En 2017 la industria cinematográfica británica estrenaba dos superproducciones patrióticas: ‘El instante más oscuro’ (Joe Wright, 2017) y ‘Dunkerque’ (Christopher Nolan, 2017). Esta última, además, tenía la virtud de presentar, por medio de una narrativa épica y heroica, una derrota militar en una victoria moral.
Son sólo los dos últimos ejemplos de la amplísima filmografía anglosajona en la que británicos y estadounidenses se presentan como modelos de civilización. Las industrias culturales anglosajonas operan como una suerte de diplomacia blanda que tiene consecuencias sobre su autoestima nacional, la imagen que proyectan al mundo y, en última instancia, reporta rendimientos económicos y comerciales.
El relato cinematográfico que presenta España sobre sí misma es muy otro. Sirva el ejemplo de ‘1898. Los últimos de Filipinas’ (Salvador Calvo, 2016), una película «antibelicista» que, según su director, no trata de las glorias de España «sino del sinsentido de las guerras, de unos soldados luchando durante un año por un país y un imperio que ni siquiera les había avisado de que la guerra había acabado». Eduard Fernández, que interpreta al capitán Enrique de las Morenas, describía la gesta de Baler, que un siglo después sigue recibiendo homenajes en Filipinas, como una aventura «absurda y ridícula».
‘Oro’, de Agustín Díaz Yanes (2017), es otro ejemplo reciente de masoquismo cinematográfico en el que reaparecen nuevamente elementos negrolegendarios. Arturo Pérez-Reverte, autor de la historia «épica y cruel» que inspiró la película, lamentaría que al producto audiovisual se le hubiera distraído «la épica». En la presentación de la película, el actor Raúl Arévalo, intérprete del soldado Martín Dávila, hacía una comparación sobre el Descubrimiento y la España contemporánea: «No puedes decir que la conquista de América fue maravillosa, porque no lo fue, como no lo fue la Transición española». También Óscar Jaenada, intérprete del alférez Gorriamendi, ofreció su singular punto de vista: «Nosotros no descubrimos nada, eso ya estaba ahí. Fue una conquista y demostramos que allí había gente, no fue un descubrimiento (…) yo no creo que nadie se sienta más o menos español por ver esta película» . Al admitir que «demostramos que allí había gente» el actor refuta su propia tesis, pues no por otra cosa la historia se ha referido a lo acaecido a partir del 12 de octubre de 1492 como Descubrimiento. Los españoles dieron a conocer al resto del mundo la existencia de América, y no al revés. Moctezuma no hubiera podido llegar a España. Tal y como dice Iván Vélez, autor de ‘Sobre la Leyenda Negra’, sólo una de las civilizaciones tenía la capacidad de descubrir a la otra.
Una formidable historia por contar
El estupor que Oro produjo en Elvira Roca Barea llevó a la autora de Imperiofobia y Leyenda Negra a ofrecerse públicamente para escribir guiones «gratis» a los productores que se atrevieran a contar la historia real de España. Una historia de «paciencia, esfuerzo, conocimientos, capacidad de innovación, espíritu emprendedor». Para Roca Barea los españoles tenemos «un problema de autoestima» que sigue desconcertando a muchos extranjeros. El historiador inglés Niall Ferguson, investigador principal del Centro de Estudios Europeos de la Universidad de Harvard, denuncia igualmente lo inaudito del caso español: «España es un país que se subestima a sí mismo». Otro historiador británico, Robert Goodwin, autor de España. Centro del mundo 1519-1682 (La Esfera de los libros, 2016), abunda en la misma línea. Para Goodwin, la de España es una historia «magnífica» que en nada se parece a la autopercepción que de ella tienen muchos españoles:
«Con una historia así de impresionante hay muchísimos motivos para estar orgulloso de ser español. Vamos, hay muchos más motivos para estar orgulloso de ser español que de ser británico, o incluso francés».
A principios del siglo XX el historiador estadounidense Charles Lummis describió la Conquista de América como «la más grande, la más larga y la más maravillosa serie de valientes proezas que registra la historia«. E historiadores anglosajones contemporáneos como Stanley G.Payne han dedicado gran parte de su obra bibliográfica a dejar constancia de lo «fascinante» de la historia de España. Y un último ejemplo, también anglo: en 2010 Henry Kamen publicaba un ensayo a mayor gloria de los «héroes de la España imperial». Héroes como Cortés, Carlos I, Juan de Austria o ‘El Gran Capitán’. Aquellas 300 páginas no fueron suficientes para dar cuenta de todos los nombres y todas las hazañas.
España es una de las muy pocas naciones sin cuya existencia no se entendería la historia del mundo. Es España la que completa la primera vuelta al mundo, que este año conmemoran grupos de españoles anónimos ante el silencio del la Administración. Y contra el Islam, España demuestra una voluntad secular de permanecer cristiana y occidental -las Navas de Tolosa (1212), por cierto, otra efeméride ignorada-. Hay mil ejemplos: la primera derrota de Napoleón en nuestra Guerra de la Independencia, el fabuloso Imperio de Carlos I y Felipe II, Lepanto, los Tercios Viejos de Flandes, el Descubrimiento y Evangelización de América -la más grande contribución de España al mundo-, los derechos humanos -inventados en Salamanca y plasmamos en las Leyes de Indias- y por supuesto, Lezo. Blas de Lezo y Olavarrieta. Invicto Almirante de la Armada española y protagonista de una gesta sin igual de la que hoy siguen extrayéndose lecciones en dimensiones tales como la moral, el honor, el patriotismo, la superación frente a la adversidad, el liderazgo, la estrategia o el aprovechamiento de los recursos.
«El orgullo de España humillado por el almirante Verno»
Porque, como es sabido, el marino guipuzcoano, tuerto, cojo y manco, se enfrentó a la mayor flota naval que había visto el mundo, sólo superada, dos siglos después, por la reunida por los aliados en Normandía. Seis buques frente a 124 y 2.000 españoles frente a 23.600 británicos. La superioridad era tan apabullante que el Almirante inglés Edward Vernon ordenó a Londres acuñar monedas conmemorativas de la victoria. Hoy pueden verse algunas de ellas en el Museo Naval de Madrid. Una figura altiva y otra arrodillada y suplicante ilustra el anverso; el texto dice: «El orgullo de España humillado por el almirante Vernon». Y en el reverso aún se lee la inscripción: «Auténtico héroe británico, tomó Cartagena en abril de 1741». El rey de Inglaterra prohibió cualquier alusión a la batalla y ordenó el silencio historiográfico.
Mediados del siglo XVIII. España y el Reino Unido se enfrentan por el control comercial del Caribe en la llamada Guerra del Asiento, considerada la primera guerra moderna. El episodio de Cartagena de Indias, asumido por Lezo como una batalla de desgaste, supondría la frustración definitiva de las aspiraciones inglesas sobre los territorios del primer Borbón, Felipe V.
Los españoles resistieron el sitio salvaje de Vernon, con bombardeos diarios durante más de dos meses, y lo hicieron gracias a una formidable estrategia defensiva. Lezo ordenó cavar fosas alrededor de los fuertes para que las escaleras inglesas, diseñadas ad hoc para la batalla, no alcanzaran la cima de los torreones. Dispuso baterías en lugares estratégicos fuera del alcance enemigo, ordenó bloquear las entradas a la bahía quemando sus propias naves, inventó un proyectil que empleaba dos balas de cañón encadenadas que hizo estragos entre los ingleses, desplegó enormes cadenas marinas para obstaculizar la maniobrabilidad de la flota inglesa, fabricó rampas graduables para regular el alcance de la artillería e incluso cavó trincheras en forma de zeta para hostigar al enemigo desde ángulos diferentes. Y todo con un único objetivo: resistir. El clima caribeño, cada días más sofocante y húmedo en aquellas fechas, operaba en contra de los septentrionales ingleses. Los marinos de Vernon caían por centenares fruto de las fiebres. Las cifras oficiales hablan de 5.000 muertos; probablemente fueron el doble. Quizá más. Vernon tuvo incluso que hundir barcos en su huida por falta de tripulación. Alrededor de dos centenares de hombres perdió Lezo, cuya última misiva al inglés decía así:
«Para venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra escuadra, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no pueden conseguir».
Para el guionista de Superlópez, Borja Cobeaga, la historia de un «conquistador demediado» no merece atención cinematográfica. Y tiene razón Cobeaga. Todo cuanto rodea a Blas de Lezo está condenado por el mundo posmoderno. En una pieza titulada ‘Blas de Lezo y los fachas’, eldiario.es denunciaba hace unos días que el Almirante, «lejos de pelear por la justicia social, lo hizo por servir al rey de turno, en un claro ejemplo de heroísmo patriotero». Lezo, y en general todo el pasado imperial español, representa los contravalores de las narrativas culturales contemporáneas: honor, valor físico, belicosidad, jerarquía y patriotismo. La antítesis de Súperlópez.