¿Francia está de moda, o la estamos poniendo de moda? ¡Quién sabe! Lo cierto es que cada día hablamos más de Michel Houellebecq, de Robert Redeker, de Fabrice Hadjadj, de Rémi Brague y de Chantal Delsol. Una vez que Angela Merkel ha dejado la cancillería alemana y que Boris Johnson ya no participa en nada relativo a la Unión Europea, es Emmanuel Macron quien más interés nos suscita. Nos interesa su política migratoria, su nítida apuesta por la energía nuclear, sus movimientos católicos y el auge mahometano… Ya no es sólo el país de Astérix, de las baguettes, el «oh la la mon amour» y el café au lait —como diría Ana Botella, «un relaxant café au lait dans la Grand–Place».
No, ya no es el país vecino, pero exótico, de chicas coquetas y morritos, perfumes, champagne y películas descaradas. Ahora lo percibimos con mayor profundidad, con toda su variedad política y social. Y, como dicen con voces diferentes tanto Redeker como Hadjadj, es el país que más crítico ha sido desde el primer día con el progresismo y con todo lo que la Revolución autóctona ha alumbrado hasta la fecha.
Y lo cierto es que, para el mundo conservador —o, mejor dicho, para el mundo no progresista—, Francia se ha convertido en el gran referente. Y aún más importante: un referente exento de homogeneidad. Pero repasemos los aspectos troncales antes de observar con detalle tres voces francesas que niegan la mayor del progresismo, la Agenda 2030 y el Imagine que corean Mark Zuckerberg, Bill Gates —la venganza de los nerds es la más cruel, ya nos lo advertían en Los increíbles (2004)— y el Foro Económico Mundial. Para empezar, es el principal país en que se han derrumbado los dos partidos políticos hegemónicos durante la última generación. Los equivalentes a PP y PSOE en Francia son ahora secundarios o casi marginales; de hecho, ni en las elecciones presidenciales de 2017, ni en las que se celebrarán en 2022, socialdemócratas y liberal–conservadores clásicos —gaullistas oficiales, mejor dicho— tienen opciones. No entraron, ni van a entrar, en la segunda vuelta. Es más, el otrora flamante Nicolas Sarkozy anda enzarzado en problemas judiciales, y el hermano francés del PP tuvo que refundarse en 2015, para pasar de ser la Unión por un Movimiento Popular a Los Republicanos, formación política que lleva una media de un presidente nacional por año. Recordemos que Hernández Mancha duró dos años al frente de Alianza Popular. En España, en Reino Unido, en Alemania y en Portugal no observamos este escenario. Sí en Italia, pero porque, como vimos hace unas semanas a propósito de don Camilo y Peppone, y como viene sucediendo desde el colapso de la corrupta Democracia Cristiana en los años 90, en el país de la salsa boloñesa les va el rock and roll.
Un medio sin tapujos
En la Francia actual los no progresistas se han desmarcado, en gran medida, de la derecha política clásica. Lo cual explica una serie de fenómenos variados que en estas fechas se pueden conocer mejor leyendo, por ejemplo, Valeurs Actuelles. Se trata de un medio que aborda todo tipo de cuestiones sin añadir paños calientes, ni perífrasis que suavicen el contenido: desde abusos a menores dentro de la Iglesia, hasta los debates sobre la legalización de la marihuana, la inmigración o el creciente poder del Estado con la excusa de la pandemia originada en China hace ya dos años. Igual hablan de rugby que critican la expansión de Halloween en la Europa continental. Las noticias que se leen en esta revista nos hablan de un recién llegado a un pueblo de Auvernia que quiere que las campanas de la parroquia acallen algo, al menos de noche. En una de sus portadas se ha podido leer: «Golpe de Estado Soros», y aclaran: «nuestras revelaciones sobre la influencia del multimillonario en la ONU». Otra información la titulan de este modo: «Yassine Belattar, el islam político que propulsa Emmanuel Macron». Sobre la «cumbre climática» de líderes mundiales en Glasgow han afirmado: «Sus posibilidades de éxito son escasas, lo cual es una buena noticia para nosotros, ya que su objetivo soterrado, que es la gobernanza mundial y el decrecimiento europeo, tiene toda la pinta de una trampa mortal». Como se ve, poco se parece a El País —o, como dice Alonso de Mendoza, Lo País.
Pasión por Francia
Una de las periodistas más destacadas de Valeurs Actuelles es Charlotte d’Ornellas, reconocible no sólo por su agradable presencia, sino también por su verbo fluido en televisión y por su seguridad a la hora de defender postulados que rechinan en los oídos de todo aquel que se precie de seguir el credo políticamente correcto. En su pasión por la identidad francesa, frente a un contexto multicultural y de alta presencia foránea en la nación gala, ha citado a Charles Aznavour: «Yo me he despojado de una gran parte de mi identidad armenia para ser francés». Ciertamente, el famoso cantante nació en París llamándose Shahnourh Varinag Aznavourián, pues era hijo de emigrantes armenios que huían del genocidio perpetrado por los turcos. Sin duda, un referente que no le granjea a Charlotte buena recepción entre quienes han apostado por la «Alianza de civilizaciones» y por un Erdogan que aspira a plaza y mando en Bruselas. Aún más; en otro momento ha asegurado ante las cámaras: «Se ha estado permitiendo que surja dentro de nuestro país una contra–sociedad formada por personas que tienen la nacionalidad francesa. No hemos querido verlo durante mucho tiempo, y el gobierno de derechas lo que ha temido, básicamente, es hacerle el juego al Frente Nacional a la hora de abordar el tema de la inmigración». De modo que, igual que una Macarena Olona, una Carla Toscano o una Mireia Borrás, habla sin tapujos del incremento de violaciones que padecen las mujeres de las principales ciudades europeas a manos de marroquís o pakistanís. No se arredra y tiene un tono argumental y de voz que recuerda a Rocío Monasterio, pero sin retintín; habla mucho más seria, casi dolida, pero con una extraña dulzura de mermelada de naranja y patisserie.
El hombre del momento
El tercer personaje que hay que conocer, dentro de esta derecha variopinta y desacomplejada, es la estrella del momento: Éric Zemmour. En España ya han hablado de este alambicado intelectual —o polemista, que es como lo llaman en Francia quienes más lo critican— Hughes, Mariona Gúmpert y Esperanza Ruiz. En Valeurs Actuelles es raro el día que no le dedican alguna información —elogiosa, crítica o prudente—, cuando no portada y reportaje especial. Con razón: parece que disputará la carrera presidencial directamente contra Macron. En relativamente poco tiempo ha desbancado en las encuestas a la señora Marine Le Pen y al candidato del gaullismo oficial. Es como un Trump, pero sin su dinero ni su melena. Hostil contra el feminismo y contra lo que se llama «amenaza del gran reemplazo». Va contra el progresismo, porque se declara partidario de la nación y del orden natural, no de la utopía y de la deconstrucción. Es judío, pero apenas ejerce. En su defensa de las naciones, se posicionó de manera nítida a favor de los golpistas de la Generalitat catalana en octubre de 2017, aunque ya ha rectificado su postura. Cuando habla del aborto, se muestra contrario, pero luego añade que es un derecho. Está en contra de determinadas iniciativas de la izquierda, aunque varias no las tocará, si llega al Elíseo. De manera que es un no–progresista que suscita cada vez mayor pasión entre los votantes no–progresistas, aunque no se sabe si sus teorías —en las antípodas de lo woke— se concretarán de una forma muy distinta a los guiños a la derecha que suele practicar Macron, como ha advertido en El imperio de lo políticamente correcto el canadiense Mathieu Bock–Côté.
La gran incógnita
Precisamente sea Bock–Côté quien con más tino resume la gran aportación de Zemmour a la derecha francesa: ha dado plena normalidad a su desinhibición, y ha expandido más allá del viejo Frente Nacional (ahora Agrupación Nacional) un conservadurismo o gaullismo no oficioso y sin pelos en la lengua. Y aquí tenemos la gran incógnita, dado que en las elecciones presidenciales de 2002 Chirac obtuvo casi un 20% de los votos en la primera vuelta, y su oponente Jean Marie Le Pen rozó el 17%; en la segunda vuelta el dirigente del Frente Nacional apenas sumó un punto, mientras que el gaullista oficial superó el 82%, pues toda la izquierda y el resto del centro y la derecha reaccionaron en masa contra Le Pen. En 2017 el voto «anti extrema derecha» fue mucho menos contundente: Marine Le Pen cosechó un 21% en primera vuelta, y un considerable 34% en segunda, al tiempo que el vencedor Macron pasó del 24% al 66%. De modo que esta es la cuestión: ¿atraerá Zemmour en segunda vuelta el voto de toda la derecha?, ¿absorberá Macron el voto de la izquierda, movilizada contra la «extrema derecha»? ¿La animadversión contra Zemmour que siente el progresismo es de la misma intensidad que generaban los Le Pen?