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Nacida en 2010 con el impulso del entonces Príncipe de Gales, Campaign for Wool tiene una misión: reivindicar la lana natural de oveja en la era del poliéster. Al margen de las bondades ambientales y estéticas del producto, la idea es un ejemplo para otros sectores y otros países: una reivindicación arraigada en el mundo rural, con capacidad para agrupar intereses diferentes y proyectar al mundo una imagen atractiva de su causa.

En octubre de 2010, los peatones de Saville Row, la meca de la sastrería londinense, mostraron sus mejores caras de sorpresa -cejas elegantemente apuntadas, imaginamos- ante un evento que es casi de rutina para los madrileños: un rebaño de ovejas caminando por el centro de la ciudad. Si el ganado ovino recorre cada año nuestra Calle Mayor para reivindicar sus derechos adquiridos -la ruta forma parte del trazado histórico de la Cañada Real-, en Londres tomaron la calzada con una misión distinta: defender el valor de su lana, la de verdad, frente a las alternativas sintéticas, cada vez más comunes en los escaparates de las grandes marcas.

¿De quién partió el impulso? Con unas sencillas pistas, no es difícil adivinarlo. Se trata de una causa profundamente ecológica, pero también bastante anticuada, arraigada en las tradiciones agrarias británicas y con un elevado sentido de la estética. Efectivamente: la cosa venía del entonces príncipe de Gales -hoy ya rey-, Carlos de Inglaterra, que sigue siendo el patrón de la iniciativa (ya hablé hace unos años en Centinela de otra idea igual de original , y Beatriz Jiménez Castellanos hizo un resumen muy completo de las variadas inquietudes reales). Su objetivo lo explicó el mismo en el momento de la creación: “Persuadir a la gente de que esta fibra natural es infinitamente más sostenible que las fibras artificiales derivadas del petróleo”.

En sus primeros años de vida, la campaña alcanzó relevancia internacional, organizando eventos en distintas ciudades del globo. Todos con una estética muy cuidada, una potente inversión en marketing, el apoyo de casi todos los grandes implicados -productores, transformadores y distribuidores- y un discurso coherente sobre los beneficios de su sector. Pronto lo que nació como Semana de la Lana se convirtió en Mes de la Lana, que se celebra durante todo octubre, y extendió su ámbito a otros países: además del Reino Unido, participan productores de Australia -líder mundial en producción de lana limpia-, Nueva Zelanda y Sudáfrica. Lo último: hace pocos meses estrenaron un documental gratuito titulado “Por qué la lana importa”.

Apriscos contra pozos de petróleo

La lana, argumentan desde Campaign for Wool, es natural y renovable -cada año, las ovejas  producen un nuevo vellón-. No hay que lavarla a menudo, es biodegradable, se puede reutilizar, protege del frío de forma sencilla y dura muchos años. Una serie de argumentos tan convincentes que deberían hacer que cualquier ecologista corriera a comprarse un buen jersey de merino bien mullido.

El enemigo, con todo, es poderoso. Un estudio del año pasado mostró que las grandes marcas -especialmente las de fast fashion– son adictas a las fibras sintéticas, mucho más baratas, y en especial al poliéster. Además, no es raro que jueguen al despiste, camuflando en las etiquetas el verdadero origen de sus tejidos. Hoy los materiales procedentes del petróleo representan más de dos tercios de la materia prima utilizada en el sector textil, y se cree que la cifra puede llegar hasta el 75% en el fatídico 2030.

¿Hay espacio para las ovejas? Parece que sí, dicen desde la campaña. Mucho más variada de lo que podría pensarse, la lana es susceptible de infinitas presentaciones, desde la finísima súper 120 de un traje caro hasta la Shetland cepillada de un jersey “shaggy dog”, pasando, claro, por el tweed. Mantas y alfombras, bufandas y calcetines, guantes y gorros, pero también jabones de lanolina o productos farmacéuticos.

Un balido reivindicativo

Pero, al margen de las bondades del producto, la campaña es un grito reivindicativo -o mejor: un balido- de ese mundo rural que no se resigna a convertirse en un parque de atracciones para urbanitas, que defiende su capacidad para seguir aportando cosas valiosas a la economía y a la sociedad, conjugando sus prácticas tradicionales con los estándares productivos de hoy. Sus impulsores no han optado por quedarse en el lamento y la nostalgia, sino que juegan en el mercado con herramientas poderosas.

Muchos otros sectores podrían tomar nota de la audacia de la iniciativa, todo un ejemplo de ambientalismo práctico y realista. No piden, por supuesto, prohibir las fibras artificiales. Saben que su producto es mejor y que puede competir con los rivales, aunque para ello haya que hacer pedagogía: comprar menos y mejor, cosas que duren más tiempo. ¿Serán los platos el próximo campo de batalla? Me temo que no está lejos el momento en el que haya que defender la carne de verdad contra la sintética, cuyo lobby está cada vez mejor posicionado.

El año pasado, en esta misma revista, Jaime Revès condensaba el pensamiento ecológico de los seguidores de Scruton. “Estos activistas decepcionados prefieren el trabajo de proximidad y a pequeña escala. Este enfoque que se aleja de las soluciones radicales de arriba-abajo debe ser bienvenido por los conservadores. Los azules pueden encontrar aliados naturales en los movimientos que promueven comunidades bajas en carbono, el slow-food y la permacultura”. La iniciativa de la que hablamos es un buen ejemplo de esas causas pequeñas, loables y sensatas.

¿Churras o merinas?

Es paradójico que esta idea británica, tan inteligente y bien publicitada, nos pille un poco lejos a los españoles, porque Castilla fue, durante varios siglos, el gran rival de los ingleses por el suministro de paños de calidad. La cabaña de merinas trashumantes del Honrado Concejo de la Mesta producía una fibra muy apreciada en toda Europa y se convirtió en una de las columnas de nuestras siempre precarias finanzas. En el siglo XVI y, tras un parón, en el XVIII, fuimos los reyes absolutos de la esquila, en calidad y en cantidad. Hoy España no está en el top ten de productores de lana.

Quizás sea la hora de recuperar aquella rivalidad sana y copiar a nuestros cordiales enemigos. La Asociación Nacional de Criadores de Ganado Merino hace un gran esfuerzo por defender la calidad de sus vellones (¡no los mezclen con los de las churras!), pero le faltan el atractivo envoltorio que Campaign for Wool ha sabido dar a su producto y la audacia de unir a todos los niveles de la producción. Tampoco vendría mal, ciertamente, el poderoso impulso de imagen de la monarquía.

En fin: es octubre, empieza el frío en el hemisferio norte y toca renovar vestuario. Háganse un favor y miren bien la etiqueta en su próxima compra. Al elegir su próxima americana, pueden estar contribuyendo a la rebelión de las ovejas.