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De vivir en Londres me gustaba casi todo, también la facilidad con la que podía visitar desde allí la Inglaterra profunda. Recuerdo con gran cariño la sensación al tomar un tren e ir alejándome de la ciudad, siempre frenética. La salida de Londres era tan deprimente como fascinante; el panorama al dejar la estación era un tanto desolador.

Esos edificios nuevos de colorines, sin alma, y grúas que anticipaban más y más bloques, los pisos de vivienda social con la ropa tendida en los balcones y algún rascacielos acristalado y moderno que tal vez en otro escenario quedaría bonito. Pero, de golpe, casi sin darte cuenta, estabas rodeado de campo. ¡Y qué bonita es Inglaterra! ¡Qué verde! Casi nunca llegaba a abrir el libro que traía para el trayecto, maravillada por el espectáculo de mirar por la ventanilla, como una sucesión de cuadros de Constable. Campo, lagos, pueblos, pequeñas estaciones de tren, rebaños y unos cielos inmensos.

He rescatado ese recuerdo al escuchar los primeros episodios de The Country House, un podcast que se estrenó a finales de noviembre: media hora de programa semanal para acercarse a la realidad de las casas de campo inglesas. En él, tres chicos apasionados del tema abordan el estilo y la arquitectura, pero también se vuelve a veces una pequeña lección de historia y, sobre todo, refleja la realidad de esas enormes fincas más allá de la belleza de las casas y del paisaje.

Al escucharlos -con su inglés pulido y pausado, fácil de seguir, con un tono estereotípicamente británico, respetando los turnos de palabra- es inevitable pensar en Downton Abbey y sorprenderse al descubrir que la serie tiene parecidos con el funcionamiento de algunas de estas fincas aún hoy. En contra de lo que podría parecer, estas grandes casas de campo no son un simple entretenimiento caprichoso de algunos ricos privilegiados, sino un sistema que genera trabajos, mantiene paisajes e impulsa vida de comunidad. Los dueños, más que meros propietarios, se saben administradores de un legado que han recibido y que han de pasar a las siguientes generaciones en la misma o mejor condición. Hay un claro contraste en la forma de cuidar una propiedad teniendo en mente el largo plazo con la mentalidad actual generalizada del “ahora” y del sacar para uno mismo provecho económico.

Tal vez, en esta fascinación por la estética de la campiña inglesa y un estilo de vida tan anclado en el sentido de la responsabilidad comunitaria, en la familia y la tradición, se cuela cierta romantización y mucha nostalgia, pero al mismo tiempo este deseo por un contexto urbano más humano, pensado para el hombre y no para la producción en masa no deja de ser una aspiración legítima. En esta época en la que todo lo queremos ya, en la que nada es para siempre, en la que el dinero parece el principal motor de todo, resulta reconfortarte saber y conocer más sobre el funcionamiento de estas mansiones marcado por los rituales, la tradición, lo bello, lo duradero. En este contexto, se entiende muy bien el ecologismo que propone el rey Carlos III en la misma línea que Roger Scruton, que lejos de medidas arbitrarias salidas de un despacho, se fija en las tradiciones como resultado de muchos ensayos y errores, en la idea del hombre como parte inseparable del mundo natural, en el curso mismo de la naturaleza y en buscar estilos de vida comunitarios y más humanizados.

Y, para terminar, dos citas a las que volví escuchando el podcast (que es, a fin de cuentas, una reverencia a la belleza):

«La experiencia de la belleza natural no es una sensación de «¡Qué bonito!» o «¡Qué agradable!», sino que lleva implícita la afirmación de que el mundo es un lugar bueno y adecuado para vivir, un hogar en el que se ven confirmadas nuestras facultades y perspectivas como seres humanos». Roger Scruton

«The countryside we value so highly does not just happen by itself. No farmers, no beautiful landscapes with hedgerows and stone walls. No thriving rural communities, no villages or village pubs. No local markets, no distinctive local foods» King Charles III