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El Duque de T’Serclaes conoce perfectamente su espléndido tesoro, mide y aquilata perfectamente su valor, sabe de memoria cada libro, conoce hasta el menor detalle…”

Estas palabras pertenecen al discurso de contestación de la entrada en la Academia de la Historia del propietario de una de las más espléndidas bibliotecas que han existido en España: Juan Pérez de Guzmán y Boza. Él, y su hermano gemelo, Manuel, fueron conocidos bibliófilos en la España del siglo XIX y anfitriones de tertulias literarias.

Los Guzmanes de la casa de Teba y Ardales, cuyos orígenes remontan a la conquista de Toledo, son principalmente conocidos por dos de sus ancestros: un general valón nacido en Brabante y un golfo transformado en villano de videojuego al que hay que dar matarile en la versión del Assassin’s Creed dedicada a la Revolución Francesa.

Un antepasado en la Guerra de los Treinta Años…

Ilustración de Guzmán el Malo

Johann T’Serclaes de Tilly nació en los Países Bajos Españoles en 1559 y, desde muy joven, aprendió las artes militares de notables maestres de campo como Ambrosio de Spínola. Comandó las fuerzas hispano-imperiales durante la Guerra de los Treinta Años revelándose como un ducho estratega.

Era conocido como “el monje con armadura” por sus convicciones religiosas, su ascetismo y su carácter imperturbable.

En 1632, arma en mano y durante el transcurso de la batalla de Rain (a orillas del Lech), es alcanzado por una bala de cañón. Tenía 73 años.

…Y otro de video-juego

Andrés de Guzmán y Ruiz de Castro se presentaba como banquero. Lo cierto es que perteneció a la “Bande Noire”, un grupo de especuladores que utilizaban falsos cheques bancarios con el fin de comprar castillos y abadías a precio reducido. También existe la posibilidad de que compatibilizara esta faceta profesional con la de agente doble.

Nacido en Granada en 1753, llegó a Francia de rebote en 1778 por un asunto de herencias. Tras una vida disoluta, alcanzó la bancarrota. Se hizo revolucionario llegando a ser un frontal opositor de los girondinos y firme partidario de la guerra

Cualquiera que entorpezca la Revolución es el enemigo”. Son palabras de Andrés de Guzmán, villano del Assassin’s Creed Unity, videojuego que recrea el París revolucionario y en el que el aristócrata debe ser eliminado. En la realidad, fue guillotinado por orden de Robespierre, al tiempo que su inseparable Danton, en 1794.

El ensayista Fernando Díaz-Plaja presentó su biografía en 1963 titulada “Guzmán el Malo”.

Biblioteca y tertulia

En las postrimerías del s. XIX, un grupo de ínclitos hispalenses acudían fielmente todos los días, desde las ocho de la tarde y hasta las once de la noche, a la tertulia literaria de Juan Pérez de Guzmán y Boza, Duque de T’Serclaes (1852-1934).

El duque tenía una desmesurada afición por los libros y un hermano gemelo, Manuel Pérez de Guzmán, Marqués de Jerez de los Caballeros, cuya biblioteca era igual de formidable que la de su hermano. No así su propia tertulia que transcurría, ceremoniosa, entre personajes escogidos, cafés, habanos y licores. Tenía lugar varios días al mes, en la biblioteca de su casa, y en ella convivían el lujo y la elegancia con libros góticos de poesía y primeras ediciones de Cervantes.

La tertulia de T’Serclaes era conocida en Sevilla como la “reunión de sabios” y por ella desfilaron, imbuidos en un ambiente que conjugaba la familiaridad y la cortesía, personajes como Menéndez Pelayo, Manuel Gómez Imaz (el “licenciado” o “ la tierra de Sevilla”), el escritor Luis Montoto o Francisco Rodríguez Marín (“el bachiller de Osuna”).

Biografía de Guzmán el Malo

Los asistentes a las veladas en casa del duque gozaban de un ambiente horaciano; en la mesa central se disponían los ejemplares que iban a ser comentados en el transcurso de la misma, nuevas adquisiciones que el anfitrión se vanagloriaba en mostrar, libros que cualquier investigador había pedido consultar, un tonelito de vino de manzanilla y dos botellas de Jerez añejo. Se mezclaba lo útil con lo dulce: el trabajo, el respeto intelectual y la afición por los libros con la amistad profunda. De hecho, se cuenta como anécdota que si alguna vez surgió entre los tertulianos algún amigo de lo ajeno que se encariñaba con algún ejemplar, los demás solventaban el asunto componiendo unas coplillas al ratero.

Los hermanos Pérez de Guzmán compartían bibliofilia y fortuna aunque cada uno de ellos se decantaba hacia un género distinto. Juan se interesaba por todo tipo de historias locales y relaciones de sucesos o fiestas, con un talento bibliográfico excepcional para reunir libros raros o peregrinos. Su especial olfato le permitió adquirir menudencias que hoy son carísimos objetos de deseo en el actual mercado del Libro Antiguo.

Salvó del olvido todo tipo de folletos, escritos y pliegos “de cordel” (un tipo de impreso de los s. XVI al XVIII que se vendían atados y  contenían discursos, sermones y romances), de tal modo que en ocasiones debía sentarse en el suelo, al estar todos los muebles de la estancia, incluidas las sillas, ocupadas con papeles y libros. Manuel, por su parte, reunió la más valiosa colección poética de España.

De aquellas tertulias literarias surgió el estímulo para editar libros, ejercer el mecenazgo, abrir bibliotecas privadas a sevillanos y turistas o fundar revistas literarias. Así vio la luz el año 1866 en Sevilla el primer número de “Archivo Hispalense”. La publicación histórica, artística y literaria, urdida en las tertulias de la plaza de la Victoria número 7, donde se ubicaba la casa solariega de los Pérez de Guzmán. La publicación se mantuvo dos años, a razón de dos números mensuales. Los fundadores editaron textos anexos que hoy conforman una doctrina histórica de gran valor. En 1943 la Diputación de Sevilla rescató la publicación que perdura hasta nuestros días.

Bienvenido, Mr. Huntington

Archer M. Huntington se le conocía en España como “el yanqui rico”. Apasionado hispanista, estableció un entramado de amistades selectas entre las que se encontraban el rey Alfonso XIII, el duque de Alba, Concha Espina, Gregorio Marañón, Menéndez Pelayo, Pardo Bazán o Unamuno entre otros.

En 1904 fundó la Hispanic Society of America en Nueva York. Albergaba una espléndida biblioteca con 250.000 volúmenes, amén de obras artísticas. Casi todos los personajes arriba mencionados tienen su retrato en la misma, firmado por Sorolla, el pintor preferido de Mr. Huntington. Marañón decía que todo intelectual español le admiraba y aspiraba a ser socio de la Hispanic Society.

En aquella época, España malvendía sus tesoros a coleccionistas y expoliadores pero Mr. Huntington se propuso comprar en el mercado internacional para no formar parte del saqueo sin escrúpulos a nuestro patrimonio. Sin embargo, dos años antes, se había hecho con la espléndida biblioteca del Marqués de Jerez de los Caballeros. Según John O’Neill, encargado de la biblioteca de la Hispanic Society: “lo más significativo de la sección de manuscritos y libros raros -200.000 ejemplares de los siglos XI al XX- es la colección de Manuel Pérez de Guzmán”. Son 10.000 obras que en 1902 constituían la mejor biblioteca de libros españoles del mundo y, en palabras de Menéndez Pidal, “se trataba de una pérdida mayor que la de Cuba”.

El Marqués de Jerez de los Caballeros, aquejado de deudas y deseoso de que su biblioteca se mantuviera unida, la vendió a Mr. Huntington por 592.500 francos. La pérdida del fondo bibliográfico del marqués fue calificado de “desastre” por Rodríguez Marín, Director de la Biblioteca Nacional por aquel entonces. Manuel Pérez de Guzmán es uno de los intelectuales que forma parte de la colección pictórica de ilustres de la que hablaba Marañón.

Sin embargo, el Duque de T’Serclaes nunca vendió sus libros. En la actualidad están repartidos en manos de sus herederos y próximamente saldrán a subasta algunos ejemplares.

Una broma literaria

Manuel Gómez Imaz, erudito sevillano y bisabuelo del marqués de Tamarón, era un asiduo a la tertulia y gran amigo de los gemelos Pérez de Guzmán. Andaba preocupado por la locura bibliófila -rozando la bibliomanía- de la que adolecían ambos. Así que durante meses urdió, ayudado del contertulio Enrique de Leguina, Barón de la Vega de Hoz, un plan que sirviera de pequeño escarmiento para las veleidades de los hermanos: inventaron un romance y un fraile.

En efecto, en el desarrollo de un plan minuciosamente trazado, Leguina escribió un romance sobre la ciudad de Jerez de los Caballeros -uno de los retos supuso encontrar un tema que interesara tanto a Manuel como a Juan- y le adjudicaron la autoría a un supuesto fraile agustino, Fr. Enrique de Polanco, de origen cántabro y que “habitó” a mediados del siglo XVIII en el convento de San Agustín de la ciudad.

Imaz remató la obra con un prólogo castizo y creíble y la fechó en Córdoba en 1842. Encargaron su impresión a su maestro de confianza que supo reproducir los cánones de medio siglo atrás y una vez materializada la “trampa”, la empolvaron, mojaron y ajaron para darle la credibilidad. Después, la distribuyeron a sendos libreros de Madrid y Lisboa donde los hermanos iban a pasar la época estival respectivamente.

La artimaña surtió efecto. A su regreso, el Duque de T’Serclaes no podía esperar para enseñar a sus contertulios la joya única que había adquirido durante sus vacaciones por dos duros:

– ¡Asómbrense! Un ejemplar único de la historia de un frailecito que gustaba mucho de los males del paraíso, decía.

Su hermano Manuel, Marqués de Jerez de los Caballeros, sonreía pícaro ante el alarde de Juan. En un momento dado, blandió su ejemplar y aseguró que él también había adquirido uno en Lisboa y por tan solo 6 pesetas.

Ningún experto encontró rastro del autor en sus pesquisas. Leguina palidecía al escuchar a algún asistente que revisaba los ejemplares tildar de “mediocre” el romance.

Gómez Imaz, por su parte, agasajó a toda la concurrencia de la tertulia con dulces y licores. Y entonces explicó, como si tal cosa, que aquella colación estaba sufragada con los dos duros y las seis pesetas que le habían devuelto el librero madrileño y el lisboeta, destapando así la argucia.

Se editaron 7 ejemplares del opúsculo, a saber: para el duque, el marqués, Cánovas del Castillo, Menéndez Pelayo, Eduardo de la Pedraja (poseedor de la mejor colección monográfica histórica de España) y para los dos autores.

El marqués rió ante la broma, el duque no la encajó bien y Menéndez Pelayo musitó: “Los libros no son cosas de jugar”.