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Me pudo la querencia, pero qué equivocación cuando propuse a mi familia empezar a ver la serie Father Brown, inspirada en los relatos policíacos de nuestro G. K. Chesterton. Dos o tres capítulos me sirvieron para ver que la traición al espíritu original había sido completa, pero mi familia ha seguido viéndola, a pesar de mis airadas protestas.

Yo veo con ellos la intro, que es preciosa, y enseguida me voy refunfuñando a mi despacho. Alguna vez a leer un original del Father Brown como reparación al maestro y para recomponer el equilibrio del universo. Quizá a alguno sorprenderá esta indignación mía cuando fui tan comprensivo con Los anillos del Poder. Espero que Alberto Nahum García no me lea ahora, porque me acusaría de incoherencia.

Me acusaría de incoherencia… precipitadamente. No hay tal. Las infidelidades narrativas de la serie de Amazon no me molestaban porque el espíritu central de Tolkien alentaba en la serie, a pesar de sus torpezas rítmicas. En la serie Father Brown han hecho —valga la paradoja antichestertoniana— una carnicería del espíritu de los relatos.

O sea, que no me preocupa tanto que los casos que resuelve el padre Brown sean muchísimo más planos que los que soluciona en sus cuentos. El genio de Chesterton, como el de Tolkien, no se lo podemos exigir a todos, pero sí que, aunque no se tengan los diez talentos, no se entierre el único que te dieron. Bastaba con ponerlo a rendir los intereses de la obra original. La serie no lo hace.

La creación chestertoniana ausente

No han querido o no han sabido dejar ni un trazo de trascendencia. Lo imperdonable es que, sin los componentes teológicos, sacros y sacramentales, es imposible entender al personaje de Chesterton ni tampoco lo que significó para el género policíaco. La resolución de misterios se asienta en los firmes cimientos de la Suma Teológica. La fe no quita nada a la razón, que tiene que encontrar, por sus propios medios, la verdad. Las explicaciones esotéricas y las fes orientales de saldo son baratijas que valen casi menos que el materialismo. Ese es el secreto del padre Brown que la serie ni huele.

Tampoco dan en la tecla con la relación del padre Brown con el delincuente, que visten de una vaga tolerancia, y no de la misericordia divina. El protagonista en la serie pierde todo su halo ridículo, esencial paradoja del personaje sacro, y en la tele se pasa el día merendado deliciosos scones como un honorable pastor anglicano. Perdona los pecados un poco a voleo, sin confesión sacramental la mayoría de las veces. El sentido de pecado brilla por su ausencia. Se pierde la columna vertebral de la creación chestertoniana.

Lo que se ha perdido

El humor chestertoniano en la serie aparece muy rebajado.

Esto es lo que yo tenía clarísimo, y desarrollado en varias explicaciones desatendidas a mis hijos. La excelente conferencia de la Dra. Mónica del Álamo en el curso sobre Chesterton de la Fundación Universitaria me ha abierto nuevas perspectivas y ha dado fuerza teórica a mis argumentos. La novela policíaca en general y en particular la de Chesterton, presupone varios aspectos esenciales para enfrentarse al espíritu relativista y nihilista de nuestros tiempos, explica la profesora. En primer lugar, existe una realidad: la de los hechos. En segundo lugar, esta realidad puede ser descubierta por la razón. Una vez expuesta por el detective, tercera, será asumida por todos, sin concesiones al relativismo. En cuarto lugar, existe un juicio moral en el que asesinar, robar o extorsionar están absolutamente mal. En quinto lugar, la resolución del misterio restituye un orden social, que todos reconocen sin complicaciones ni sofismas. Finalmente, todo pecado puede ser perdonado.

Estos planteamientos permiten que, sobre la figura del padre Brown, se derrame un constante humor chestertoniano, que en la serie aparece muy rebajado. No tiene tanta gracia. Es un indicador de que todo lo otro que se ha perdido.

Este abajamiento de lo trascendente es un signo de nuestro tiempo. Cuando no se corrige a Roal Dahl, se censura a Tintín y así vamos. Se descafeínan las mejores obras, esto es, aquellas que nos mantenían despiertos. La frivolidad inherente a Downton Abbey es un caso venial (y venal). Más mortal fue la película que le echaron encima, para taparla, a la novela de Evelyn Waugh Retorno a Brideshead. Es lo que hacen en la serie con Father Brown, talmente. El encanto de Inglaterra, el crimen considerado como una de las bellas artes, el té de las cinco y las graciosas relaciones sociales permiten que quien no conozca bien al padre Brown de tinta y papel, al verdadero, pueda entretenerse con el de la serie. A los que le hemos leído, la imitación no nos engaña. Nos entristece y nos aburre. Ni Chesterton ni el padre Brown sabrían qué crimen es peor.