La imagen de Covadonga es poderosa. No sólo por el significado histórico y simbólico que representa, sino por el lugar mismo. Cómo no sentirse abrumado al verse rodeado por las imponentes montañas asturianas. Qué encanto la cueva natural donde se encuentra la Señora, siempre discreta, en una humildad que encierra poderío. Conmueve cruzar el túnel oscuro para llegar a ella, iluminado con las velas que han depositado con fe los visitantes. O subir los ciento un escalones para ofrecer ese último esfuerzo a la Santina. Qué especial es el murmullo del agua de fondo y el espejo que se forma abajo; como lo es la basílica, en su piedra caliza rosada, su pórtico de tres arcos y, sobre todo, las dos altas torres terminadas en aguja. Enfrente, la estatua enorme de bronce de don Pelayo recuerda al despistado que fue en este sitio donde se inició la Reconquista.
Tenía que ser ese lugar, tan vinculado a nuestra patria, y no otro, el escogido para una peregrinación como la de Nuestra Señora de la Cristiandad. Como si tuviera que ser allí donde se diera inicio a una segunda reconquista: la restauración del orden social cristiano de España. Las fechas tampoco se dejaron al azar. Además de una meteorología adecuada para esta región, del mes de julio se eligió el fin de semana más cercano al día de Santiago Apóstol, el Patrón.
Una peregrinación tradicional
Pongámonos en contexto. Hace unos treinta años, unos estudiantes franceses rescataron una antigua peregrinación que iba de la catedral de Notre Dame de París a la de Chartres. Y desde aquel momento, se ha repetido cada año (a excepción de este y del anterior a causa de las restricciones covid) alrededor de Pentecostés; en las últimas ediciones, más de diez mil peregrinos provenientes de diferentes países se han unido. En Argentina ocurre algo parecido desde hace una década: un gran grupo camina hasta Nuestra Señora de Luján, patrona del país. Ambas tienen en común la celebración de la misa según la forma extraordinaria del rito romano. A espejo de estas dos grandes peregrinaciones, un grupo de jóvenes laicos españoles creyeron oportuno el proyecto de organizar una en nuestro país con tal de estrechar lazos entre los fieles que asisten a la liturgia tradicional, así como darla a conocer y ayudar a disipar prejuicios y, ante todo, con el objetivo de rezar y ofrecer las exigencias físicas como penitencia por el Papa, por la Iglesia y por España.
Como este año se cumplía el ciento cincuenta aniversario de la declaración de san José como patrono universal de la iglesia, se puso la primera edición de la peregrinación bajo su protección y la espiritualidad de los tres días giraba en torno a su figura. Así lo expresa el lema, “San José, patrono de la Iglesia, protégenos”. Es un evento abierto a todos: este año, entre los más de quinientos participantes había en su mayoría jóvenes, pero también adultos y familias con niños; laicos, sacerdotes y religiosos. Para asegurar un clima de orden, está organizada en capítulos —grupos que representan comunidades naturales (una región, una parroquia, un colegio, una familia) capitaneados por un encargado. Durante tres días, se camina de Oviedo a Covadonga en un recorrido de unos cien kilómetros diseñado especialmente por los organizadores con tal de que se ajustase bien a la peregrinación; las rutas existentes eran o demasiado exigentes y alejadas de núcleos de población o eran rutas por carretera. Noches en tienda de campaña y sin lavabos, sin acceso a electricidad ni wifi, comida austera… el entorno de simplicidad material que en ocasiones se hace fastidioso también invita a la oración y a poder centrarse en Dios.
Misa de campaña
Una semana antes de arrancar, el Papa daba a conocer el motu proprio Traditionis Custodes mediante el cual anulaba el de Benedicto por lo que ahora hay que pedir permiso expreso para celebrar la misa en la forma extraordinaria. Así, el arzobispo de Oviedo mantuvo su apoyo a la peregrinación, pero instó a que las misas se celebraran no en las iglesias según el plan inicial, sino en tiendas de campaña. Esto supuso un pequeño contratiempo en la organización que se solventó con obediencia humilde y con gusto: la reverencia con la que se llevaron a cabo las celebraciones lo dejó patente.
Los participantes coinciden al escoger qué destacar de la peregrinación. Por un lado, el buen ambiente general: la alegría pese al cansancio, lo reconfortante que resulta darse cuenta de que los amantes de la liturgia tradicional no son cuatro nostálgicos, los rezos y vivas al Santo Padre que dejaban traslucir el amor y respeto que se le guarda. Por otro lado, la llegada emocionante a la Basílica de Covadonga. Mal dormidos y con unos cuantos kilómetros encima, mientras se arrodillaban y entonaban juntos el Laudate Mariam, el corazón les rebosaba de gozo, agradecimiento y esperanza. Y nacía en ellos una determinación: repetir el próximo año doblando la asistencia.