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El filósofo George Berkeley, padre del inmaterialismo, sostenía que “las cosas no son percibidas porque existen, sino que existen porque son percibidas”. Las recientes leyes de memoria histórica de la izquierda española parecen responder a esta máxima. No se trata de ganar una guerra ochenta y tantos años después de haberla perdido, como sostienen algunos. Se trata de hacer desaparecer un periodo concreto de la historia -el franquismo- mediante el concienzudo borrado de cualquier vestigio en las calles, las plazas, los pedestales, las fachadas, incluso los manuales de Historia.

Obra del museo titulada «La cantinera y el carlista», de Carmen Gorbe.

El Museo Carlista de Madrid responde a la inquietud berkeliana, solo que en sentido contrario al de las leyes de memoria histórica. Con piezas y documentos que van desde la Guerra de Independencia hasta la Guerra Civil española y la inmediata posguerra, el museo pretende hacer perceptible a los sentidos -vista, tacto, olfato- otro periodo de la historia, distinto del franquismo, pero también objeto del olvido y la manipulación: el carlismo.

Una pasión coleccionista

Vamos demasiado deprisa. ¿Hemos dicho un museo carlista? ¿En Madrid? ¿Pero dónde exactamente? ¿Y cuándo? ¿Y por quién? En San Lorenzo del Escorial, desde la primavera de 2019, por iniciativa de Javier Urcelay, alto ejecutivo de la industria farmacéutica, hoy retirado, y carlista de corazón y de razón. Esta última la ha cimentado durante años con el estudio aplicado del carlismo, tanto sus fundamentos teóricos como sus hazañas bélicas y su acción política. Los pocos ratos libres que le dejaban sus responsabilidades laborables y familiares, Urcelay los dedicaba a la lectura y la escritura. Es autor, entre otros, de una biografía del general Cabrera, conde de Morella y tigre del Maestrazgo.

Mientras se documentaba sobre la agitada vida de Cabrera, nació en Urcelay la pasión coleccionista por cualquier cosa que tuviese que ver con el carlismo. Durante décadas, visitó anticuarios, almonedas, casas de subasta y desvanes particulares, saliendo de todos con menos dinero del que entró. Era una lástima que solo los amigos a los que invitaba a casa pudiesen gozar de todos esos pequeños tesoros. Urgía la fundación de un museo o los vecinos más cotillas terminarían rumoreando que Urcelay padecía el síndrome de Diógenes.

Sala del museo dedicada a la Primera Guerra Carlista

De Morella a San Lorenzo del Escorial

Al principio, Urcelay sopesó muy en serio la posibilidad de comprar -¡con su pecunio!- un palacete en Morella, Castellón, pueblo de raigambre carlista en el que, aparte de un castillo, los turistas, que cada año acuden por miles, tienen poco ver. Qué buena ocasión para hacer divulgación, pedagogía y apología del carlismo, que el lucro nunca ha estado en el ánimo de Urcelay. Pero este terminó descartando Morella, de lo cual hoy se alegra.

Con el muy rojo alcalde de Morella, Ximo Puig, hoy en la presidencia de la Generalidad, es más que probable que la colección particular de Urcelay hubiese corrido un destino similar al Museo Carlista de Estella, en Navarra. Lo que también empezó como una iniciativa privada, y durante años fue ejemplo de rigor histórico, hoy lleva camino de convertirse en un aparato de difusión de bulos, al dictado de la narrativa nacionalista, con un patronato copado por Bildu.

Descartado Morella, Urcelay instaló su museo en una casona centenaria en San Lorenzo del Escorial, en la provincia de Madrid. ¿Pero y los vínculos entre El Escorial y el carlismo? ¿Acaso los hay? Muchos más de los que un tipo tan informado como Urcelay pudo sospechar.

Por El Escorial merodearon las partidas del cura Merino durante la Primera Guerra Carlista; partidas con cuya causa simpatizaron no pocos frailes jerónimos del monasterio. Ya en el siglo XX, en su tramo final, se celebró en El Escorial el llamado Congreso de la Unidad, que daría lugar a la Comunión Tradicionalista Carlista, cuyo flamante líder es Telmo Aldaz de la Quadra Salcedo. Años después, en 1992, la Complutense celebró un curso de verano sobre guerras carlistas. ¿Dónde? Donde si no en la sede escurialense de dichos cursos, la Residencia Euroforum.

Providencia, recopilación de lo disperso y puesta en valor

Requeté, en el hall de entrada del museo

Lo curioso es que dicho inmueble fue propiedad en su día de dos hijos de Carlos IV, los infantes Francisco de Paula y Carlos María Isidro, este último primer rey de los carlistas bajo el nombre Carlos V. De ahí el nombre de la calle de Los Infantes, antes calle del Infante, y mucho antes, calle del Infante Don Carlos. Cuál sería el pasmo de Urcelay al tener noticia de esta circunstancia una vez adquirida en dicha calle la casona centenaria sede hoy del Museo Carlista de Madrid. ¿Casualidad? Él prefiere hablar de providencia.

De providencia y también de recopilación de lo disperso y de puesta en valor, las dos notas con las que su impulsor define el Museo Carlista de Madrid. Porque los bustos,  cuadros, uniformes, banderas, sables, documentos, libros, cartas, fotografías, sellos, monedas, mapas, bonos, detentes y demás piezas que pueblan las salas, las vitrinas y los archivos del museo pretenden trasladar al visitante una idea: la de la continuidad histórica a lo largo de dos siglos de una asombrosa aventura, la de los carlistas, protagonizada las más de las veces por héroes del pueblo, y que va de derrota en derrota hasta la victoria final.

Al transmitir esta idea, Urcelay mantiene viva la llama de la tradición proscrita. Y no solo, sino que, tras finalizar el recorrido por las distintas estancias del museo, logra que el visitante haga suyo el lema de la imperecedera esperanza carlista acuñado por el mejor de sus reyes, Carlos VII: “¡Volveré!”.  

(Nota: las visitas al Museo Carlista de Madrid son con cita previa. Para concertar una, visite www.museocarlistademadrid.com. En la web encontrará información adicional.)