Como aquel anuncio de turrones El Almendro —ya saben, el de volver a casa por Navidad— Mel Gibson vuelve a los cines por Semana Santa. Por supuesto, el gran precedente de esto nos lleva a 2004, cuando el ganador del Óscar por Braveheart consiguió el estreno primaveral más taquillero de la historia con La Pasión de Cristo.
Aquella película redefinió el cine religioso, se convirtió en todo un fenómeno e inauguró para muchos una nueva tradición. Igual que Qué bello es vivir se ha convertido ya en parte de las Navidades, el crudo relato de Gibson sobre las últimas horas de la vida de Cristo se ha ganado un sitio en la Semana Santa junto a la asistencia a los Oficios, la visita a los Monumentos o la contemplación de las procesiones.
un estreno prometedor
Es evidente que será difícil igualar el impacto que tuvo aquella película, pero la apuesta de Mel Gibson para estas fechas trae otra historia que bien puede captar la atención del público católico. Se trata de Father Stu, el debut cinematográfico de la joven directora Rosalind Ross, a la sazón pareja de Gibson desde 2014.
Cabe subrayar también el importante papel que ha jugado en el proyecto Mark Wahlberg, tal vez el rostro católico más destacado del panorama hollywoodiense actual, y que protagoniza el filme. La cinta llegará a los cines de Estados Unidos el próximo Miércoles Santo; su fecha de estreno en España aún está por confirmar.
La película cuenta la vida del sacerdote católico Stuart Long, que puede definirse, sin riesgo de caer en el tópico, como toda una historia de redención. Los hechos hablan por sí solos. El joven Stuart se convirtió en toda una promesa del boxeo durante sus años universitarios, llegando a ganar el campeonato de los pesos pesados de su estado natal, Montana.
Sin embargo, una operación de reconstrucción maxilar truncó su carrera en los cuadriláteros, por lo que Stuart decidió poner rumbo a Los Ángeles para probar suerte como actor. Apenas logró arañar algún papel secundario y protagonizar algunos anuncios, por lo que el joven tuvo que ponerse a trabajar como portero de clubes nocturnos para pagar las facturas.
Aquello le llevó a una vida que difícilmente hacía esperar que un día Stuart acabaría vistiendo sotana y alzacuellos. Fueron años de peleas en bares y alcohol.
Al final de aquel periplo, terminó con un empleo estable como gerente de un museo de arte en Pasadena (California).
El plan de Dios
Pero su vida iba a dar un giro. Un día, mientras volvía a casa en moto, Stuart fue golpeado por un coche y arrollado por otro. Su roce con la muerte le llevó a una crisis existencial, pero también a toparse con una buena chica, católica, de la que se enamoró. El resultado, Stuart se bautizó y todo parecía apuntar a que el matrimonio sería el siguiente sacramento en su lista. Pero Dios tenía otros planes.
Stuart sintió la llamada al sacerdocio e inició un largo proceso de discernimiento y formación que culminó con su ordenación en 2007. Pero los libros de teología no fueron el único obstáculo en su camino. Durante los años en el seminario, Stuart pasó por el quirófano por un tumor del tamaño de una naranja que le fue detectado en la cadera. El golpe definitivo llegó sólo unos meses después, cuando fue diagnosticado de miositis por cuerpos de inclusión, una enfermedad rara e incurable con síntomas similares a la ELA.
Para el momento de su ordenación, el Padre Stuart ya llevaba muletas y un par de años después se vio obligado a empezar a usar una silla de ruedas. Sin embargo, su condición no le impidió desplegar una formidable actividad pastoral en las distintas parroquias por las que pasó. Con su padre como fiel escudero (interpretado en la película por Mel Gibson), ‘Father Stu’, como lo llamaban cariñosamente sus feligreses, ofreció durante siete años de sacerdocio un fructífero e inspirador testimonio de fe, servicio y entrega. Murió el 9 de junio de 2014, a los 50 años de edad.
En una entrevista, el Padre Stuart explicaba su labor echando mano de una frase de la película Gladiator. A fin de cuentas, la profesión de boxeador y la de gladiador no andan tan lejos: “Al final, todos somos hombres muertos. Tristemente no podemos elegir cómo morir, pero sí cómo afrontar ese final. Para ser recordados como hombres. Creo que este es un mensaje para todos nosotros: no podemos escoger lo que nos pasa, sólo cómo responder a ello y cómo vamos a cooperar con Dios para superar las dificultades y los retos que existen en nuestro mundo”.
“El general que se convirtió en esclavo. El esclavo que se convirtió en gladiador. El gladiador que desafió a un imperio”, se dice en otro momento en la película de Ridley Scott. Podríamos parafrasearla diciendo que Stuart Long fue el boxeador que se convirtió en cura. Y que dio la vida por los demás. Como reza el lema de la película, “Dios quería un luchador y encontró uno”.