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Se llamaba Matías, pero lo apodaron así: «el Cuervo». Era hijo del gran János Hunyadi, que en 1456 salvó a Europa ante los muros de Belgrado. Algunos creen que el epíteto «Corvinus», tomado del latín, se debió a su melena negrísima. Otros dicen que era porque en el escudo lucía al pájaro oscuro. La leyenda más bella cuenta que su madre lo mandó a llamar enviándole un anillo de oro que un cuervo llevó en un vuelo fabuloso desde Transilvania a Praga. Su nombre quedó, en todo caso, asociado al color del azabache. No en vano la fuerza armada permanente que creó se llamó el Ejército Negro de Hungría. Si Inglaterra tuvo a Eduardo de Woodstock, el Príncipe Negro, que luchó en las guerras entre los Trastámara de Castilla, Hungría exhibe al rey Matías Corvino (1443-1490), cuyo nombre inspiró admiración o temor entre los magiares, los checos, los eslovacos, los austriacos, los serbios, los búlgaros, los rumanos y, por supuesto, entre los otomanos.

Nacido en Kolozsvár, una de las grandes ciudades de la Hungría histórica, que hoy se llama Cluj-Napoca y queda dentro de las fronteras de Rumanía, la vida de nuestro rey encierra la complejidad y la grandeza de la historia de Europa Central. Su padre, Janós Hunyadi, era voivoda de Transilvania, el gobernador militar que defendía la frontera oriental del reino de Hungría. Era un barrio muy complicado. Los otomanos avanzaban sobre Europa Central desde el siglo XIV. Después de acabar con el Imperio Búlgaro y de derrotar a la flor y nata de la caballería serbia en la batalla de Kosovo (1389), habían establecido su capital primero en Edirne, la antigua Adrianópolis, y después nada menos que en Constantinopla. A petición del déspota serbio Djurad Brankovic, Hunyadi asumió la defensa de la ciudad de Belgrado cuando los otomanos la asediaron en 1456. Ya contaremos la historia. Baste ahora señalar que, contra todo pronóstico, los cristianos vencieron y salvaron, por un tiempo, a Europa.

GUERRERO Y HUMANISTA

Corvino retratado en una estampilla eslovaca

La victoria en Belgrado le costó a Hunyadi la vida, pero dejó a su hijo en buena posición para que la Dieta de Hungría lo eligiese como rey en 1457. No lo tuvo fácil. En las guerras civiles por la sucesión al trono, Ladislao V «El póstumo» lo mantuvo de rehén. Combatió contra los mercenarios checos que asolaban el norte de Hungría e hizo frente a los ejércitos imperiales que aprovechaban los años tumultuosos de guerras intestinas. Como Maquiavelo, Matías Corvino comprendió que el Estado necesita un ejército permanente y que sólo se conserva lo que uno está dispuesto a defender por la fuerza. Sometió a la nobleza y subió los impuestos para costear el sostenimiento de un reino cada vez más amenazado por las intrigas imperiales y por las invasiones otomanas.

En una brillante combinación de las armas y las letras, Matías Corvino fue, además de guerrero, un humanista. La influencia del cardenal Janos Vitez (c. 1408-1472), lector de Cicerón y arzobispo de Esztergom a quien apodaron «Lux Pannoniae», lo llevó a admirar la literatura y el arte. Su matrimonio con Beatriz de Aragón le abrió las puertas de la cultura del Renacimiento italiano. Matías acogió en su corte a filósofos, filólogos y, en general, humanistas. Contemporáneo de Botticelli y de Mantegna, que pintó el maravilloso retrato del Museo de Bellas Artes de Budapest, contó entre sus huéspedes a Marsilio Ficino (1433-1499)-que contó su estancia en el tercer libro de su «De triplicaۘ»- a Johannes Müller (1436-1476), apodado «el Regiomontano», y a Antonio Bonfini (1427/1434-1502), que sería su bibliotecario. Estableció relaciones diplomáticas con Francia y Borgoña, con Florencia y Milán, con Moscovia y con Persia. Se carteaba, en latín, con buena parte de los príncipes alemanes. En torno a las grandes ciudades del reino – Buda, Esztergom, Székesfehérvár, y Visegrado- floreció una cultura renacentista que admiró a Italia y a Austria. Ahí está la obra de Janus Pannonius (1432-1472), el gran poeta humanista y obispo de Pécs, cuyas «Elegías» vieron la luz en Viena en 1514 y cuyos «Epigramas» se publicaron por primera vez en Cracovia en 1518.

SU MEMORIA VIVE EN LA LEYENDA

Universitas Istropolitana

En 1465, impulsó la fundación de la Universitas Istropolitana en Pozsony, la actual Bratislava. La Bibliotheca Corvina, en la que atesoró libros y códices desde 1460, fue la primera gran biblioteca real fuera de Italia y sólo podía compararse con la Vaticana. Lorenzo el Magnífico la tomó como modelo para la Laurenciana. En 1526, ¡ay!, los otomanos la saquearon y llevaron sus libros a Constantinopla. Muchos de ellos se han perdido. Los que sobrevivieron, unos 650, están dispersos por las grandes bibliotecas de Europa (Budapest, Florencia, Volterra, Bruselas). Se los puede identificar porque lucen los escudos de armas del Rey Cuervo o de su esposa. Marcus Tanner dedicó un interesantísimo libro, «The Raven King: Matthias Corvinus and the Fate of His Lost Library» (2009), al destino de la colección.

El Rey Cuervo murió en Viena en 1490, la ciudad que había tomado por asedio en 1485. Debió de ser a causa de una intoxicación, una apoplejía o un envenenamiento. Había participado en la ceremonia del Domingo de Ramos, se sintió mal y, después de dos días, falleció. Su memoria se preserva en leyendas y canciones populares. En Eslovenia, el Rey Matías, «Kralj Matjaž», simboliza el heroísmo, la justicia y, en general, la virtud. No debe sorprendernos, pues, que Claudio Magris tomase un verso de una de esas canciones («cabalgan lejos, lejos, hasta el Danubio») para abrir su bellísima obra sobre la cultura centroeuropea.