desde 2004 son los octogenarios gemelos Barclay, multimillonarios británicos de origen muy humilde que viven en Brecqhou, una isla del Canal que adquirieron hace años y donde tratan de mantenerse al margen de las cámaras y alejados de la gestión de la revista. Mientras, Spectator sigue llegando todas las semanas a más de ochenta mil suscritores. Estos casi dos siglos de trayectoria y el vigor actual confirman que, pese a todo, existe una Inglaterra en busca de la profesionalidad y de la elegancia, que ama la cultura y el buen gusto, huye del populismo y venera la tradición, e intuye, en fin, que ser conservador es la mejor forma de combatir la mediocridad de nuestro tiempo.