Resulta que este año 2023 se cumplen los 175 años de la fundación del ejército húngaro así que me voy a poner a escribir ya unas líneas no vaya a ser que termine el año y se me pase tan notable aniversario.
En realidad, los húngaros siempre fueron un poco soldados. Ya les contamos aquí cómo fue la llegada de los magiares a los Cárpatos y la cuenca del Danubio. Jinetes a caballo que combatían con arco como los que sembraron el terror en las ciudades germanas en el siglo X. En 899 ya habían derrotado como mercenarios a Berengario, rey de Italia, a las orillas del río Brenta. En Augsburgo, en el año 900, infligieron una derrota considerable a los germanos, que a su vez se desquitaron en 934 y, sobre todo, en 955 en Lechfeld, aunque aquí fue una victoria que pagaron muy cara. La flor de la caballería germánica se dejó la vida en el campo de batalla; entre ellos, Conrado, duque de Lorena. Esa batalla, por cierto, franqueó a Otto I el camino a la corona imperial. También sentó las bases para el Reino de Hungría. De ser un pueblo guerrero que hacía incursiones, se convirtió en uno de los grandes defensores de la cristiandad después del bautismo de San Esteban.
LOS MÍTICOS HÚSARES
Tal vez el cuerpo más antiguo del ejército húngaro sean los famosísimos húsares, la caballería ligera, cuyas primeras noticias se remontan nada menos que al tiempo del gran rey Matías Corvino. Fueron ellos quienes se enfrentaron a la temible caballería otomana: los sipahis. Expertos en escaramuzas, incursiones rápidas y hostigamiento de las líneas enemigas, los húsares lo mismo podían cargar contra la artillería desde los flancos sin dar tiempo al enemigo de girar los cañones que aventurarse en la tierra de nadie para espiar sus posiciones y su orden de batalla.
Su nombre se hizo legendario en los siglos XVIII y XIX, cuando los jinetes húngaros luchaban al servicio del Imperio Austriaco. Armados de sable y pistola, su velocidad les permitía trabar combate con el enemigo antes de que la fusilería y la artillería desplegasen todo su poder. Un par de descargas y ya los tenía uno encima lanzando gritos al son de la trompeta. Si uno bajaba la guardia, le podían dar un susto como le pasó a Federico II, rey de Prusia, cuando en 1755, durante la Tercera Guerra de Silesia, los húsares tomaron Berlín durante unas horas. La cosa debió de ser para verla. Aprovechando que la ciudad había quedado desprotegida por un movimiento de tropas prusianas, el coronel András Hadik (1710-1790) se plantó allí con unos 5 000 hombres, en su mayoría húsares que nunca se habían visto en otra como esa. Los pocos defensores de la ciudad se negaron a rendirse así que los húsares forzaron las puertas y entraron al galope. Cundió el pánico. Hadik exigió un rescate de 250 000 táleros para el Imperio Austriaco y, según cuentan, dos docenas de guantes para la emperatriz María Teresa (1717-1780).
VIVOS EN LA TRADICIÓN
Hoy los húsares son un cuerpo de protocolo que encarnan la continuidad histórica de la nación. Podría decirse que son sólo un símbolo, pero en realidad son nada menos que un símbolo, es decir, la manifestación visible de la nación a lo largo del tiempo. La relación entre jinete y caballo -cada húsar debe domar y adiestrar a su propio caballo- da continuidad a esa cultura de jinetes guerreros que dependían de la montura para entrar en combate y salir vivos. Los comunistas trataron de eliminarlos, pero las tradiciones de los húsares -la monta, las tácticas de combate, la caballerosidad- continuaron hasta nuestros días y hoy gozan de excelente salud. Pueden verlos ustedes en los desfiles: el rojo y el verde del uniforme se suma al blanco de los caballos para formar los colores de la bandera húngara.
Si tienen ocasión, no dejen de admirarlos.