Shia LaBeouf es un actor tan talentoso como problemático. Se dio a conocer al gran público sobre todo a partir de su papel protagonista en la saga de Transformers, pero ha demostrado su capacidad en roles más profundos, como en Borg McEnroe o Fragmentos de una mujer, además de hacer sus pinitos como guionista y productor.
No obstante, como apuntábamos, su nombre ha aparecido numerosas veces ligado a polémicas. La última de ellas tuvo lugar en 2020, cuando su exnovia lo acusó de conducta abusiva. El intérprete, que admitió parcialmente las alegaciones, se apartó de los rodajes durante un tiempo y se sometió a tratamiento.
Pero ya saben que no hay santo sin pasado ni pecador sin futuro y quien ha venido a rescatar a LaBeouf de su turbulento pasado ha sido ni más ni menos que el Padre Pío. En medio de su retiro forzado de la interpretación, a LaBeouf se le ofreció la oportunidad de encarnar al santo de Pietrelcina y de ese rodaje el actor californiano ha salido convertido al catolicismo.
Así lo confesó el propio LaBeouf en una reciente conversación con Robert Barron, una de las voces más conocidas del cristianismo online y recientemente nombrado obispo de Winona–Rochester. El actor explicó cómo la preparación para el rol del Padre Pío le había llevado del judaísmo secular con el que nació a abrazar la fe católica y destacó el papel que el latín y la misa tridentina han jugado en ese proceso.
«La misa tradicional me afecta profundamente porque no siento que estén tratando de venderme un coche», admitía LaBeouf, a diferencia de lo que le ocurre cuando asiste a una eucaristía «con las guitarras y todo eso». «Es lo que siento cuando veo las misas del Padre Pío; sé lo que está ocurriendo y lo siento de forma profunda», añadía.
El actor decía saber lo que estaba ocurriendo a pesar de no saber latín, pero LaBeouf señalaba que hay ciertas lenguas con las que no necesitaba conocer las palabras. Escuchar el secular idioma de la Iglesia produce en Shia un efecto particular: «Me saca fuera del reino de lo intelectual y me introduce en el del sentimiento».
Lo que LaBeouf llama sentimiento probablemente se verbaliza mejor con la palabra misterio, una noción íntimamente ligada a la liturgia y sobre la que ya hablaba el entonces cardenal Joseph Ratzinger en 1986. En una famosa entrevista con el periodista italiano Vittorio Messori, publicada como libro con el título de Informe sobre la fe, el futuro Benedicto XVI decía que la celebración de lo divino «no debe expresar la actualidad, el momento efímero, sino el misterio de lo Sagrado».
Ratzinger hacía esta afirmación preguntado por la batalla litúrgica que se vivía en aquellos años del posconcilio. Una controversia que vuelve a estar de actualidad tras la publicación por parte del papa Francisco del motu proprio Traditionis Custodes en julio de 2021, por el que la celebración de la misa tridentina queda limitada. Ahora, como en los años ochenta, sensibilidades contrapuestas se enfrentan por la cuestión litúrgica en el seno de la Iglesia.
Cabe aclarar que entonces y ahora el problema no suele radicar —salvo en las facciones más extremas— en un rechazo del rito ordinario, es decir, de la misa del novus ordo celebrada con propiedad. Las chispas saltan más bien cuando hunos y hotros tratan de colocar sus posiciones más particulares; a saber, la misa tridentina, de un lado, o las casullas de colores con bailes rituales alrededor del altar, de otro. Dicho sea de paso que quien firma esto no piensa ni por asomo sea admisible una equidistancia entre la liturgia preconciliar, culto oficial de la Iglesia durante siglos, y las ocurrencias de algunos curas modernos.
El abandono del latín
Hecha esta puntualización, merece la pena volver a Ratzinger para conocer su opinión sobre la misa de Trento que la Iglesia comenzó a abandonar tras el Vaticano II y sobre las inventivas litúrgicas al margen del misal de 1970 (posteriormente revisado) hoy vigente.
Es muy sugerente, por ejemplo, su postura sobre el paso del latín a las lenguas vernáculas porque se aleja de posiciones maximalistas y deja espacio al matiz. En la mencionada entrevista de 1986, el entonces prefecto de la Doctrina de la Fe comenzaba recordando algunas citas de la Sacrosanctum Concilium, el documento fundamental del Vaticano II concerniente a la liturgia. Ahí van algunas, así sin anestesia: «Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular»; «procúrese que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponden»; «de acuerdo con la tradición secular del rito latino, en el Oficio Divino se ha de conservar para los clérigos la lengua latina».
Son frases que sorprenden por lo poco que se corresponden con la realidad de la Iglesia hoy en día. Es el propio Ratzinger quien interpreta ese salto: «Para explicar el rápido e injustificado abandono de la antigua lengua litúrgica común es necesario no perder de vista la profunda mutación cultural de la instrucción pública que ha tenido lugar en Occidente. Como profesor, en los comienzos de los años sesenta, todavía podía permitirme leer un texto en latín a los jóvenes provenientes de las escuelas secundarias alemanas. Hoy esto ya no es posible».
El entonces cardenal, por tanto, si bien califica el abandono del latín de «injustificado», parece resignarse a él por un súbito desconocimiento de la lengua por parte de los fieles. En este sentido, añade: «La apertura de la liturgia a las lenguas populares no carecía de fundamento ni de justificación: también el concilio de Trento la había tenido presente, al menos como posibilidad. Sería falso, por lo tanto, decir, con ciertos integristas, que la creación de nuevos cánones para la Misa contradice la Tradición de la Iglesia».
Canto gregoriano y guitarras
Pero la lengua no es la única trinchera de la guerra litúrgica. Por una parte, hay declarados detractores de la música sacra más tradicional, por otra, auténticos alérgicos a «las guitarritas». En esta cuestión Ratzinger vuelve a ser voz autorizada, no sólo por su condición de teólogo, de su papel de guardián de las esencias doctrinales durante décadas y de su posterior pontificado, sino por su personal afición y gusto por la música.
Como en el caso del latín, en la música sacra aparece otra vez la pugna entre accesibilidad y misterio/belleza. Con esto en mente, el que fuera arzobispo de Múnich señalaba que muchos liturgistas habían abandonado el «tesoro» de la tradición musical de la Iglesia en nombre de la «comprensibilidad». Y eso que el Concilio advirtió en su día que «la música sacra [la antigua, se entiende] es en sí misma liturgia, no simple embellecimiento accesorio».
El resultado es que las celebraciones han tenido que contentarse con «música al uso», es decir, «cancioncillas, melodías fáciles y cosas corrientes» renunciando a una música que «despierte las voces del cosmos, glorificando al Creador y descubriendo al mismo cosmos, su magnificencia, haciéndolo hermoso, habitable y humano».
Ratzinger no pretende «oponerse al esfuerzo para hacer que todo el pueblo cante», sin duda una pretensión noble. Pero explica que la relación de la asamblea con la música no debe ser necesariamente vocal y física: «¿No puede esta participación significar también un percibir con el espíritu, con los sentidos? ¿No hay actividad alguna en el escuchar, en el intuir, en el conmoverse? ¿No supone esto empequeñecer al hombre, reducirlo a la expresión oral, precisamente cuando sabemos que lo que en nosotros hay de racionalmente consciente, lo que emerge a la superficie, es tan sólo la punta de un iceberg respecto a la totalidad de nuestro ser?».
¿Cómo casar entonces la vuelta al misterio sin perjudicar la accesibilidad a la liturgia? ¿Cómo seguir seduciendo a los que, como Shia LaBeouf, sienten un particular asombro ante lo sagrado? ¿Cómo no perder a quienes necesitan una liturgia ante todo comprensible? Pienso que la respuesta está en la propia Tradición de la Iglesia. Ojo, en toda ella. El rito tridentino forma parte de ese legado y, al mismo tiempo, la misa de Pablo VI pertenece a la Tradición con el mismo derecho que la de Trento, aunque sea menos antigua. Lo que no es admisible, volvemos a Ratzinger, es «vivir de sorpresas simpáticas, de ocurrencias cautivadora». Porque la liturgia no se basa en «lo que nosotros hacemos», sino en lo que «acontece» en el altar, «algo que todos nosotros somos incapaces de hacer».