Desde hace ya muchos años se lucha en las aulas una de las principales batallas culturales de Occidente: la batalla de los clásicos. Los grandes libros que han construido a Occidente y a sus grandes figuras poco a poco van desapareciendo de los currículos educativos, bajo el pretexto de «descolonización» y «antirracismo». Organizaciones como Disrupt Texts—que se ha ganado el consorcio de Penguin Random House—han llegado a afirmar que la «sobre-saturación» de Shakespeare en los colegios no es más que un asunto de «supremacismo», pues «no hay nada en Shakespeare que sea más valioso o más universal que en otros escritores».
Defensor de la civilización
Spencer Klavan, doctor en Clásicas por la Universidad de Oxford y un amante sin complejos de la civilización occidental, ha comprendido que entrar en la discusión es ceder terreno a quienes quieren hacerse con las llaves de los grandes tesoros de nuestra civilización. Más vale leer la Odisea con un grupo de amigos antes de empezar a discutir si hay que leer o no a Homero.
Esto lo que se ha propuesto en su pódcast «Young Heretics»: acceder a la cultura sin la guerra cultural, entrar en esa cueva del tesoro y hacerse con algunas joyas que los grandes libros no dejan de ofrecernos. En sus palabras, «es la educación liberal que muchos no sabían que necesitaban». Y aunque el pódcast es una apuesta por las letras, Klavan comienza cada episodio lanzando una pregunta, que resulta casi una invitación a un duelo intelectual. Él mismo no se exime de arengar las tropas, allí donde, como diría Adriano Erriguel, hay que pensar lo que más les duele (escúchese, por ejemplo, su episodio-defensa de la maestría de «Lo que el viento se llevó»).
A la luz de los clásicos
El pódcast comenzó en el 2020 con la Ilíada. Desde entonces los episodios se van moviendo a lo largo de la toda la historia y todos los géneros. Las referencias directas a los textos son constantes. La idea es entrar en las mismímas palabras tanto como se pueda, por eso Klavan lee en griego, latín, inglés antiguo, hebreo, allí donde el texto lo requiera.
Con ya más de 70 episodios, Klavan ha creado una especie de bosque de clásicos en el que el oyente está invitado a trazar su propio camino. Algunos episodios están pensados como series. Así, por ejemplo, la (hasta ahora) trilogía de C.S Lewis comienza con un episodio (el #5) en el que Klavan defiende que Lewis es el más grande intelectual del siglo XX y continúa, muchos episodios después, con dos dedicados a Las cartas del diablo a su sobrino (#51 y 52). También hay una (provisional) tetralogía de Shakespeare—Macbeth (#27), Noche de Reyes (#50) El Rey Juan (#61), Romeo y Julieta (#70)—y otra de T.S. Eliot—La tierra baldía (#7 y 8) y Cuatro cuartetos (#14 y 15). Entre mis favoritos está el ciclo épico del honor: La Ilíada (#1), Beowulf (#22), la leyenda de Publio Horacio Cocles (#33), los dos sobre Sir Gawain y el caballero verde (#62 y 63) y el del Cantar de Roldán (#64).
¿Hacia dónde vamos?
Las búsquedas y conversaciones contempóraneas también tienen lugar en las lecturas de Klavan. Un buen ejemplo es la trilogía (#37-39) que comienza con la dificilísima pregunta: «what the heck is going on? En estos episodios, los primeros que grabó tras los disturbios en el Capitolio, Klavan busca la luz de los clásicos para examinar la encrucijada de esos tiempos.
En el primero de los episodios se pregunta por la justificación de la desobediencia civil por medios no violentos, bajo la luz de Antígona. Es una cuestión que ha adquirido nueva vigencia durante la pandemia, cuando todavía hoy hay medidas de seguridad que oscilan entre lo inhumano y lo absurdo. El segundo episodio se pregunta por la justificación de la desobediencia civil por medios violentos. Es la pregunta más directamente relacionada con las manifestaciones del Capitolio. Por muy crítico que sea de las élites que gobiernan al país, Klavan se pregunta si realmente hemos llegado al punto de la revolución y, en todo caso, qué se pretendía lograr con los disturbios. No es una cuestión sencilla para un país fundado en una revolución, pero tampoco es una cuestión ajena a la propia tradición. ¿Cómo veían los fundadores la posibilidad de futuras revoluciones? Klavan decide ir al discurso de George Washington ante una conspiración de sus tropas en Newburgh y al Federalista No. 28 de Hamilton, y concluye que quedan aún muchas batallas por luchar en el frente cultural, antes de que una revolución pueda justificarse.
El tercer episodio, quizá mi preferido, se pregunta «¿Hacia dónde vamos?» y responde: «A casa.» Klavan examina la filosofía detrás del resurgimiento del localismo en Estados Unidos, pero comienza en un lugar muy lejano, casi inesperado: el congreso eucarístico de Dublín en 1932, que nos dejó unas estupendas reflexiones de Chesterton sobre la democracia. En una época de tensiones internas, tanto en Irlanda como Europa, Chesterton se admira ante el ambiente festivo de todas las naciones allí representadas, que sólo podía explicarse por «una cortesía más profunda que la ficción de la diplomacia»: la caridad cristiana y ese mínimo común que proporciona una religión compartida. El episodio termina con el localismo de Wendell Berry, que se ha ganado la admiración tanto de la derecha como de la izquierda. Antes de elaborar grandes teorías para cambiar el mundo, hay que hablar con los vecinos, ir allí donde la influencia pueda ser efectiva y directa. Antes de lanzarse a la revolución hay que enfocarse a las políticas locales (un campo en el que la izquierda ha sabido moverse bien).
Un guía sincero
En una conversación por correspondencia le hemos preguntado a Spencer por el impacto del pódcast y los comentarios que ha recibido. Nos ha dicho que el contacto con la audiencia ha sido lo que más le ha emocionado: «Todos los días recibo mensajes de agricultores que me escuchan hablar de Aristóteles en sus tractores, o de madres que están usando el pódcast como parte de la educación de sus hijos en casa. La audiencia es auténticamente diversa. Nada que ver con la caricatura de la América racista e ignorante de la que hablan los medios. Es una audiencia de mente abierta y con deseos de escuchar. Las personas están buscando una manera más plena de vivir y están tremendamente agradecidas con cualquier persona que les pueda echar una mano. Al final, espero poderles transmitir una porción de la mejor orientación y sabiduría que Occidente tiene por ofrecer. Bien interpretados, los clásicos rebosan de riqueza, humanidad y vida. Es una pena que nos falten guías sinceros, capaces de ofrecer esa sabiduría sin intentar politizarla.»
Un centinela, Klavan se ofrece como guía a la cueva del tesoro y con su voz de bajo nos dice, como la voz que movió a san Agustín, «Toma y lee»—como en toda buena aventura habrá sudor y gozo, y quizá una cierta transformación interior en el intento.