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Penúltima polémica acerca de la memoria histórica: “Oviedo recupera los nombres franquistas para sus calles: Federico García Lorca vuelve a ser Calvo Sotelo”. Así titulaba hace unos días un diario gratuito de esos que se reparten a la salida del metro y cuyo destino inminente es la papelera más próxima. ¿Franquista Calvo Sotelo? Difícilmente. Lo asesinaron cinco días antes de que estallara la Guerra Civil, conflicto que daría lugar, tres años después, al periodo histórico conocido por franquismo. Sirva, en cualquier caso, la burda manipulación del titular como pretexto para rescatar del olvido a una figura que no merece habitar ahí. Su lugar es el cuadro de honor de la historia política de España.

Que José Calvo Sotelo no era un español del montón lo prueba su expediente académico. Premio extraordinario de bachillerato, premio extraordinario de licenciatura, número uno de su promoción de abogados del Estado… Habría transitado idénticos senderos de gloria académica si, en lugar de una carrera de letras, hubiera optado por una de ciencias, rama en la que también obtenía las mejores calificaciones. También pudo haberse ganado la vida como crítico musical. No importa. Eligiese lo que eligiera no habría podido sustraerse a su gran pasión: la política.

Calvo Sotelo en un mítin

Siendo apenas un muchacho, militó en las juventudes mauristas, partido que soñaba con hacer la revolución conservadora, esto es, de arriba abajo, no de abajo arriba. Calvo Sotelo pronto pasó de militante a dirigente. El chico tenía madera de líder. Lo demostró en su primer mitin, en el barrio de Cuatro Caminos. Tanto enardeció a los suyos y, en sentido contrario, a sus oponentes que la cosa acabó como solía entonces: a bastonazos.

¿Qué pasa, que el señorito José se había dejado caer por el barrio aquel, de extracción popular, para provocar a los obreros, para, como vulgarmente se dice, mearse en la sopa del pobre? Su sensibilidad por la clase trabajadora quedaba fuera de toda sospecha. Al mejoramiento social de los humildes Calvo Sotelo dedicó sus más y mejores horas de estudio. Su tesis doctoral sostenía que los derechos individuales, como el de propiedad, estaban sujetos a una función social y, en caso de no cumplirla, perdían toda legitimidad. De señorito defensor del privilegio, poco, por no decir nada.

Esta y otras ideas, ciertamente avanzadas para la época, Calvo Sotelo gustaba de exponerlas en el Ateneo de Madrid, que frecuentaba igual que otros jóvenes con inquietudes intelectuales políticas. Era el caso de Manuel Azaña, de ideas o planteamientos contrarios a los suyos. O de Ángel Galarza, que veinte años después, desde la bancada del PSOE del Congreso de los diputados, llamaría al atentado personal contra Calvo Sotelo, cumpliéndose la amenaza pocos días después.

Entre aquellas tardes de Ateneo y la noche que lo sacaron de su casa para darle el paseo, pasaron dos décadas, en las que Calvo Sotelo brilló como político. Fue diputado por el partido de Maura y gobernador civil antes de cumplir los treinta. Durante la dictadura de Miguel Primo de Rivera, este le encargó la reforma de la administración local, de la que el joven jurista era experto. Se trataba de modernizar los municipios, dotándolos de autonomía y acabando con uno de sus males endémicos: el caciquismo.

Como ministro de Hacienda se las tuvo tiesas con las rentas altas y los grandes terratenientes, que llegaron a acusarle -¡a él!- de bolchevique, tal era su sensibilidad social. La nivelación presupuestaria y el superávit no fueron sus únicos logros políticos bajo la dictadura de Primo. También, la creación del Banco de Crédito Local y la de la Compañía Arrendataria del Monopolio de Petróleos, o sea, Campsa, con la que desafío el duopolio de dos gigantes como la Shell y la Standard.

Con la caída de la dictadura y la recuperación del ritmo constitucional, Calvo Sotelo abrió bufete propio, sin abandonar la política. Disuelto Unión Patriótica, el partido único de la dictadura, el todavía joven político fundó con otros incondicionales del general la Unión Monárquica Nacional. No solo el nombre, también el programa quedaba fuera de toda duda: la formación abogaba por una España “grande, gloriosa, culta, cristiana, tolerante, ordenada, trabajadora, progresiva y respetada en el extranjero”.

Gobierno de Primo de Rivera

Como dirigente del nuevo partido, Calvo Sotelo se lanzó a la carrera electoral, recorriendo España y, ocasionalmente, compartiendo escenario con otro político más joven que él, José Antonio Primo de Rivera, hijo del general fallecido en París.

José Antonio y Calvo Sotelo nunca llegaron a ser amigos. El primero no perdonó al segundo que, tras las elecciones constituyentes de junio de 1931, no regresase del exilio lisboeta para recoger su acta de diputado por Orense, al no garantizarle el Gobierno las debidas garantías jurídicas y personales. Cuando pocos años después Calvo Sotelo solicitase su ingreso en Falange, José Antonio se negó, aduciendo que el suyo era un movimiento más militar que político y el ex ministro de Hacienda no sabía montar a caballo.

¿Calvo Sotelo un tibio en política? Nunca lo fue; menos, tras probar el amargo pan del exilio, primero en Lisboa, luego en París. En la capital francesa, tuvo trato con los hombres de L’Action Française, que le convencieron para deshacerse de la más mínima convicción liberal que pudiera anidar todavía en su pensamiento. Calvo Sotelo ya militaba en la reacción, el autoritarismo y la conspiración contra la República. Este es el contexto de su viaje a Roma, en febrero de 1933, para entrevistarse con Mussolini y recabar su apoyo.

(¿Cómo, un admirador del Duce dando su nombre a una vía pública? De acuerdo, procedamos a la retirada de honores de todos aquellos que en la década de los 20 y los 30 se vieron deslumbrados por el carisma del padre del fascismo: el rey Jorge V de Inglaterra, los mandatarios Winston Churchill, Aristide Briand y Franklin Delano Roosevelt, el papa Pío XI, el escritor Ernest Hemingway, los magnates Henry Ford y Randolph Hearst, el apóstol de la no violencia Mahatma Gandhi, el líder afroamericano Marcus Garvey, el popular alcalde Nueva York Fiorello La Guardia y un larguísimo etcétera.)

En 1934, Calvo Sotelo por fin regresó a España, acogido a la ley de amnistía de Lerroux, tomando posesión de su acta de diputado por el partido Renovación Española. No se cansó de llamar a la creación de un bloque nacional contrarrevolucionario. Así resumió en ABC el credo político del partido en ciernes: “En lo económico, izquierdismo; en lo político, derechismo. O sea, justicia social y autoridad. Un Estado fuerte que imponga su ley a patronos y obreros. Jerarquía férrea. Valores morales. Culto a la vieja tradición española. Dentro del Estado, sólo un Poder, el suyo; sólo una nación, la española”.

La victoria del Frente Popular, en febrero de 1936, lejos de achantarle, hizo que se crezca. En las Cortes, su osadía y contundencia le convirtieron en el líder de la España tradicional que no se resignaba a morir. Así lo percibieron también sus enemigos, que respondían a sus parlamentos con abucheos e insultos, dificultando el trabajo de los taquígrafos. El 1 de julio de 1936 pronunció su último discurso. Es en esa sesión cuando Ángel Galarza, diputado del PSOE, le amenazó con el atentado personal. Antes, Calvo Sotelo, también en sede parlamentaria, había resumido para la historia su manera de entender la política: “Es preferible morir con gloria que vivir con vilipendio”.

En la madrugada del 13 de julio, guardias de asalto vinculados con el PSOE, se llevaron detenido a Calvo Sotelo de su domicilio, delante de su mujer y sus cuatro hijos. A bordo de una camioneta de la Dirección General de Seguridad, le descerrajaron dos tiros en la nuca, abandonando su cadáver en el cementerio del Este, como si el de un perro se tratara. Al día siguiente, se celebró su multitudinario entierro. Su incondicional Ángel Goicoechea pronunció ante su tumba: “Todo estriba en imitar tu ejemplo, en vengar tu muerte, en salvar España”. Cinco días después estallaba la Guerra Civil.