Año 2030. Te ponen un parche, como los de nicotina, que te provoca intolerancia a la carne para que te vuelvas vegano y reduzcas tus emisiones de efecto invernadero. Te suministran un tratamiento hormonal nada más nacer para que no seas demasiado alto y consumas menos. Te tratan, si eres mujer, con un potenciador cognitivo para que no tengas hijos, porque la tasa de natalidad baja a medida que aumenta el acceso a la educación. Son algunos de los planes de ingeniería humana que se emplearán para frenar el cambio climático. Los ha propuesto en un estudio S. Matthew Liao y ya han están siendo elogiados por las élites globalistas.
He leído el informe del filósofo especializado en bioética S. Matthew Liao, promovido y difundido por universidades de prestigio organismos, y grandes corporaciones, avanzando en cada página en la determinación de meterme inmediatamente después bajo la cama, abrazado a mi Winchester ’73, esperando a que el tipo se atreva siquiera a asomar la nariz por el horizonte de mi habitación.
En la vida estás dispuesto a hacer todo por los tuyos, algunas cosas importantes por los demás, unas pocas por toda la sociedad, y prácticamente ninguna por la vida del planeta de dentro de millones de años. Y si la predisposición a ese tipo de altruismos a largo plazo es escasa, imagina lo irrisoria que puede llegar a ser si te dicen que la solución para evitar el apocalipsis climático es que te mediquen para provocarte a ti mismo una intolerancia a la carne. Quien esté dispuesto a algo así no necesita un filósofo sino un psiquiatra. Necesita medicación, sí, pero para dejar de oír voces.
El artículo de investigación Ingeniería humana para frenar el cambio climático es tan monstruoso y disparatado como promover el suicidio de la mitad de la población mundial para salvar el planeta, y de alguna manera refrenda la tesis de quienes estamos convencidos de que en torno al ambientalismo hay ya todos los componentes de una secta, a la manera en que los entendía el célebre estudioso de nuevos movimientos religiosos Manuel Guerra.
No obstante, pese a los estrambótico de las propuestas del ensayo, no todo son risas; me veo en la obligación de recordarte que gran parte de las prohibiciones contemporáneas ya legisladas fueron globos sonda disparatados hace solo cinco, diez o quince años. De hecho, ya casi nadie se ríe con la idea de las ciudades de 15 minutos, porque todos tenemos presente la imagen de un helicóptero de la policía aterrizando en una playa para multar a un sujeto solitario que camina por el arenal en pleno confinamiento por la pandemia del coronavirus; visto lo visto, el hombre debió dar gracias a Dios de no haber sido abatido a tiros desde el aire.
El autor del estudio responde al nombre de S. Matthew Liao y el hecho de que tenga rasgos taiwaneses responde al hecho poco misterioso de que nació en Taiwán, si bien desde niño reside en Estados Unidos. Es titular de la cátedra de Bioética Arthur Zitrin, director del Center for Bioethics y profesor asociado de Filosofía de la New York University. Su historial académico y profesional es el típico que hace poner los ojos en blanco a los especialistas en organizar charlas modernitas en las que el ponente gesticula mucho, blande un punter láser, y viste cuello vuelto. Quizá por eso es habitual encontrarse su cara en el The New York, The Atlantic, The Guardian, Times, y todas las cabeceras que dedican la mitad de sus portadas anuales a decir que vamos a morir de calor, o de frío, o inundados, o de hambre, o por aplastamiento por sobrepoblación.
De hecho, la puesta de largo frente a las élites mundiales fue precisamente a través de una de esas charlas TED, con un monólogo sobre cambio climático e ingeniería humana en el que, inexplicablemente, ninguno de los asistentes terminó vomitando. Lo cierto es que el público se rio mucho al principio, hasta que comprendieron que lo de modificarte genéticamente para reducir tus emisiones lo decía en serio.
Quizá sea su origen taiwanés lo que le lleva al pragmatismo de ahorrarnos largas diatribas intelectuales para justificar sus atroces propuestas. Si algo hemos de agradecerle es que no se oculta, se muestra tan monstruoso como es. En la lectura de su ensayo es imposible no recordar al doctor Víctor Frankenstein pero, a diferencia de éste, S. Matthew Liao no muestra visos de arrepentimiento alguno.
El parche anti-carne te hace vegano
“Hay personas que no van a desistir nunca de comer carne roja”, señala con audacia, si tenemos en cuenta que yo mismo soy uno de ellos, “carecen de la motivación o la voluntad necesarias”, afirma, y aquí el filósofo patina, porque pasa por alto la posibilidad de que sencillamente no nos salga de las pelotas; pero ya sabes que una de las constantes en los ponentes de charlas TED es que todo depende de la motivación, en ese sentido tienen algo en común con Paulo Coelho y las influencers de Tik Tok.
“Aquí es donde la ingeniería humana podría ser de ayuda”, anuncia, “al igual que hay personas con intolerancia natural, por ejemplo, a la leche o a la langosta, podríamos inducir artificialmente una ligera intolerancia a la carne roja, inducirse estimulando el sistema inmunológico contra las proteínas comunes en la carne de vacuno”, y de esta hermosa manera, continúa nuestro profesor de Bioética –inserte aquí su carcajada-, “los alimentos no ecológicos producirían sensaciones desagradables a quien los come”. No veo la hora de llegar al pueblo y poder contarle esto al Tío Genaro, el ganadero de seis generaciones de ganaderos que vive cerca de mi casa, capaz de vender a sus propios hijos por un trozo de chorizo ibérico.
Exalta el bioético en este punto las bondades de la garrapata Lone Star, protagonista inesperada de su ensayo, un bicho abundante en Estados Unidos, y que tiene la particularidad de volver vegano a los que muerde, como si fuera un Bill Gates común. La picadura de esta garrapata con nombre de zapatillas de deporte hace que te salga urticaria en el cuerpo si consumes carne. Supongo que el plan b de S. Matthew Liao, si el parche no diera resultado, es dejar unas cuantas sueltas entre tus sábanas.
En otro momento de su cogorza intelectual, el Doctor Bacterio estadounidense-taiwanés echa mano de la tesis del profesor John Guillebaud y el doctor Pip Hayes: “cada niño nacido en el Reino Unido será responsable de 160 veces más emisiones de gases de efecto invernadero […] que cada niño nacido en Etiopía”, quienes concluyen que “como medio de mitigar el cambio climático, los británicos deberían considerar no tener más de dos hijos”, obviando que la mayoría de las monstruosidades en materia de natalidad ya las ha probado antes el comunismo chino con resultados de sobra conocidos. A S. Matthew Liao le fascina tanto esta tesis que la supera, afirmando que los actuales métodos de control de natalidad son demasiado lentos para combatir el veloz cambio climático, así que propone “acelerar el proceso”. Me asomo al siguiente párrafo con la duda de si propondrá ya de una vez por todas que detonemos bombas nucleares en los grandes núcleos de población. Pero no, esta vez su verborrea por otro lado:
“La reducción en la fertilidad puede considerarse un efecto colateral positivo” de mejorar el acceso de las mujeres a la educación, “desde el punto de vista del cambio climático”. “De ahí que otra posible solución de ingeniería humana sea usar potenciadores de las funciones cognitivas, como el Ritalin y el Modafinil, para reducir los índices de natalidad”, ingenia. Dice que además esto también tendría otros efectos deseables, porque “los potenciadores de la cognición pueden incrementar la capacidad de las personas de autoeducarse, lo que acabará afectando a la fertilidad y, de forma indirecta, al cambio climático”. Magistral.
Los bajitos contaminan menos
Otra idea que ofrece S. Matthew Liao para salvar el planeta es conseguir que los humanos sean más pequeños, a base de hormonar a los niños para que el regulador interno de crecimiento les diga “no crezcas más” antes de tiempo. Pero también, intuye, “se podría manipular el tamaño del recién nacido mediante medicamentos o nutrientes que reduzcan la expresión de los genes con impresión paterna o incrementen la expresión de los genes con impresión materna”. Este tipo empezó investigando intolerancias a la carne y ha terminado descubriendo Lilliput.
Con todo, mi momento de máxima estupefacción ante esta película de terror es cuando el Doctor Bacterio Liao propone inducir farmacológicamente “el altruismo y la empatía” porque “muchos problemas ambientales son el resultado de la ausencia de acción colectiva, cuando los individuos no contribuyen al bien común”. Entonces desciende al mundo de los experimentos y resulta aún más inquietante: nos cuenta que unos tipos a los que se le suministró oxitocina mostraron en el ensayo “más disposición a compartir su dinero con desconocidos”. Rezo para que Hacienda no se entere de esto.
Culmina el bioético sus propuestas para salvar el planeta con la enumeración de un montón de bobadas que, con seguridad, resultaban demasiado histriónicas incluso para su nivel de tolerancia, y tal vez esa sea la razón por la que no las desarrolla. Sirva de ejemplo su fantaseo con la posibilidad de que la medicina encuentre la manera de dotarnos de ojos felinos, discretísimo guiño a la célebre Ojos de gata de Los Secretos, con mejor visión nocturna, para que podamos vivir en tinieblas sin gastar luz. Será fascinante ver a S. Matthew Liao, con sus ojos de gato, pelando rábanos a oscuras con un cuchillo otrora jamonero.
Dedica el resto del artículo a la ética, no para descartarse sino para respaldarse. Insiste, eso sí, en que es partidario de que toda ingeniería humana se realice siempre de modo voluntario, supongo que al modo en que los gobiernos europeos consideran voluntario que circules por el centro de las grandes ciudades con tu propio coche –es voluntario, solo debes pagar la multa a cambio-. Porque supongo que sabes que todo esto no lo implementará S. Matthew Liao, sino un político de Bruselas. Y lo hará a su manera. Al estilo Tedros Adhanom.
Una ética inmoral en manos perversas
En cuanto a los riesgos de todas estas prácticas más propias de un relato lovecraftiano, señala que “deberán evaluarse en relación con los que acarrearía no emprender las acciones correctas para combatir el cambio climático”. Dicho de otro modo, “si las soluciones conductuales y de mercado no bastan para mitigar los efectos del cambio climático”, concluye, habría que pensar en aplicar estas medidas “de ingeniería humana”.
El mayor problema de la propuesta de S. Matthew Liao, que en síntesis es convertir la vida humana en un infierno de esclavitud, coacción, y terror, sacrificando vida y libertad a los pies del dios pagano del ambientalismo, es que fascinan a las élites globalistas. Este Doctor Bacterio ha conferenciado en las universidades más prestigiosas del mundo, promociona sus ideas en artículos y entrevistas en los diarios progresistas más leídos del planeta –donde debaten seriamente sus propuestas-, cuenta con asombrosa aceptación incluso en los corruptos ámbitos académicos de la medicina y la ciencia, y recibe también el mimo del WEF –¡qué boda sin la tía Juana!-, que hace años apuesta por la bioingeniería, como aquel video en el que celebraban la próxima llegada de niños a la carta, donde los padres puedan elegir desde el sexo hasta el color del pelo o los ojos como en un McDonalds.
Prueba de esta pasión por S. Matthew Liao, que va mucho más allá del ámbito académico, es que este artículo estelar con propuestas disparatadas para combatir el cambio climático ha sido publicado en su versión en español por OpendMind, el proyecto sin ánimo de lucro del BBVA –el banco “más sostenible del mundo” según el Dow Jones Sustainability Index- “que tiene como objetivo contribuir a la generación y difusión de conocimiento sobre cuestiones fundamentales de nuestro tiempo”.
Si aún crees que la Agenda 2030 no es demasiado terrible, espera a sentir en tu piel la primera urticaria salvaje en la sobremesa, tras apretarte un chuletón de Ávila de 800 gramos sin acordarte de quitarte el parche de S. Matthew Liao que te suministrará, tan gratuita como obligatoriamente, el Ministerio para la Transición Ecológica.