¿Cómo imaginamos una ciudad diseñada por los expertos de Silicon Valley? Muy vanguardista, sin duda: últimas tendencias en arquitectura -espacios flexibles y multifuncionales, formas limpias-, muchas pantallas, inteligencia artificial y quién sabe si incluso coches voladores. Frente a esta idea intuitiva, California Forever, el proyecto de ciudad que un puñado de multimillonarios quiere construir en el condado de Solano, se parece sospechosamente -salvo por los paneles solares- a una población de los años 50: casitas individuales de apariencia burguesa, plazas con terrazas y mercados, niños en bicicleta, tranvías… ¿Están de moda las comunidades tradicionales? ¿Quieren huir los popes de la tecnología del mundo que ellos mismos han diseñado?
Como tantas cosas importantes, California Forever empezó en secreto. Durante los últimos cinco años, una misteriosa empresa llamada Flannery Associates se ha gastado más de 800 millones de dólares en tierras en el condado de Solano, a medio camino entre San Francisco y Sacramento, a tiro de piedra de la base aérea de Travis. Según se ha publicado, detrás de la sociedad se esconden grandes fortunas de Silicon Valley como Reid Hoffman (fundador de LinkedIn), Nat Friedman (CEO de Github) o Laurene Powell Jobs (viuda de Steve Jobs y principal accionista individual de Disney). Hace pocos días, el proyecto salió de las sombras y colgó una página web en la que se esbozan sus planes: construir «una nueva comunidad con empleos locales bien pagados, granjas solares y espacios abiertos».
De momento, el anuncio invita al escepticismo. La página no ofrece detalles sobre las dimensiones de la nueva ciudad ni sobre su modelo de planificación. A diferencia de otras ciudades impulsadas por el Nuevo Urbanismo -en esta misma revista he hablado de Poundbury o de Le Plessis-Robinson-, California Forever no parece haber surgido de una concepción teórica sólida: no hay un Leon Krier o un François Spoerry -las cabezas detrás de esos dos proyectos, respectivamente- a los mandos. En el equipo de asesores de la compañía figuran, entre otros, Gabriel Metcalf -que ha estudiado los problemas urbanos de Sydney- o Jay Primus -experto en gestión del tráfico-: ningún nombre de relumbrón.
Las imágenes publicadas están hechas, en una muestra de pereza e improvisación, con inteligencia artificial. Lo que parece claro es que la intuición de los impulsores apunta hacia un modelo de urbanismo más parecido al de la ciudad de los años 50 que a lo que nos venden muchos expertos actuales. En los dibujos se ven casitas individuales de diseño tradicional -porches, bohardillas, balcones y contraventanas-, plazas arboladas con terrazas y mercadillos, bulevares, calles estrechas y pensadas para el paseo… Nada muy moderno, salvo por los paneles solares y los molinos eólicos que asoman en el horizonte. Entre las promesas del folleto: seguridad pública, conservación del medio ambiente, desarrollo de la agricultura y la industria y espacio para los pequeños negocios. Un periódico ha dicho que parece una ciudad dibujada por Norman Rockwell… pero sin su calidad artística, matizo yo.
¿Qué pasa en California?
Otra razón para la desconfianza: de momento, no está nada claro que California Forever pueda construirse. El estado tiene un sistema de zonificación muy rígido, y el área elegida por los impulsores tiene calificación de suelo rústico. Para cambiarla, necesitarán el voto mayoritario de los residentes del condado. Los políticos locales y estatales -todos adscritos al Partido Demócrata- han mostrado una inicial suspicacia, aunque puede tratarse de una mera estrategia negociadora.
Hablando de políticos, la empresa ha surgido en un momento de crisis galopante para el llamado «estado dorado». Lo azotan siete plagas, por lo menos: el colapso demográfico, los altísimos precios de la vivienda, la creciente inseguridad ciudadana, la adicción a los opioides, los impuestos asfixiantes, la polarización social en torno al debate woke y los desastres naturales. La oleada de migración desde California hacia otros estados, principalmente Texas y Florida, está transformando la demografía estadounidense. La situación es especialmente preocupante en las dos grandes metrópolis, Los Ángeles y San Francisco, cuyos centros urbanos están cada vez más degradados.
No deja de ser contraintuitivo que la solución de Silicon Valley para estos problemas sea edificar una localidad de inspiración tradicional, lo que ha generado no pocas críticas hacia la empresa. En un corrosivo artículo en The Spectator, Sam Leith dice que el proyecto «dice más sobre los sueños de los multimillonarios sobre un pasado imaginario que sobre el futuro de las comunidades rurales». Por su parte, en The Information, Jon Steinberg tilda la idea de «desconcertante vuelta al pasado». En nuestro debate político, ya se sabe, la nostalgia es un pecado capital.
Una ciudad para la señorita Prim
El urbanismo no es el único rubro en el que los padres de las TICs parecen desconfiar de sus propias herramientas. En Palo Alto proliferan los colegios sin tabletas ni pizarras interactivas: en el centro de la tecnología punta vuelven a estar de moda las tizas y los cuadernos de caligrafía. Los CEOs de las grandes tecnológicas alejan a sus hijos, al menos hasta la adolescencia, de los dispositivos que ellos mismos fabrican. Si hace pocos años la brecha tecnológica dividía a una clase alta con acceso a la informática de unas clases populares desconectadas, hoy la situación se ha invertido, al menos en el primer mundo: según todos los estudios, el tiempo que pasamos ante una pantalla decrece a medida que ascendemos en la escala social: son los ricos quienes pueden permitirse desconectarse, disfrutar de la vida al aire libre y de formas de entretenimiento mucho más caras y sofisticadas que Netflix.
De la planificación urbana a la educación, pasando por la cultura, el mundo rico parece necesitado de arraigo e identidad. Parte de nuestra derecha ha renunciado torpemente al modelo urbanístico occidental de siempre, el de antes de la utopía de Le Corbusier -un esquema denso, caminable, orgánico y de escala humana, pensado para la familia y la comunidad, diverso en cada territorio-, y ha hecho bandera de las autopistas, los polígonos infinitos y los centros comerciales. Paradójicamente, los gurús de la tecnología, de ideario uniformemente progresista, parecen querer construirse una aldea gala, ajenos a las tendencias que sus grandes compañías contribuyen a difundir.
Por eso no es tan extraño que el proyecto de California Forever se parezca más a San Irineo de Arnois, el pueblo imaginado por Natalia Sanmartin Fenollera en El despertar de la señorita Prim, que a las urbes que vemos en un episodio de Black Mirror. Solo le falta el monasterio, al menos de momento. No es el diseño más ambicioso ni el más sólido, pero no se le puede negar cierta intuición saludable. El último grito en urbanismo es… la ciudad de siempre.