El nombre de Christophe Guilluy se puso en el centro del debate internacional a finales de 2018. Cada sábado, miles de rotondas a lo largo de toda la geografía francesa eran tomadas por grupos espontáneos para expresar su malestar. El movimiento se había iniciado como una protesta contra el impuesto verde de Macron sobre el precio de los carburantes. Sin embargo, en cuestión de días las reivindicaciones crecieron hasta el punto de poner en jaque al gobierno y su agenda económica.
La revuelta de los chalecos amarillos
Los manifestantes eran de lo más pintoresco. Agricultores, pensionistas, autónomos, jóvenes y empleados procedentes de pueblos y ciudades pequeñas. Los activistas no pertenecían a ningún partido político ni a ningún sindicato y, técnicamente, no tenían líderes. Las convocatorias se realizaban a través de las redes sociales y desde el primer momento adoptaron el chaleco amarillo como signo distintivo.
El chaleco reflectante es obligatorio para circular por las carreteras y fue elegido como emblema de la revuelta porque su objetivo es hacer que te vean. Y aquí estaba la clave de todo. Los manifestantes se consideraban invisibles para la República y consideraban que sus lugares de residencia habían sido abandonados por el sistema.
Ni los dirigentes políticos ni los grandes medios de comunicación sabían explicar qué estaba pasando en las provincias. No lo habían visto venir. Hasta ese momento, los grandes movimientos de contestación siempre se habían originado en las barriadas de las grandes ciudades, no en las rotondas de las comarcas.
En ese momento todas las miradas empezaron a volverse hacia Guilluy. Él había identificado años atrás el profundo malestar que se vivía en lo que él denominaba la “Francia periférica”. También había vaticinado que en el siglo XXI habría un nuevo tipo de revuelta procedente de los pueblos y ciudades pequeñas y medianas.
Guilluy era un heterodoxo que había sido ninguneado por el establishment pero el tiempo le ha acabado dando la razón. Él sostenía que la clase media histórica estaba desapareciendo y que había más perdedores de la globalización en las comarcas que en los guetos de las grandes urbes.
Las reivindicaciones de los chalecos amarillos fueron variadas. Pero todas ellas tenían una base común: el poder adquisitivo menguante de las clases modestas, también conocido en Francia como el problema de la vie chère (vida cara).
¿Quién es Guilluy?
Christophe Guilluy (Montreuil, 1964) se define a sí mismo como geógrafo, pero pasó muchos años trabajando como consultor inmobiliario en varios barrios del norte de París. En su trabajo vio en primera persona cómo esos barrios cambiaban rápidamente y se producían complejos fenómenos de gentrificación e inmigración en distintas zonas de la ciudad. Dependiendo de los barrios, la población local era expulsada o bien por personas de muy alta renta o por personas foráneas. “Entonces, me di cuenta de que la mayoría de la población modesta no vive en las grandes ciudades, donde los habitantes pobres de las banlieues solo representan el 7%, sino en pequeñas y medianas ciudades. Constaté que no eran ni campesinos ni habitantes urbanos, más bien una mezcla de los dos”. Según Guilluy, los bajos precios inmobiliarios y las escasas oportunidades laborales caracterizan los territorios de la Francia periférica: “Los precios de los inmuebles nos indican quién es importante para el sistema”.
Guilluy se alejó primero del ambiente universitario y luego de la izquierda. Fue militante del Partido Comunista, pero se desengañó con su abandono de la defensa de los trabajadores.
Guilluy es un teórico de la Francia periférica y de la fractura entre las élites y las clases populares. Sus publicaciones ilustran perfectamente su itinerario intelectual. En 2004 publicó el “Atlas de las nuevas fracturas sociales en Francia”. A esto le siguieron “Fracturas francesas” (2013), “Francia periférica: cómo se sacrificaron las clases trabajadoras” (2014), “El crepúsculo de la Francia de arriba” (2016), “No Society: El fin de la clase media occidental” (2018) y “Los tiempos de la gente común” (2020).
Ante el acierto de sus predicciones, Guilluy tiene más de sismógrafo que de geógrafo. Para él hay una clara tensión entre la Francia periférica y las metrópolis francesas (París, Lyon, Toulouse, Marsella, Burdeos, etc). Las grandes ciudades concentran la creación de la riqueza y los puestos de trabajo y son las zonas mejor integradas en la economía global. Por el contrario, los territorios rurales y las ciudades pequeñas y medianas son los principales perjudicados de la desindustrialización y del modelo de la globalización. “Los habitantes de estos territorios (jóvenes, empleados, campesinos, autónomos o pensionistas) quizás no comparten una conciencia de clase –afirma este pensador-, pero sí la misma percepción de los efectos negativos de la globalización.”
El fin de la clase media occidental
En No Society, Guilluy lleva su perspectiva más allá de las fronteras galas. Fue su primer ensayo dedicado a estudiar tendencias mundiales.
“There is no society”, dijo Margaret Thatcher en 1987¹. Guilluy toma esta frase para dar nombre a su libro. Parece que las clases dominantes occidentales han grabado este emblema en sus escudos de armas y se ha producido una secesión de la gente de arriba (que ha abandonado el bien común) y la más desfavorecida. Como resultado, se descompone la sociedad.
El subtítulo del ensayo es “el fin de la clase media occidental” y resume fielmente el contenido del libro. Para Guilluy la evolución del modelo económico globalizado ha dejado de favorecer a las mayorías y ya no es capaz de cohesionar a las antiguas clases medias. Los países desarrollados han tenido que adaptarse a las normas de la economía mundial. Hoy, el empleo y la riqueza se concentran en las principales ciudades. Por el contrario, se produce una desertificación del empleo en las periferias, donde viven la mayoría de las categorías modestas que ayer eran la base de la clase media. Esta dinámica aparece en todo Occidente.
Los beneficiarios de este modelo (la híper-élite) no están dispuestos a hacer renuncias, sino que prefieren desentenderse de unas clases populares que empiezan a ser percibidas como peso muerto. En paralelo, los procesos de desnacionalización hacen que las clases dominantes ya no se sientan con responsabilidades hacia su país ni hacia sus vecinos. La nobleza ya no obliga.
En su ensayo Guilluy no cita a Karl Marx, sino al Christopher Lasch de La rebelión de las élites y La cultura del narcisismo. Para el pensador francés, el proceso en marcha es más radical que el anticipado por Lasch. Y la reacción de las clases populares no podía tardar en llegar.
Las sociedades occidentales presentan claros signos de agotamiento: crisis de los viejos partidos y de la representación política, atomización de los movimientos sociales, burguesías que se encierran en sus fortalezas, clases populares que se asilvestran, el “segregacionismo étnico” y las “paranoias identitarias” de colectivos de todo tipo.
Sobre las ruinas de la clase media, ha emergido el mundo de las periferias, afirma Guilluy. Es en esos territorios abandonados y en esa base social empobrecida donde se está gestando desde hace veinte años la marea populista que recorre Occidente. El crecimiento del Frente Nacional en Francia, la victoria de Trump en Estados Unidos, el Brexit en Gran Bretaña: la dinámica populista responde a la misma geografía y a la misma sociología. Para Guilluy este gran seísmo revela el gran secreto de la globalización que el establishment mediático quiere silenciar: la desaparición de la clase media occidental.
Para el pensador francés, la dinámica populista viene propulsada por una doble inseguridad: la social (ligada a los efectos del modelo económico) y la cultural (ligada a la aparición de la sociedad multicultural). Las viejas divisiones ya no pueden explicar los nuevos fenómenos. Las contradicciones izquierda-derecha, clase obrera-patronal, campo-ciudad han sido superadas. Las nuevas fracturas enfrentan a los ganadores de la globalización contra los perdedores o debilitados, los nómadas (clases altas con movilidad laboral) contra los sedentarios, los burgueses cool contra la gente común, los ciudadanos del mundo contra la gente “de un determinado lugar”.
Para Guilluy (procedente de la izquierda) la réplica populista es la respuesta del mundo de los de abajo al mayor reajuste social de la historia, el declive de la clase media occidental. El ensayista francés no demoniza a las clases populares por lanzarse en brazos de formaciones de derecha alternativa. Se limita a constatar que es una reacción natural ante el abandono de las izquierdas y las élites académicas, todos ellos perdidos en agendas identitarias basadas en el multiculturalismo y la diversidad.
Y, en su análisis, el desprecio por parte del mundo político y mediático a las clases populares no va a hacer más que agudizar el proceso. Explicar la victoria de Trump o el Brexit como el resultado de un grupo de palurdos engañados por fake news solo puede ampliar el divorcio entre las élites y el pueblo. No es tan complejo, según Guilluy, comprender a “la racaille” (la chusma, como decía Sarkozy), a los “desdentados” (como llamó Hollande a la gente rural y protestona), a los desesperados “rednecks” y “white trash” que quieren proteger la economía estadounidense o a los “redundants” británicos, los cincuentones en paro que ya no encontrarán otro empleo y que votaron a favor del Brexit… Las antiguas clases medias son las que construyeron las sociedades y las democracias en Estados Unidos y en Europa. No se han vuelto analfabetas, egoístas y racistas de la noche a la mañana. Tienen razones profundas para contestar el actual modelo económico. Otra cuestión es que haya poderosos intereses creados para no profundizar en las causas del malestar.
Nuevas coordenadas
La ola populista que recorre el mundo occidental no es una pataleta ni una fiebre pasajera. Para Guilluy es la parte visible de un soft power de las clases populares que forzará al mundo de arriba a unirse al movimiento real de la sociedad o a desaparecer.
Los conceptos que maneja Guilluy han fijado el marco teórico que explica las tensiones más recientes en las democracias occidentales. Sus coordenadas pueden resultarnos útiles para analizar fenómenos nuestros como el Procés (la secesión de los ricos), el malestar en la España vaciada y la gentrificación y el incremento del precio de la vivienda en las principales ciudades españolas.
No lo duden. Busquen cualquier excusa y lean a Guilluy.
¹ Roger Scruton lamentó muchas veces esta frase de la Dama de Hierro.