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En las navidades de 1760 se montó el belén en el palacio del Buen Retiro de Madrid. Ocho chiquillos de corta edad esperaban expectantes a que se produjera el momento más mágico del año. Deseaban volver a ver aquellas figuras de gran realismo y expresividad que en su casa de Nápoles causaban furor por Navidad a todo aquel que se detenía ante ellas.  Pastores, campesinos, vendedores ambulantes, músicos, danzarines, decenas de animales, la Virgen María, San José, el Niño y, cómo no, la ilusionante corte oriental del séquito de los Reyes Magos, estaban a punto de aparecer ante sus ojos. El belén napolitano de la familia de Carlos III fue desembalado con mimo y cuidado por operarios de palacio. Pintores de cámara y arquitectos se disponían a montar la variedad de escenas costumbristas que daban vida a aquella maravilla. Un espectáculo de movimiento y juego de luces que, aquel año, dejó con la boca abierta a niños y mayores de la sociedad española del dieciocho.

La tradición de montar un belén por Navidad venía de antiguo en España. Nacimientos de origen napolitano, pero también autóctonos, existían ya en nuestro país antes de la llegada del nuevo monarca Carlos III, proclamado rey de España en 1759. Monasterios de clausura, alguna que otra iglesia y domicilios particulares de la nobleza rendían culto al pesebre del Santo Niño. Así, el belén napolitano más antiguo conservado en España es el Belén de Jesús de Palma de Mallorca del siglo XV. En Lugo, el Monasterio de las Madres Clarisas de Monforte de Lemos acogía, desde el siglo XVII, un belén donado por los condes de Lemos, virreyes de Nápoles. La propia familia real de Felipe V contaba con belenes originarios de aquellas tierras italianas. Y en Madrid, treinta y cuatro figuras procedentes también de Nápoles fueron colocadas en 1730 en el nacimiento del Monasterio de las Descalzas Reales.

Todos ellos y muchos más eran belenes cargados de sobriedad cuyo protagonista era el Misterio rodeado de figuras que representaban lo sagrado del acontecimiento en sí. Muy alejados de la concepción belenística de la sociedad napolitana de la que fue partícipe Carlos III durante sus veinte cinco años de reinado de las Dos Sicilias (1734-1759)

La aportación de Carlos III

La principal aportación que Carlos III introdujo en la tradición española fue convertir el belén en una divertida y elegante práctica de ocio navideño, no solo como meros espectadores, sino también como parte activa en la composición del mismo, tal y como sucedía en el reino que acababa de dejar atrás.

Carlos III

En Nápoles, los belenes ocupaban lugares destacados, más allá de iglesias y monasterios, en las villas nobles y burguesas. Comenzado diciembre, montar el belén suponía toda una fiesta, una tradición que partió una Nochebuena de 1223 en la región de la Toscana, cuando San Francisco de Asís celebró aquella misa junto a una pequeña representación del Nacimiento de Jesús. Sesenta años después, el escultor y arquitecto florentino Arnolfo di Cambio esculpió, por encargo del Papa, un conjunto escultórico de ocho figuras en mármol para arropar las reliquias de la cuna de madera del Niño Jesús que se encontraban en la Basílica de Santa María la Mayor en Roma.

Los pesepri napolitanos fueron evolucionando hasta convertirse en la espectacular escenografía que aquella Navidad de 1760 deslumbró al pueblo de Madrid.

Figuras desde los quince a los treinta y cinco centímetros de altura cuyas extremidades, talladas en madera, se movían gracias a su armazón de alambre recubierto de estopa. Al ser articuladas permitían cambiar de posturas y variar el montaje de un año para otro. Las cabezas, manos y pies de las figuras, instrumentos musicales, cestos, frutas, hortalizas e incluso animales eran modelados con terracota de la Fábrica de Porcelana de Capodimonte, creada por Carlos III a semejanza de la mayor manufactura de Europa en su género, la de Meissen. Muchas de las figuras iban vestidas con ricas telas de seda de San Lucio, las mismas que hoy visten las estancias del Vaticano, el Despacho Oval de la Casa Blanca o el Palacio de Buckingham.

Cuanto más te acercabas a aquellas piezas únicas, más reales te parecían, pues aquellos rostros de grandes ojos de vidrio poseían tal carga expresiva que podías advertir si sufrían por enfermedad o vivían vidas placenteras.

Si algo era original en aquel belén, y desde entonces, en todos los belenes del mundo, era el paisaje que servía de fondo. El humilde establo que acogía el pesebre que San Francisco de Asís montó en su especial misa de Nochebuena, fue sustituido por unas ruinas que asemejaban a las descubiertas tras las excavaciones de Herculano y Pompeya años atrás con patrocinio de Carlos III. Las casas y diferentes arquitecturas se ubicaban en colinas dispuestas en terrazas imitando la orografía de Nápoles. El pesebre y la adoración de los pastores pasaban a un segundo plano, pues aquel montaje navideño escenificaba las costumbres del día a día del pueblo napolitano. Sobre aquellas escenas se creaban perspectivas, juegos de luces y sombras, efectos de luz y espacio que provocaban que aquello, más que un belén, fuese una obra de arte.

Montar el belén se puso de moda

Al estilo napolitano, la nobleza española se puso manos a la obra. Los encargos a escultores tanto de Nápoles como de España aumentaron a golpe de chequera. Los aristócratas de la época aspiraban a que su belén levantara la envidia de quienes acudían como invitados a sus palacios por Navidad. La Casa Ducal de Medinaceli fue de las primeras en atreverse a tan grato divertimento. Por su palacio madrileño desfilaban no solo la aristocracia o la misma familia Real, sino también el pueblo madrileño. En un estudio sobre el gusto por el belén napolitano en la corte española realizado por Ángel Peña Martín se indica que el Duque llegó a pagar 50.000 reales de vellón en un primer envío y 800 ducados más, hasta completar el Nacimiento. Hoy se desconoce su paradero.

Carlos III mantuvo esta afición durante toda su vida; afición continuada por sus hijos, el Príncipe de Asturias don Carlos, futuro Carlos IV, y el Infante don Gabriel. Cada año mandaba adquirir las mejores figuras que existieran en los mercados de Nápoles para ampliar su colección. Tras su fallecimiento, Carlos IV mantuvo la tradición paterna de montar y exhibir ante sus súbditos aquel belén. Con el paso de los años el Nacimiento, desde entonces bautizado como Belén del Príncipe, fue incrementando el número de figuras, realizadas ya por artistas españoles como José Esteve y José Ginés. Desde entonces las escenas costumbristas eran netamente españolas.

En total, llegó a contar con 5.950 piezas entre figuras, animales y accesorios que adornaban las diferentes escenas como la posada, el mercado, la taberna o la adoración. El paso del tiempo provocó la pérdida de parte de sus piezas, la mayoría conservadas hoy en el Palacio Real de Madrid.

El belén que coleccionó el Infante don Gabriel fue heredado por sus descendientes. Hoy es propiedad del Estado y se puede contemplar en el Museo Nacional Colegio de San Gregorio de Valladolid.

Desconocemos si en las navidades de 1788 se armó el belén en palacio. Demasiada tristeza para celebraciones, pues quien más disfrutaba con aquel montaje había fallecido la madrugada del 14 de diciembre de aquel año. Carlos III, quien no tuvo más norte que el de la felicidad de sus vasallos, como diría Cabarrús en su Elogio al monarca, a buen seguro hubiera deseado que su belén se exhibiera no solo en aquella triste fecha, sino para siempre.

Y así fue. Aquellas puertas de palacio se siguieron abriendo todas las navidades para que su belén siguiera maravillando a su pueblo. Hoy, los nacimientos napolitanos y numerosas piezas del Belén del Príncipe se esconden tras las puertas de museos e instituciones privadas* que se abren, de par en par, llegada la Navidad, para que otras gentes de otros tiempos podamos disfrutar con esas obras de arte.

(*Palacio Real de Madrid, Fundación Bartolomé March en Palma de Mallorca, el Museo Frederic Marés de Barcelona, el Museo de Artes Decorativas de Madrid, el Museo de Artes y Costumbres Populares de Sevilla, el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, el Museo de Historia de Madrid, el Museo Nacional de Cerámica y Artes de Valencia, Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid…)