Tengo un amigo, Álvaro, que regularmente me dice que quiere ser cartujo. Monacato hardcore, vamos. Lo hace entre período dipsómano y período sicalíptico, pero siempre le llega un momento en que comprende que su salvación se encuentra en una celda, un hábito blanco y unas sandalias.
Álvaro no bromea con eso. Lo sé porque en sus noches oscuras en los vertederos de los apetitos mundanos nunca deja de apretar (y rezar) fuerte el Rosario. Hace poco le dije que se le había pasado el arroz, que a La Cartuja sólo se puede ingresar hasta los 45 años. Y sí, ya peina canas. Me contestó que el prior haría una excepción con él cuando le oyera hablar de san Bruno.
La historia de Álvaro me hace asentir cuando leo a Armando Pego, en su espléndida Poética del Monasterio (Encuentro, 2022), citando a Louis Bouyer: «En toda vocación cristiana hay un germen de vocación monástica…».
El espíritu es lo que importa
No importa la Orden –sigo con Pego–, pues la escuela del servicio divino que soñó san Benito tiene muchas moradas en una misma casa, como explicaba san Bernardo. La exigencia radical de buscar a Dios mediante la oración, la contemplación y la meditación de la Palabra es patrimonio de hombres y mujeres valientes, con sed de Verdad, que tienen el coraje de no mirar al mundo por la ventana, en palabras del periodista Jaume Vives.
Vives contaba ayer en Twitter que es asiduo a la tienda que la Fundación Contemplare tiene en Aravaca, frente al hospital de la Zarzuela. La dignidad del trabajo que se desprende del carisma benedictino alcanza a los más de 120 monasterios y conventos de clausura de España con los que colabora la Fundación. Su misión es la de difundir la riqueza de la vida contemplativa facilitando el sostenimiento de dichas comunidades. Lo hacen apoyando la venta de los frutos de su trabajo.
Del mismo modo que da igual la Orden, tampoco importa el canal. Tomen a sus hijos o nietos de la mano, anúdenles bien la bufanda y vayan al torno de las monjas de su ciudad a comprar recortes de obleas o dulces típicos. Les aseguro que la experiencia queda en el sistema límbico del pequeño hasta la edad adulta. O hagan click. Llenen sus mesas navideñas de dulces elaborados artesanalmente en los obradores de los religiosos o adquieran un Misterio realizado por las Hermanas de Belén.
Un apoyo no solamente navideño
La Fundación Contemplare comercializa cestas de Navidad para empresas confeccionadas con productos que contienen ingredientes naturales y oración. Sin embargo, y siendo ésta una época muy importante de ventas, los 9000 monjes y monjas no sólo pueden sostenerse con la comercialización estacional de mazapán, turrón, perrunillas o yemas. Es necesario tenerles en cuenta en nuestro consumo habitual y en la variada oferta que quizá, no esperábamos. En efecto, en la web de la Fundación podemos encontrar tanto canastillas para bebés con ropita confeccionada con gusto y delicadeza como vino, queso, cerveza, leche y hasta una caja de San José que nos llega misteriosa bajo suscripción.
Desde Contemplare no sólo se organiza la logística que nos acerca la venta del monasterio a casa en 72h, también se les da una cobertura extra, con formación personalizada a cargo de la escuela de alta cocina de la UFV (Le Cordon Bleu Madrid) para optimizar sus técnicas y recursos.
Durante la pandemia me llegaron noticias de que las clarisas de mi ciudad se encontraban en apuros. Como estábamos arbitrariamente confinados no nos podíamos acercar a llevarles víveres así que las llamé por teléfono para preguntar si querían que hiciera por ellas una compra online. Me respondieron que lo que realmente les urgía era poder abonar la reparación de la lavadora industrial que tenían para seguir trabajando. En la página de la Fundación Contemplare hacen visibles también unas cuantas necesidades que atender si la bioquímica de sus analíticas o la báscula no les permite el placer de los sentidos y prefieren realizar donaciones.
Siempre que pienso en conventos y monasterios me viene a la mente la imagen de Atlas. La vida monástica, en lugar de sostener la bóveda celestial, aguanta el globo terráqueo, sin duda. Y se ocupa de que quede lo suficientemente cerca del Cielo para que algún día podamos llegar. Benedicto XVI lo describe mejor: «La vida contemplativa: pulmón espiritual de la sociedad».